LAS MENTIRAS DE LUCIANO
Luciano era un caballo feliz a pesar que no tenía una oreja, un ojo y su cola. Desde que conoció al pato Filiberto, Luciano había vuelto a sonreir a la vida. Filiberto era pintor, y a Luciano le encantaba los cuadros raros que pintaba su gran amigo: árboles que bailaban sobre las nubes, barcos llenos de manos o un sol triste en plena noche, y disfrutaba de la música de violines que ponía su amigo en el tocadiscos. Vivían juntos en las orillas de un río.
Pero, ¿por qué Luciano no tenía esas partes de su cuerpo? Pues, todo empezó por culpa de una mentira suya, la más trágica de todas. Luciano tenía la manía de mentir por gusto. Durante mucho tiempo tuvo suerte que sus mentiras no lastimaran a nadie.
Pero esa suerte se acabó una mañana cuando un caballo forastero le preguntó por dónde se iba hacia el mar. Luciano, en vez de responder que era por el Este, le mintió diciéndole que era por el Norte, sin saber lo que iba a ocurrir. El pobre caballo forastero, muy obediente, a los pocos metros cayó a un hoyo profundo, se rompió las patas y las costillas, y a las pocas horas murió.
Luciano, asustado y arrepentido, fue a su establo a dormir para olvidarse de lo sucedido. Pero allí lo esperaba un Caballo Brujo para castigarlo con un hechizo tenebroso.
-Por tu maldad, a partir de hoy, por cada mentira que digas perderás una parte de tu cuerpo. Por ahora perdiste tu cola- sentenció el Caballo Brujo y desapareció haciéndose humo.
Luciano se miró en el espejo y casi llora al ya no ver su cola, su hermosa cola larga y abundante que tanto admiraban todos en la aldea.
Por varios días no quiso salir de su establo por la vergüenza que lo vieran sin su cola. Pero finalmente lo tuvo que hacer para conseguir sus alimentos y para asearse en un lago.
Cuando sus vecinos le preguntaron por su cola, casi miente al decir que se la cortó porque pesaba mucho, pero felizmente se acordó del hechizo que llevaba encima. Tuvo que confesar la verdad y todos se enteraron del castigo que el Caballo Brujo le impuso.
Desde entonces, pasó mucho tiempo cuidándose de mentir. Cuando le preguntaban algo, cerraba los ojos para concentrarse y respondía adecuadamente.
Mas, una noche, su corazón, que se volvió generoso, lo hizo mentir.
Sucede que al regresar a casa, vio que un zorro se metía a su establo.
-Te lo suplico, Luciano, déjame esconderme hasta que se vaya la Policía. Me meterán preso veinte años si me atrapan- le dijo el zorro asustado, y apenas terminó de hablar, llegaron tres policías y le preguntaron a Luciano si había visto a un zorro ladrón que andaba robándose los melocotones y las uvas de la aldea.
Tan confundido estaba en ese momento Luciano, que solo sintió pena que encarcelaran tantos años al pobre zorro.
-No, no lo he visto- dijo, y los policías se fueron. Al instante, Luciano se dió cuenta de su error. Había mentido inocentemente.
-¡Oh, no!- dijo lamentándose y bajó la cabeza. Se miró en el espejo y comprobó que el hechizo acababa de cumplirse: ya no tenía su oreja derecha.
Triste y avergonzado de no tener su cola y una oreja, Luciano no salió de su establo muchos días, hasta que nuevamente el hambre y el aseo lo obligaron a salir.
Pasaron muchos, muchos meses sin que Luciano dijera una mentira. Tenía tanto terror de mentir que llegó a pensar en taparse la boca con algo para siempre. Pero no lo hizo porque le gustaba cantar cuando se bañaba.
Una tarde que cabalgaba para traer leña, olió algo tan delicioso que se detuvo. Buscó de dónde provenía ese olor y encontró detrás de unas rocas a un osito, preparando una ensalada de alfalfa con mucho kepchup y mayonesa. El osito cargaba una mochila con sus cuadernos y libros.
-¿Me invitas un poquito de tu ensalada tan rica?- dijo Luciano, sin dejar de respirar largamente aquel olor tan agradable.
Y comieron con tanto placer ambos, que cuando terminaron decidieron hacer otra fuente de ensalada.
Justo en el momento en que estaban picando el pasto y la alfalfa, escucharon unos pasos que se acercaban. El osito se escondió detrás de unos arbustos y Luciano vio aparecer a un oso enorme con una correa gruesa en las manos.
-Oiga, ¿ha visto a un osito por esta zona? Es mi hijo, desde hace una semana no va a la escuela. Ahhhhhh, pero los correazos que le daré cuando lo vea a ese bandido- dijo el oso con cara molesta.
Y otra vez Luciano, por buena gente cometió otro error. Lo primero que se le ocurrió fue salvar a su amigo de los correazos, olvidándose del hechizo que lo amenazaba.
-Sí, lo vi hace como una hora, se fue por allá- dijo señalando a un camino empedrado.
De pronto, puso una cara de espanto al saber de su error. ¡Oh no, el hechizo! Otra mentira más sin querer. ¿Qué perdería ahora? Tristísimo, bajó la mirada por un rato y cuando la levantó, se dió cuenta que sólo veía la mitad de lo normal. Sí, había perdido su ojo derecho. Casi llora. Esperó la noche para que nadie lo viera llegar a casa sin un ojo.
Se encerró más tiempo que la vez anterior. Y cuando volvió a salir, vencido por el hambre, ahí sí que empezaron los problemas. Sus vecinos ya no lo querían tener en la aldea. En realidad, sin un ojo, sin una oreja y sin su cola, a muchos les daba miedo.
-Váyase, Luciano, que usted asusta mucho a nuestros niños, tanto que ya ni quieren salir- le decían a diario, hasta que el caballo, incómodo por el acoso de sus vecinos, buscó un lugar para mudarse.
Cabalgó hasta las afueras de la aldea, y a las orillas de un río, vio a un pato que pintaba cosas extrañas, pero hermosas. Era Filiberto, y desde entonces se hicieron grandes amigos. Luciano construyó su nuevo establo junto a la casa de Filberto y volvió a ser feliz con la agradable compañía de su nuevo amigo.
-Te dibujo, Luciano, quiero tener un recuerdo tuyo, quizás alguna vez te marches de aquí- le dijo cierta vez Filiberto, pero Luciano se negó totalmente.
-Sin mi cola, sin mi oreja y sin mi ojo, imposible, dibujarías a un monstruo- dijo apenado Luciano.
-Te dibujaré con todas esas partes, tal como eras antes. Además, eres un caballo bello- dijo Filiberto, tratando de darle ánimo.
-No es igual, nunca sería igual- dijo Lucioano, negándose rotundamente a que lo pintaran.
Luego, como todos los días, se enternecieron al escuchar las bellas y románticas melodías de los violines que emitía el tocadiscos.
Al día siguiente, Luciano regresó a la aldea para sacar un martillo que olvidó en su viejo establo.
En el camino, vio que todos sus antiguos vecinos se escondían asustados en unas cuevas. Huían de unos cazadores de animales que deseaban llevárselos a los zoológicos y circos de la ciudad.
Escuchó unos ruidos de motores que se aproximaban y de pronto se aparecieron varios camiones que se acercaron a él. Bajó un hombre con un sombrero gigantesco para cubrirse del sol y con una escopeta en las manos. Al ver a Luciano sin su cola, sin una oreja y sin un ojo, tuvo un poco de temor, pero tuvo valor para preguntar.
-Díganos, ¿ningún animal vive en esta aldea? Qué raro, no encontramos a nadie, nos dijeron que aquí vivían muchos- dijo con cara de asombro por el aspecto de Luciano.
Esta vez, sí tuvo en cuenta las consecuencias de una mentira más. Y no tuvo miedo al saber que iba a mentir. Qué importa que el hechizo lo cartigara de nuevo. Preferiría perder una parte más de su cuerpo, a que todos esos animales fueran infelices lejos de su hogar.
Pero antes de mentir le rogó con toda el alma al Caballo Brujo que si le iba a quitar una pierna, que lo haga cuando llegue a casa de Filiberto.
-Ayer vinieron otros cazadores y se los llevaron a todos- respondió Luciano sin temblar al hombre.
Apenas mintió, empezó a correr y correr lo más rápido posible antes que el hechizo le ganara. Después de algunos minutos de cabalgar como un rayo, se alegró de aún tener sus cuatro patas. Cuando vio a Filiberto a lo lejos, sonrió tanto como nunca lo había hecho.
Luciano se desplomó cansado a los pies de Filiberto y agradeció al Caballo Brujo por no arrancarle una pierna en el trayecto.
Mientras Luciano tomaba el agua que le trajo Filiberto, esperó resignado a que el hechizo se cumpliera. Estaba tranquilo, echadito sobre un gras tierno, viendo los nuevos cuadros que habia pintado su gran amigo, a quien quería como a un hermano.
Esperando perder una de sus piernas en cualquier momento, se quedó dormido con una cara sonriente.
Al despertar a las pocas horas, Filiberto le dijo que se preparara para ver el cuadro que estaba tapado con una tela blanca.
-Te pinté mientras dormías- dijo Filiberto.
-¡Noooooo! ¡¿Por qué hiciste éso?! ¡Ahora que perdí una pierna soy más horrible que nunca!- chilló Luciano y se miró la piernas. Las contó. Contó cuatro piernas bien puestas. Incrédulo, las volvió a contar, hasta convencerse que no había perdido ninguna.
Entonces, Filiberto descubrió el cuadro y apareció pintado el caballo más bello del mundo: un caballo de pelaje negro brilloso, con sus dos enormes orejas, con sus dos ojos soñadores y esa cola larguísima y abundante.
-Tienes mucha imaginación, soy yo antes de las mentiras- dijo Luciano, mirando con nostalgia el cuadro donde él aparecía completo.
-No, Luciano, te pinté tal como eres ahora. Eres tú, Luciano. El Caballo Brujo te ha premiado por tu bondad- dijo Filiberto y le trajo un espejo.
Luciano, entonces, al verse frente a él, lloró de felicidad cuando vio que su cola, su oreja y su ojo ya estaban de regreso.
Relinchó de alegría con todas sus fuerzas y fue a perderse emocionado por todo el valle henchido de sol. Y Cabalgó, cabalgó tanto Luciano....
|