Me pregunto sí será el calor ambiente el que activa los recuerdos, esos que he guardado tan celosamente en un rincón de la memoria y no conozco la respuesta. El verano avanza y transcurre lento; las temperaturas suben cada día, obligándome buscar constantemente el refugio fresco de la sombra del viejo árbol, cuyas ramas se mecen con la brisa estival como bailando, como cantando, como murmurando. Para desterrar mis pensamientos intento leer y concentrar mis pensamientos y mi mente en otras situaciones, en otros dolores, en otras alegrías, pero nada, porfiadamente esa etapa escondida se hace presente y me digo:
- Qué tiene el viento del atardecer, que junto con las risas lejanas de niños, también me hace escuchar el diálogo silente de otra tarde, de otro día, de otro tiempo?
Me respondo preocupada que no lo sé.
Hasta esta tarde lo creía borrado, o tan guardado que nunca más saldría a la luz, pero ahí estaba. Con la mirada nublada y el corazón encogido creo ver cómo la luna perdió su brillo hasta no parecerme tan hermosa como antes… Los recuerdos poco gratos se agolpan, se amontonan y me golpean como acumulándose a mi lado, intento alejarlos con cariño pero, a la vez bruscamente, porque tengo una extraña sensación de culpa. La experiencia me lo gritó tantas veces y no la escuché, debí jugar, sólo jugar…sin importar quién cayera o quién perdiera. Ahora es tarde para arrepentirme de lo que hice o de lo que dejé por hacer.
Es tarde, muy tarde.
No me queda otra cosa que burlarme por no haber aprendido de otras lecciones. Siempre que mis pensamientos llegan hasta este punto, me doy cuenta que soy incapaz de sojuzgarlos, y me recrimino mil veces por mi candidez, y más que eso, por mi estupidez. La vida no ha cesado de golpearme en lo que más me duele, y sin embargo…nunca me agoto de tropezar con la misma piedra. Tal parece que la desilusión ha de acompañarme siempre y que el dolor forma parte de mi misma. Incluso a veces intento maldecir mí sino, sin embargo mantengo un obstinado silencio y nada digo, cuando debería gritar hasta quedar sin voz…
¡Qué mala costumbre!
La razón me aconseja simplemente olvidar, pareciera tan simple, algo así como borrar del disco duro de mi vida su presencia, sus palabras, sus promesas, su voz acariciante… todo! A veces obediente como una alumna aventajada lo logro, pero sólo por unos días, al menor descuido él vuelve a estar presente en mis interrogantes y no puedo dejar de exclamar: ¿dónde está?
Esa parte fría y calculadora de mi cerebro me responde: en cualquier lugar, quizás muerto o simplemente lejos y en brazos de otra... y mi corazón se rebela porque prefiere lo primero, es menos duro que aceptar que su amor se derrame y se anide en otra vagina, como antes lo hacía en la mía, cuando nos jurábamos amor cada día, cada noche.
Antes, qué terrible palabra, lo encierra todo, lo guarda todo: caricias, besos, arena, sol, playa, montaña... En cada lugar en el que estuvimos todo fue amor y pasión. Antes, no sabíamos vivir un minuto alejados del otro; cualquier medio era bueno para acercarnos, para hablarnos, escucharnos y decirnos cosas; para encendernos y enloquecernos de pasión, alejándonos del mundo y huyendo de quienes nos conocían para así disfrutar solos de lo que sentíamos.
Antes, no tiene fecha, sólo es eso, algún momento que no se quedó pegado a la hoja de un mes del calendario, pero que sin embargo pareciera casi eterno y sin fin, aunque un día cualquiera la verdad golpeó inclemente y se produjo el derrumbe total y con él vino el alejamiento y esa espantosa sensación de incredulidad que hace exclamar: ¡no puede ser!, Pero lo era.
Ni siquiera supo mentir o dar una explicación viable, todo fue tan simple, tan natural…en vez de dos, éramos tres…
Desde ese día, hasta el de hoy, cuando medito bajo la sombra del viejo árbol, cuando el sol del verano abraza todo a mí alrededor, cuando intento vanamente olvidarlo…la brisa estival golpea mi memoria hasta hacerla sangrar y el libro se escurre de mis manos ajeno a mis pensamientos y satisfecho de que su contenido jamás será modificado como un día lo fuera mi vida. Lo observo con envidia, sus páginas abiertas por la brisa me atraen como un imán y me dejo llevar hasta sus letras negras para desaparecer entre la tinta de sus páginas y así, mágicamente me convierto en el último capitulo, aquel que dice: Fin.
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