ADENTRO
La puerta de mi habitación se abrió y su voz resonó imperativa en las cuatro paredes acolchadas de la celda.
- De pie el doctor quiere verlo.
Me costó pararme, mi cuerpo y mi mente se encontraban entumecidos por el silencio. Adentro uno no sabe que hora es, el tiempo se mide por la medicación, las pastillas son cada doce horas pero es fácil perder la cuenta. El otro enfermero nos escrutaba desde el otro lado de la puerta, era alto y rubio, no conocía su nombre aunque si la fuerza de sus golpes.
El enfermero morocho me esposó y le hizo un gesto al rubio que suavizó su mirada.
-Vamos marinero, el doctor quiere hacerle una evaluación, tranquilo, no queremos problemas.
La puerta se cerró con un chasquido que hizo eco en el largo pasillo verde y blanco del pabellón. La iluminación fluorescente del panóptico de vigilancia parecía un tren acercándose por la boca de un subterráneo. Las lámparas creaban pequeñas islas de luz a lo largo pasillo. Era de noche, nunca había salido de mi celda de noche.
Nicolás me esperaba bajo de una ellas, caminó detrás de los enfermeros alentándome y recordando como resistir la hipnosis y las drogas. Los enfermeros parecían ignorarlo.
Las rejas del panóptico se cerraron delante de el.
-Traigo al interno 138 para una evaluación con el doctor Vince.
El guardia se levantó de su silla miro una planilla marcando una cruz con una birome.
-Pabellón B, sala 30 Morales, te vas a acordar, 3 a 0 y a la be, te suena…
El enfermero rubio sonrío.
-Callate pecho frío, amargo, viven de la desgracia ajena, como todos los equipos chicos.
Lucía estaba sentada en el escritorio del guardia dibujando. Al verme me sonrío y me mostró su dibujo. Eramos ella y yo, un corazón gigante y un sol azul. Dejo el dibujo y con tres saltitos vino a donde estábamos parados nosotros. Puso su pequeña mano entre mis dedos. Su sonrisa traviesa se estampó en mi cara.
-Este debe ser leproso, mira como sonríe – dijo el guardia
-A este le faltan más jugadores que a Atlético Rafaela, abrime, dale que no tengo toda la noche- lo apuró Morales.
El guardia acciono un interruptor y las rejas se abrieron dejando ver otro corredor igual al que habíamos cruzado.
Caminamos por el pasillo tomados de la mano y en silencio hasta la puerta número 30.
- Sino me dice su nombre no puedo comenzar a hacer una evaluación- la doctora hablaba con una tono de voz neutro, profesional y con una pronunciación gutural.
Apenas la podía oír, Nicolás me gritaba que tuviera cuidado, Luis puteaba a los enfermeros, Ana lloraba en silencio, parada, apoyando sus manos en el escritorio, Lucía dibujaba con crayones el piso de cemento, Ricardo golpeaba la puerta llamando a los enfermeros para volver a la celda.
-Luis, Ricardo, Nicolás, Ana, Lucía, llevamos semanas hablando y nunca me dijo su nombre siempre hablamos sobre otra gente- prosiguió la doctora, la letra erre la pronunciaba mal, gangosa, como mezclada con una g..
-Querrá decir, Ricardo y no Grincardo, llamé al enfermero no tengo nada que hablar con usted.- dijo Ricardo golpeando la mesa.
-Usted trabaja para el estado, sabe perfectamente mi nombre y por que estoy acá- contestó Nicolás con voz marcial.
-La intención de esta entrevista es completar la información para su evaluación que la junta médica realizará …- prosiguió ella imperturbable.
-Eso no me importa, lo único que importa es cuando mierda me van a dejar salir de esta pocilga- la interrumpió Luis gritándole violentamente a la cara
-No ve que acá adentro me voy a volver loca- dijo Ana entre lágrimas
-Esta es una entrevista preliminar para su evaluación, en quince días que será llevada a cabo en quince días, si va bien podrá pasar a un tratamiento ambulatorio supervisado…
-Estoy muy arrepentida doctora, he hecho cosas horribles, pero no me merezco, - Ana interrumpió, sollozando..
-Doctora, no me podría dar lápices y papel para dibujar- dijo Lucía parándose de un salto del piso
-La única manera que su caso progrese, es que trabajemos…- su voz era segura a pesar del bajo volumen de sus palabras.
-Usted solo busca lavarme el cerebro con electroshocks y pastillas para encerrarnos para siempre,.- Nicolás dijo señalándola con el índice- una idiota que ni siquiera sabe hablar bien nos dice que es doctora, ¿doctora de qué usted?, yo estoy acá en contra de mi voluntad, y exijo que se me libere.
-¿Encerrarlos? ¿A quienes?- su mirada ignoraba al resto de nosotros y me miraba a mí, el único que estaba sentado y quieto frente a su escritorio.
-A mí –respondí y mi voz acostumbrada al silencio me sonó extraña.
-Usted esta acá por que sufre trastorno de personalidad múltiple, más conocido como esquizofrenia, las voces dentro de su cabeza, lo manejan.
-Yo se quien soy- dijo Ricardo
-Entonces dígamelo – dijo ella mirándome a los ojos.
Intenté responderle pero se interpuso Nicolás.
-No estoy autorizado a dar más que mi rango y número de serie
-Podría conseguirme unos crayones, el amarillo esta gastado tengo que pintar el sol de azul.
Luis, Ricardo, Nicolás, Ana, Lucía, lloraban, gritaban y se paseaban por la habitación, apenas podía pensar, la doctora me hablaba pero no podía escucharla.
-Por favor todos ustedes cállense, estoy harta- dijo la doctora levantándose del escritorio y elevando el tono de voz por primera vez. Sorpresivamente todos obedecieron. Luego se sentó y continuo en su tono de voz muy bajo.
-Estoy acá para ayudar, pero no puedo hacerlo sino me escucha, la única manera de salir de aquí es que trabajemos juntos, ahora, usted me iba a decir algo.¿Qué es?
-Me llamo Ramiro García y quiero salir de acá- mi voz me sonó extraña, era la mía pero la recordaba distinta, como cuándo uno se escucha a sí mismo en una grabación.
Cerré los ojos, luego los abrí y miré a mi alrededor, la habitación estaba vacía todos se habían ido, excepto la doctora que me seguía mirando a los ojos impasible.
-Que bueno volver a verte Ramiro- dijo ella sin sonreír pero con un tono condescendiente.
-Gracias doctora Laurino- le respondí, mi voz no tenía rastros de ninguna otra.- es bueno estar de vuelta.
-Pasó mucho tiempo- dijo levantando la ceja izquierda, recordé ese gesto aunque no podía precisar de donde.- Ahora a trabajar.
Sonó la llave de la cerradura y entró un hombre calvo, joven, alto. Bebía café en una taza de plástico. La doctora le dejo su lugar detrás del escritorio y se paró para prepararse un café instantáneo en el microondas que estaba en uno de los rincones de la oficina. El abrió una carpeta de cartulina celeste que tenía mi nombre y encendió un pequeño grabador de periodista que extrajo de uno de sus bolsillos.
-Disculpe la tardanza, soy el doctor Roberto Vince, como ya sabe usted será reevaluado en quince días. Sino le molesta voy a hacerle algunas preguntas.
La doctora caminó hacia el escritorio con la taza de café en una mano y apoyó la otra en mi hombro.
-¿Cuál es su nombre?
-Ramiro García- la erre gangosa de la doctora Laurino, vibró adentro de mi garganta.
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