He perdido el control del grito que
congela mis membranas
de ave en vuelo, el
rastrero y omnisciente
labio de la efímera planaria que
espera a la orilla del silencio, he
sucumbido al llanto, a la miseria,
al despojo más inhumano de la vida
del hombre de sal, el
escorbuto de mis manos
que no quieren escribir como los dioses
lo planearon.

He perdido las líneas de la vida,
las hojas caucásicas de un
diluvio de cenizas, he clamado al
sol por una sonrisa, he rezado a su
dios por una caricia, he mirado las
lápidas de los héroes con un
impulso de gata escondida.

He perdido los recuerdos en
flamígera llama de sudores,
en ardientes murmullos de carne
quemada, de olor a cuero chamuscado,

de aromas de inconmesurable
y sobria madurez, he alzado
el vuelo sobre las manos
de un mar seco.