Felipe Garrido
Lágrimas
¿Ahí está todavía? ¿No ibas a tirarla? ¡Te lo ordené!, gritó la intrusa, fúrica, con voz de puerca. Pero, ¿por qué no iba a estar allí? Yo quería verla en ese lugar, cerca de mí. Me gusta abrir los ojos y encontrarme enfrente los ojos de Anacarda, como si estuviera conmigo, a mi lado. Apenas Rubén llegó a mi cuarto sin mirarme, como si yo no estuviera, supe lo que iba a pasar. Cuando llega así yo sé enseguida lo que va a suceder. La intrusa se quedó en la puerta, apoyada en el marco, mirándome sin dejarse ver los hermosos ojos entornados, echando hacia adelante los pechos vencedores, moviendo la cabeza mientras Rubén entraba a la recámara, se deslizaba entre las dos camas, alargaba la mano y se llevaba la fotografía. Primero yo no quise llorar. Ya lo había decidido. Mil veces me dije que nunca volvería a llorar delante de la intrusa. Pero apenas me lo repetí por dentro, para mí, sin mover los labios, se me rodaron las lágrimas y ella me vio. |