11/3/2010
Amalgamas
Estaban todos muertos. Me levanté de mi cama y estaban todos muertos. Me desperté, esta vez de verdad. Otro mal sueño a las cuatro de la mañana. Fue decididamente difícil lograrme dormir de vuelta... ¿cuánto tiempo habría pasado? ¿Una hora, dos horas?
Sueño... volvió a darme mucho sueño. Debía estar cansado.
Esta vez era un jardín enorme, abandonado. No, no lo estaba. Aparecía de nuevo esta mujer en frente de mi. No me podía ver, o quisás no quería. Parecía buscar algo o alguien. Era un gran atardecer de un clima templado. Las plantas salían verdes de entre los empedrados rectangulares. Humedad, una tibia humedad acariciaba el viento.
-Estoy bien -dijo mirando al este-, realmente estoy bien.
Y ahí giró la cabeza para mirarme y sonreirme. Su cara sólo transmitía paz, y me contagiaba. Fue un gran sentimiento de paz que duró poco.
Era una de las muy pocas veces que comenzaba el día con semejante satisfacción. El día asomaba un recambio de ánimos. La tormenta del fin de semana parecía un mal recuerdo, para dar paso a un lunes radiante y desvergonzadamente enérgico, tal falta de respeto de la naturaleza hacia los hombres... un atrevimiento que hoy lo sentía favorecedor.
Salir de casa sería una nueva experiencia. Los colores no eran los mismos, mi jardín no era el mismo, y ahí los vi.
Ante el contraste del rocio que cuidaba mi césped, pasaban los transeuntes; eran los muertos. Cerré el cancel de la reja, comensé el camino hasta el transporte diario... y los veía a todos. No eran los mismos, los podía ver de verdad. Caminando sin ver el suelo, estaban todos muertos.
Subí al bus, miré hacia el fondo. Caras conocidas y otras no tanto, ya no las vería igual... nadie parecía estar vivo.
Sentándome contra el lado derecho seguí viendo un largo cementerio de gente andante. Somnoliento, cabecié y miré de nuevo hacia fuera: era la parada de la plaza.
Mi mente se tornó en blanco, era la única manzana donde podía ver el sol con todo su esplendor. Era la única extensión vacía, nadie cruzando el centro más que para hacer cola en alguna fastidiosa parada.
Y antes que el chofer volviera a retomar su marcha, como buscando los detalles de la vida entre tanta muerte, mirando a través del vidrio, en el epicentro del verde alguien se pone en pie para continuar su caminata. Nuestras miradas se reencontraron en un instante eterno de paz. |