Hace un tiempo que me tocó escribir sobre la espectacularidad de un adolescente quién vendió su guitarra para comprarle el estuche. Y para ubicarle en el tiempo y el espacio, lo referí como marco, a su madre. Al leer esa introducción, mi hermano Alfredo, olfateó recias características para conformar con la vida de Haydée(la madre) una peculiar historia.
En aquella ocasión signifiqué que la ‘cercanía de mi casa con la de Haydée era tanta que cuando ella entonaba un Salmo, yo le podía dar seguimiento con mi guitarra y que ella, al detectarlo, paraba el hilo melódico’. Momento en ‘que también yo frenaba la progresión de acordes y que ella coronaba el hecho con una risotada que, de algún modo, le anulaba los efectos del hambre’.
Afirmé, en aquel texto, ‘que la violencia intra y extra doméstica le condujo a la viudez muy joven con dos hijos a cuestas. También que sus padres con su partida al exterior habían abierto un resquicio por donde se filtró un débil rayo luminoso que combatía la oscuridad de su hogar. Pero que una ruptura matrimonial de los mismos, restó fuerzas a su leve y única esperanza. Entonces, el congregarse en un templo protestante tomó en ella cuerpo y le aportó lo que de un tirón había perdido’.
Andando, por esos caminos, conoció a alguien que exagerando la condición de la ‘maleabilidad’, penetró por una delgada hendidura y se alojó en un espacio que en ella, sólo había creado, la hipótesis de poder un día emigrar. Y, como forma de consolidarse en la posición, le hizo otro hijo. De modo que ahora eran cinco, los que se alimentaban de la posibilidad de poder alguna vez surcar el océano.
Sin embargo, el intruso tampoco llegó solo, porque todas las tardes indefectiblemente Haydée sufría los disparos verbales de una mujer que alegaba ser la dueña de su ‘marido’. Con ataques que muchas veces fueron más allá de la pura verbalización y que ella en su impotencia, se sentía aún más disminuída, por aquello que se le endilgaba de destructora de hogar.
Su terror vespertino crecía tanto que llegó a ser un alivio la visita inesperada de otra mujer que afirmaba que la anterior era a élla a quién le había robado el esposo. Y, entonces, Haydée formó con la recién llegada un frente defensivo en contra de la otra y reía de dolor al recordar todo el tormento que le dio la que no tenía ningún derecho.
Después de un largo sufrimiento mi vecina al fin llegó a New York. Aunque con el pesar de haber dejado atrás su tercer hijo, como forma de cortar la atadura con aquel hombre que agarrándose del infortunio de ella, buscaba para su vida una salida egoísta. Lo que sigue es muy fuerte y trágico, por tanto, discúlpame hermano, pero debo parar.
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