Fernando se despertó recordando que ayer había llegado a la ciudad su viejo amigo Carlos . Luego de una rápida pero meticulosa ducha, desayunó, bajó las escaleras, caminó al paradero de buses y se subió a uno que decía alameda.

Se bajó en Bulnes y caminó diecisiete calles al sur. El frío acarició su nariz y sus orejas. Cuando atravesó el pequeño parque, las hojas amarillas bailaron a su espalda.
Por la decimoquinta calle las casas le dieron la impresión de estar apretujadas para soportar mejor el frío. Se detuvo frente a la puerta verde con el numero 2442 e hizo sonar una pequeña campana.

Carlos lo recibió en silencio con una amable sonrisa. Lo invitó a pasar, se sentaron en la mesa de una cocina muy austera y tomaron té servido en cuencos de cerámica sin ornamentar. Al cabo de un par de horas de mutuo silencio Fernando dijo:

- Me da mucha alegría ver que te encuentres bien.
- A mí también -respondió Carlos.

Se dieron un abrazo y Fernando regresó a su casa.