Tengo en mi casa un viejo óleo que compré a un artista desconocido hace varios años.
Posado en plena pared de la sala, permanece inmóvil, casi desteñido por el sol, y el polvo. Es uno de los pocos que ha sobrevivido entre tantos viajes y traslados. Me quedé con él por alguna razón extraña.
Es una pintura de un artista ignóto, un trabajo sin terminar, ambiguo, a veces me parece desabrido y tan carcomido por el tiempo que me da pena botarlo al olvido.
Pero esta pintura que retrata una escena de un músico callejero , de pronto pareciera que vuelve a la vida y que recobrara esos colores que alguna vez tuvo. Pues tal cual lo digo; cuando a mi casa llegan visitas, amigos, foráneos, extranjeros o cualquier personaje, este inverosímil óleo se transfigura en una pintura deseada, admirada, y reconocida. En complicidad con el atardecer o la primera luz del día, entremezcla luminosidad y revuelve mágicamente sus tintes pálidos y desteñidos, para convertirse en una desbordante obra llena de luz, colores y fuegos que alegran y recogen hasta el menos apasionado individuo. Las alabanzas van y vienen: - y ¿Quien es el artista?, ¿Dónde puedo conseguir uno?, -pero ¡qué técnica más perfecta!, - ¡extraordinario!, miren estos colores. -De seguro debe ser un artista extranjero…
Pero esa alegoría artística, y exaltada que inunda mi sala y los corazones de mis invitados, se desvanece poco a poco, una vez que mis comensales se van yendo uno a uno. Y así este cuadro que hace unos segundos era el centro de atención, va cayendo de nuevo en el letargo, en el sosiego, en el anonimato, en la opacidad de sus trazos frente a mis ojos.
Me han ofrecido hasta 3000 dólares por esta obra, pero me he negado. De alguna forma me cuesta deshacerme de él, y también ante el temor que una vez comparado este especial óleo se transmute nuevamente en lo que es.
Y pasan los días y años, y allí mi óleo querido, esperando otra mirada, otro asombro, otro aliento, otras palabras expertas que lo alaben y lo saquen aunque por un rato, de mi mirada que lo perpetúa en la soledad de los dos, en una triste obra gris, destinada al monótono olvido.
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