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PÉNDULO
El día en que colgó sus sueños, la noche caminaba despacio.
Los dejó ahí, en el árbol de caimito para no olvidar detalles.
Un sol de tarde le arrancaba destellos, de cuando en cuando, a una vieja cruceta.
Ignacio, con sus ojos de tierra volcánica, la miraba balancearse como péndulo asesino.
La tarde en que lo llevaron preso, él ya no tenía miedo.
Tras de sí quedó su hija de 13 años, oculta su cara bajo un delantal de flores.
Lo encerraron por seis lustros. Mucho tiempo para una vida, pero el maldito que deshonró a su Marta, merecía morir.
Un puñado de años le arrugaron el rostro.
El día en que le abrieron las rejas, su hija lo esperaba, no tan niña como antes, pero sí rebosante de amor hacia él.
Un hombre joven estaba a su lado. Ignacio lo miró con desconfianza.
Tras una mirada breve hacia aquel árbol, disipó sus dudas.
Colgando de una rama, un acero ensarrado se mecía con el viento.
El viejo abrazó a su niña y con una mueca llena de sueños, le sonrió con lágrimas a su nieto.
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Texto agregado el 23-05-2010, y leído por 102
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Lectores Opinan |
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23-05-2010 |
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Después de treinta años de encierro, no solo arrugas debe haber tenido, también debe haber blanqueado el alma, en ese abrazo con su hija y nieto, seguramente, cayeron lágrimas de arrepentimiento, duro, pero con final blando y tierno gordinflon |
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