Al despertarse lo primero que oyó fue el traqueteo del tren. No era ni un tren moderno ni antiguo. No se parecía ningún tren que conociera. De hecho, pensándolo bien, no recordaba haber ido nunca en tren, así que no podía comparar. Se incorporó y miró a su alrededor. El vagón estaba medio lleno.
“Próxima parada…Valencia”.
El tren fue frenando lentamente, casi sin hacer ruido. Una vez parado, se abrió la puerta del vagón y bajó del mismo un anciano apoyado en un bastón. No subió nadie. El tren continuó con su ritmo cansino.
A su lado se sentaba un chico joven, de pelo largo, que miraba aburrido por la ventanilla. Enfrente vio una chica joven con aspecto hindú y su lado un hombre de rostro severo, vestido con un traje que no supo reconocer. Le dolía terriblemente la cabeza. Pensó que debía haber estado de fiesta y que estaba de vuelta a casa, con la resaca.
“Próxima parada…Madrás”.
El tren, de nuevo, se detuvo suavemente, y se apeó la chica hindú. No subió nadie.
“¿Madrás? No me suena esta parada. Quizá me he equivocado de tren.” Intentó recordar donde había cogido el tren, pero no lo consiguió. Lo peor es que tampoco recordaba hacia donde quería ir, y eso le asustó un poco.
“Próxima parada…París-Bercy”.
El tren volvió a pararse y bajó una madre con sus dos hijos. No subió nadie.
“¿París? ¿Cómo que París? ¿Qué clase de línea es esta?” Sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo.
“¡Ah, ya estás despierto!”, era su compañero de asiento el que le hablaba.
“Sí, eso creo, aunque por lo que estoy oyendo, creo que no me he despejado del todo… ¿Sabes hacia donde va este tren?”
“La verdad es que no, nunca he ido hasta el final, así que no se donde acaba.”
Bueno, no era una respuesta muy normal, pero en aquellas circunstancias tampoco le extrañó demasiado.
“¿Y donde bajas tú?”
El joven le miró con extrañeza. “No lo sé todavía”.
“¿Cómo no vas a saber donde bajas?” La verdad es que su compañero de viaje estaba empezando a exasperarle.
“Veo que estás un poco confuso. Debes de ser uno de los antiguos”
“¿Antiguos? ¿Qué quiere decir eso de antiguos?”
“¿No te acuerdas cómo funciona? Sólo sabes donde has de bajar en el momento que anuncian tu estación. Sí, ya sé que me vas a preguntar ¿y cómo sabes que están anunciando tu estación? Pues… lo sabes y ya está. Sabes que es a ti al que esperan en esa estación y bajas.”
De repente su compañero se puso serio. “¿Sabes porqué estas en el tren?”
La verdad es que no tengo ni idea, pero no se lo voy a decir. “Vengo de una fiesta y voy a casa, tengo una resaca que no me deja ni pensar”
El joven se quedó pensando un instante, como su vacilara en responder. Finalmente, volvió a mirar por la ventanilla.
Mientras, el tren había efectuado dos paradas más (con dos nombres de estación que ni siquiera entendió) y ya sólo quedaban cuatro personas en el vagón. El hombre de rostro severo, un chico medio desnudo al fondo, su compañero y él.
“Perdona que me haya puesto un poco a la defensiva. Tengo la impresión de que ibas a decirme algo y te has callado. ¿Qué era?”
El joven se giró. Parecía incómodo. “Es que si no recuerdas lo del tren, no sé cómo explicártelo. Nunca me he encontrado en esta situación”.
“¿Qué situación? Me estás poniendo nervioso. ¿Quieres explicármelo de una vez?”
“Vale, vale, como quieras… ¿Recuerdas algo de tu vida? ¿Cómo te llamas? ¿Dónde naciste? ¿Quiénes eran tus padres?”
“Mmm… la verdad es que ahora mismo no consigo recordar nada… Ya está, me habré dado un golpe en la cabeza y tengo amnesia, ¡por eso no recuerdo nada!”. Respira aliviado.
“Me temo que no es por eso, verás, todos los que estamos en este tren estamos muertos…”
“Madre de Dios”, piensa, “yo con amnesia y mi única ayuda es un loco de atar”. “Esto… creo que voy a bajarme en la próxima estación y buscaré un médico para que me hagan algún examen. Y sinceramente creo que tú deberías hacer lo mismo”. Sonríe con condescendencia.
“Como quieras. Luego seguiremos hablando”. El tren parece que disminuye su velocidad de nuevo.
“Próxima parada… Oxford”.
El hombre de aspecto severo se levanta y baja del tren con un aura de dignidad. Sin embargo, al tratar de seguirle, descubre que no puede moverse. Como si estuviese soldado al asiento. Un sudor frío recorre su cuerpo. “Y si…”
El tren arranca de nuevo. El silencio en el vagón es asfixiante.
“¿Lo entiendes ahora? No podrás bajar hasta que llegues a tu destino. Sé que tienes muchas preguntas pero sinceramente, no puedo ayudarte. No sé porque suceden así las cosas. De alguna manera sabes que estás muerto, y que estás en este tren, quien sabe si para toda la eternidad. Y que sólo puedes bajar cuando llegas a tu parada”-
“Sí pero, ¿por qué en una parada y no en otra?”
“Eso sí que puedo explicártelo, al menos por experiencia propia. Bajas en una parada donde esté alguien que te conocía. Cuando bajas, no ves una estación de tren, de repente todo cambia y estás en otro lugar. Es como un sueño, donde se revive algún momento de tu pasado con la persona que estaba esperando el tren. Tú no puedes hacer nada. Simplemente eres un observador”.
Mientras tanto el tren ha efectuado otra parada (Kinsasa o algo así) y el chiquillo medio desnudo se ha bajado. Ya sólo quedan en el vagón él y su compañero.
“Próxima parada… Madrid”.
Su compañero se levanta y se dirige hacia las puertas del vagón.
“Espera… no me dejes así. ¡Todavía no sé de qué va todo esto!”
“Tranqui colega… en la próxima parada lo verás por ti mismo. ¡Hasta otra!”
Y así, sin más, se baja del tren y él se queda sólo. El tren continúa su marcha.
“Bueno”, piensa, “a lo mejor me llevo una sorpresa. Estaría bien ver a alguien conocido y recordar algo”. Empieza a sentir un hormigueo en el cuerpo y se siente alegre por primera vez desde que se despertó.
“Próxima parada… el Olvido”
“¿El Olvido? ¿Cómo que el olvido? ¿Qué lugar es ese? ¿Qué significa?”
Como loco empieza a cruzar los vagones del tren, hacia la locomotora. No ve ninguna anilla de parada de emergencia. Llega a una puerta cerrada, y ya no puede seguir. Golpea la puerta salvajemente mientras grita: “¡¡¡Por favor, quiero bajar, yo no debería estar aquí!!!”. Pero es inútil, nadie responde.
A su izquierda ve una ventana entreabierta. Sólo puede asomar la cabeza, y así puede ver hacia donde se dirige el tren. Lo que ve es un túnel, negro como una noche cerrada, denso, infinito.
Y entonces comprende la terrible verdad que se esconde detrás del dicho: “Uno no muere del todo mientras alguien le recuerde…”
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