Hacía una hora ya que el sol se había ocultado tras las verdes montañas que al oeste se alzaban imponentes.
Una pareja de jóvenes reían sentados en la arena, frente al lago que reflejaba el color de la noche, y brindaba la tenue luz de las estrellas y la luna, dando una sensación de profundidad infinita, en otro cielo que se encontraba bajo sus ojos.
Tras las risas, que los dos buenos amigos sabían derrochar en tan grata compañía mutua, llegó el silencio y la calma. Micaela observaba fijamente el lago, mientras que Damián, fingiendo observarlo también, se hallaba absorto en un sinfín de pensamientos, que todos giraban en torno a tan bella personita que, sentada a su lado, reflejaba el color de la luna en su piel, y su inocencia transparente la hacía similar al inmenso lago.
La brisa soplaba ligeramente, trayendo en el aire el olor a resina de pino y tierra húmeda que la montaña desprendía. La gente no se acercaba mucho a la playa dado que el frio se iba haciendo presente. Sin duda Micaela sintió el viento helado, porque se acurrucó junto al brazo de Damián, apoyando su cabeza suavemente sobre el hombro de él.
El tiempo pasaba lentamente, comparado con la velocidad a la que latía el corazón de Damián. Hacia un año que eran amigos, amigos inseparables. Pero hoy el sentía el aroma de sus cabellos tan cerca, su mente se deleitaba al imaginar el sabor de sus labios, la suavidad de sus mejillas que se habían sonrojado a causa del frio. Podía oír su respiración tan calmada, acompañada por el compás de las olas que lentamente se acercaban a la orilla. Que respiración tan sublime. ¡La de ella!, porque la de Damián se había detenido ya momentos antes, al sentirla descansando junto a él.
Sus sentidos se encontraban bajo un hechizo, hechizo que ella había colocado sobre él al sonreírle cada día durante un año, al haber escuchado su melodiosa voz contar las experiencias más sencillas y graciosas, al haber mirado cada momento sus ojos.
¡Sus ojos!, ¿Qué estaba sucediendo?, precisamente ahora le estaban mirando fijamente. Y el se sumió en esos ojos color miel que brillaban por el reflejo de la argenta luna.
No estaba seguro que estaba haciendo, pero lentamente acercó su rostro a ella. El viento tarareaba sinfonías en su recorrido entre ellos, las estrellas intercambiaban su brillo unas a otras, titilando a todo lo ancho del cielo; el lago detuvo su oleaje, expectante del momento, y una golondrina peregrina voló junto a ellos. Entonces Micaela, acercándose a Damián, fundió sus labios en los suyos.
Adiós al viento, al cielo, al lago y a la golondrina. Todo desapareció para ellos durante unos segundos. Habían cerrado sus ojos.
Cuando los volvieron a abrir, ya habían separado sus labios y sus rostros, y la pícara luna jugueteaba iluminándolos.
Micaela volvió a recostar su cabeza en el hombro de Damián, mientras ambos miraban nuevamente el lago. La escena parecía repetirse, pero sin duda sus sonrisas eran diferentes.

NATSU