Que tarea tan loable como inútil la de nuestros grandes pensadores. Quizás querría hacer una excepción con Spinoza.

No solamente no lograron echar luz acerca del tema que a todos incomodaba, a saber: la inmortalidad del alma. Además quedaron se cortos en el reclamo.

A mi no me alcanza. Yo quiero la inmortalidad de mi cuerpo como agregado.
Contentarse con menos seria como alegrarse de que a pesar que nuestra notebook cayó desde el tercer piso y se destruyó, el Windows xp seguirá vivo.

Veo a este tipo de pensamiento como la creencia en un alma genérica, funcional pero no única e individual.

Lo que le daba el ser a este supuesto ángel caído, era precisamente su parte física y su memoria ahora ya inexistente.

Algún técnico podrá cuestionarme que es posible clonar la información de una notebook, tal vez hasta la de un hombre, agrego yo. Será otro u otra igual, o parecida. Nunca la misma.

Y que es eso de suponer que la reencarnación seria consuelo suficiente?

Reencarnar en un gato o un mandril seria como intentar ponerle el motor de una Ferrari al banco de una plaza o instalarle el ya nombrado XP a una licuadora.

Para que la reencarnación tuviese sentido le haría falta también la conservación de los recuerdos. Al fin de cuentas, la verdadera muerte es el olvido.

Una alternativa mas realista a estos desvelos es sencillamente ignorarlos.

Se sube uno al tablón de un estadio de fútbol, alienta vaya a saber a quién que viste una camiseta que identifiquemos como “nuestra”, putea un rato al juez y en menos de una hora, solamente deseará un choripán y una gaseosa.