Corrientes y 9 de Julio, a los pies del imponente obelisco de Buenos Aires. Allí estaba yo mirando de mala manera a las personas que a mi lado pasaban, porque todos parecían altivos en sus actitudes para conmigo, algunos me observaban de reojo y con arrogancia seguían caminando, otros simplemente me ignoraban, pude ver con cierta vergüenza ajena a aquel conductor de taxi que sin disimulo y justo a mi lado se introducía el dedo índice en uno de sus orificios nasales mientras esperaba a que el semáforo le habilitara el paso (de seguro se percató de mi presencia, pero eso no importaba para su nariz).
Ya casi no recordaba desde cuándo estaba yo ahí parado, el tiempo de repente se me pasó con indulgente velocidad, algo que resultó apaciguador para mi espera… ¿Qué era lo que esperaba? Ahora no lo recuerdo.
Al menos no estaba solo, había dos hombres también esperando, uno a mi derecha y otro a la izquierda (como desconozco sus nombres los llamaré así de ahora en adelante: “derecha” e “izquierda”).
Derecha parecía aburrido pero no impaciente, simplemente se recostaba sobre las rejas que hacían las veces de “corralito” que separaba la vereda de la calle para evitar accidentes en la tan transitada esquina, al tiempo que jugaba haciendo muecas con su boca, entre sus piernas un bolso le hacía compañía.
Izquierda era casualmente lo opuesto a Derecha, impaciente pero no aburrido. Pude ver como fumaba de manera compulsiva y miraba a todas direcciones, como si fuese un fugitivo con poco disimulo. Tenía esa extraña capacidad de tronarse los dedos de manera constante, algo que al cabo de unos momentos me hizo odiar al muchacho.
Una persona con un perro pasó por mi lado y éste último tuvo la tentativa de orinar justo en mis pies, pero su amo lo arrastró con la correa impidiendo que el acto sea cometido (no por respeto a mi, sino porque al parecer estaba muy apurado como para dejar al animal hacer sus necesidades). Otra vez intenté recordar qué era lo que tanto esperaba… pero nada.
Al cabo de unos diez minutos Derecha recibió un llamado a su teléfono celular, a lo que Izquierda reaccionó creyendo que era el suyo, con desilusión descubrió que no era así. Pude escuchar la voz de Derecha y con poco supe que estaba esperando a un amigo que lo llevaría a algún lado (así se explicaba el bolso que tenía) cortó y otra vez el bullicio de la avenida sepultó cualquier ruido.
Fue cuando pasó… Esta increíble mujer caminó hacia mí a paso acelerado, una belleza que parecía sacada de un sueño o cuento de hadas. A mi lado, Izquierda, hacía un movimiento extraño que no pude identificar porque estaba estupefacto, “Me miró, sé que me miró” pensé, no tenía la menor idea si era a ella a quien esperaba pero poco me importaba, estaba allí y se acercaba cada vez más.
Comencé a pensar en un saludo, ni muy conservador ni muy lanzado… pero mi escasa experiencia en el tema solo me retribuyó un “hola” que no pude pronunciar, porque justo cuando llegaba a mi espacio privado de aquella esquina dobló y se acercó al nicotínico de mi izquierda, él la saludó con un beso que ella casi despreció (tal vez porque no lo esperaba), de todas formas el beso de Izquierda fue definitivamente mejor que mi “hola” jamás pronunciado.
Segundos más tarde los vi alejarse… ¡Qué ojos!; ¡Qué boca!; ¡Qué mujer!; No es que no se me haya ocurrido besarla, simplemente, y aunque se haya acercado a mi y no al fugitivo de la izquierda, no hubiese podido.
Derecha, que miraba a la chica mientras se alejaba (imagino qué era lo que observaba) recibió un nuevo llamado telefónico, esta vez, al cortar, tomó su bolso y se fue a paso ligero.
Luego volvió el perro con su amo, esta vez aparentemente el tiempo sobraba, porque dejó que el cuadrúpedo haga lo que tenía que hacer justo sobre mí. ¿¡Es que ya no tienen respeto por los buzones!?
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