Tras la tarde rojiza, un viento cansado corría por el aire desnudando árboles.
El hombre se agarró de un bejuco, y en el momento, varias hormigas negras le nacieron en las manos.
Un hilo de sangre reptaba por su pecho.
Miró el potrero. La imagen de una casa sin color se apagaba ante sus ojos.
Sobre el polvo, el hilo de sangre dibujaba una rosa.
¡Pensó en su hijo! Y lo vio entre jaragua, jugando con caballitos de madera.
Cayó de rodillas. Unos pasos se acercaban.
El sol huía, la noche se arrimaba, esparciendo sorococas y cuyegos.
¡Hijo! – gritó con sus últimas fuerzas.
¡Papá! – dijo el niño.
¡No hubo respuesta!
Una sombra sin tiempo le arrancaba el alma.
Texto agregado el 23-05-2010, y leído por 98
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