estaba laborando cuando sonó el teléfono. era mi hija de 16 años a quien no veía desde que vino a este planeta... dejé mis labores y me senté... hola, le dije. ella rió y me habló sin dejar de reír y hablar al mismo tiempo... sonreí ante aquella experiencia cuando desde la ventana de mi espacio pude observar a un grupo de siete novicias, deteniéndose en la puerta de mi centro laboral, para rezar, rezar, como si en sus gruesos y rojos labios besaran los pies del buen dios... todas vestidas de blanco, en sus manos purgaban, acariciaban un bello blanco rosario... sentí que estaba frente a siete ángeles, aves blancas, espíritus puros... dejé de atender el teléfono y me acerqué a la ventana. las novicias continuaban orando... las saludé. ellas sonrieron sin dejar de rezar... quería irme volando con ellas, como si el aire que me rodeaba fuera una tersa brisa y mis manos, alas blancas... de pronto, escuché el sonido de un violín dentro de mi centro laboral, balbuciendo tiernas melodías, solitarias como toda mi existencia... atemporales, atemporales... el inicio de una existencia se media en cada latido de este universo... era libre. estaba dentro de la eternidad de una paz sin medida... un abismo blanco me abrumaba como olas en un inmenso peñasco... el aló de mi hija me hizo volver de mi bello vuelo... aló, respondí, y ella continuó hablando sin dejar de reír y reír... miré a las siete novicias, y ellas me miraron directo a los ojos... no dijeron nada, pero de sus gruesos y rojos labios florecían bellos silencios... estuve viajando con ellas, en una simple oración... la vida en un latido dentro de infinitos latidos... sí, era hermoso vivir...