EL ÚLTIMO CUENTO




Se sabía conocedor de un don especial para la escritura. Así lo manifestaban el reducido círculo de admiradores de sus cuentos, una suerte de hermandad que giraba en torno de su obra.
Ellos esperaban ansiosos la llegada de su próximo libro, como quién espera la revelación de un misterioso oráculo. Se juntaban en el sótano de un bar y leían en voz alta para todos los integrantes del club. Su asistencia era obligatoria y sólo eran aceptados aquellos que conocían su obra al detalle.
Pero no les alcanzó sólo con eso. Sus miembros, de a poco, se fueron transformando en personajes de las historias. Se vestían, hablaban y vivían en consecuencia; unos, incluso hasta habían cambiado su personalidad y se hacían llamar con otro nombre, el que les había inventado su autor.
El fanatismo había llegado a tal extremo que un día decidieron llevar a la realidad las historias escritas por su maestro y guía espiritual. Algunos eran de la opinión que lo mejor sería actuarlas , filmarlas y guardarlas en un archivo de la congregación; otros, al contrario, creían que deberían llevarlas a la práctica sin medir las consecuencias.
Primó la última idea. Un pacto de sangre se consumó dentro del recinto. Después de ser leídas en público ya no había marcha atrás: las llevarían a la realidad pase lo que pase, esa era la consigna.
Al comienzo, las narraciones sucedían sin sobresaltos y casi siempre terminaban bien, con la salvedad de algún confuso crimen que nadie se atrevía a resolver. Las que más disfrutaban eran las que tenían algo de humor.
Luego, todo se complicó cuando leyeron el último cuento y más corto de todos: el que hablaba de la inminente e inevitable aniquilación de su círculo de admiradores.