FRONTERAS Y SUEÑOS
Era una noche sombría… aterradora, y más aún cuando un golpe arañó la puerta. El repartidor, traía una carta del banco comunicando que sino pagaban la casa en 24 horas, se la quitarían a la familia. Sus dueños; un hombre laborioso con su esposa, una niña y un pequeño bebé.
A la mañana siguiente el padre buscó la forma de pagarle al banco lo que debían, se puso vender limones en la esquina de la calle. La madre como era maestra de medio tiempo recibía un sueldo muy pobre.
En la tarde el padre había recaudado 3000 colones y la madre solo 13 000, lo cual era insuficiente para cancelar la deuda.
Mientras tanto en una universidad la hija mayor, Susan, no terminó la licenciatura en Secretariado, pero intentó seguir estudiando.
Al día siguiente llegó el banco. Y diciendo y haciendo les quitaron la casa. Los siguientes días pasaron en hoteles baratos sufriendo mil complicaciones.
La suerte tocó al padre, que pudo conseguir un puesto como guardia en el cementerio.
Tres noches después unos drogadictos daban muerte al honrado hombre. Su familia estaba destrozada y una vez más la calamidad los arropó con su manto.
Volaron los años, 12 largos años se marcharon en silencio. Con mil esfuerzos, la madre compró una modesta casa ayudada por su Susan, que se había convertido en una excelente secretaria de una gran empresa.
Pero, un dolor más se avecinaba… Y en un día cualquiera de mayo, a la madre se le diagnosticó un cáncer. Su hijo llamado Jesuá, ya tenía 12 años. Desde que murió el padre, ella había comenzado a fumar como una desquiciada, y ahora, años después, sus pulmones le pasaban la factura.
Una semana después del diagnóstico, muere la madre.
Jesuá se fue a vivir con Susan, pero la misma tarde en que espera reunirse con su hermana, un accidente en carro la leja para siempre de su vida.
La mañana lo sorprende en una cama con muchos niños a su alrededor. ¡Un hospicio de huérfanos! Su nuevo hogar.
Dos años más tarde fue adoptado por una familia.
La señora se llamaba Rosario y el jefe de la casa Raúl.
Era una familia acomodada, y por ello lo enviaron a la mejor escuela privada de la ciudad.
Rosario tenía 25 años y estaba terminando la universidad; Paúl tenía 30 y trabajaba en una oficina a dos pueblos de ese lugar.
Ellos tenían un hijo de 13 años llamado Sebastián. Era un chico egoísta, celoso y pelionero.
Jesuá tenía 14 y muy pronto cumpliría los 15.
Sebastián estaba celoso de Jesuá, no soportaba su presencia, a pesar de que el otro nada le hacía.
La semana entrante se haría una fiesta en la casa y Sebastián diseñó un plan para deshacerse de aquel intruso.
Le diría a su hermanastro que sus padres no lo querían y estaban arrepentidos de tenerlo con ellos, pero como le tenían lástima, no se lo decían.
Jesuá creyó aquellas palabras y huyó con la intención de no volver nunca más.
Anduvo errante durmiendo en rincones y calles solitarias, comiendo en basureros, mientras sus padres adoptivos lloraban su ausencia. Lo buscaron mucho, tanto que hasta sus lágrimas se gastaron de sus ojos.
El hambre golpeó duro a Jesuá, tanto que una enfermedad casi le costó la vida.
Fue una mujer quien lo encontró al borde de la muerte, lo llevó a su casa y le dio alimento. Cuando se hubo recuperado lo suficiente, reconoció a la mujer. La buscaban por tráfico de órganos y asesinato a varios niños. No lo pensó más y escapó de aquel lugar.
Avisó a la policía, la cual capturó a la peligrosa mujer.
Las semanas pasaron y el hambre llegó más fuerte que nunca, lo que lo obligó a asaltar a una familia que pasaba por la calle. Los amenazó con una botella quebrada, poniendo el vidrio sobre el cuello de un niño de cinco años. Consiguió dinero, un dinero sucio que le quemaba el alma, pero el hambre que sentía era más fuerte que todo aquello.
Un día se confesó con un sacerdote y le contó su historia, para su felicidad el hombre conocía a sus padres adoptivos, lo llevó con ellos y las lágrimas de felicidad rodaron por los rostros.
Sólo en la cara de Sebastián se reflejaba el odio y la rabia contenida.
Una vez más buscó la forma de acabar con Jesuá, no lo consiguió, y sus padres descubrieron sus intenciones.
El joven confesó que estaba celoso, y sus padres disiparon sus temores.
Las cosas cambiaron y los dos muchachos se volvieron grandes amigos.
Nueve años después Sebastián trabajaba en el Hospital de Niños, se casó y tenía un par de hermosos hijos.
Jesuá, se convirtió en un exitoso abogado, con una gran casa en la playa, y dos hoteles en las islas Galápagos.
Era todo lo que él pudiera desear, mucha felicidad, y no por las cosas que tenía, si no por haber triunfado, a pesar de todas las dificultades que pasó en su vida.
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