Hoy como otros días, me dirijo al café, allí la música y las imágenes te acompañan por todos los rincones y la oscuridad pasa a ser un bien preciado. Cada vez que llego allí, el nerviosismo me invade, por que sé que estará presente, como todos los días. El ambiente es oscuro y está cubierto de una capa de humo. Las luces de neon, invaden los espacios y en particular ese día, mi corbata tomó vida frente a las murallas espejadas. Paso a la caja y pronuncio con carácter “un corto chico”, es que ahí me conocen, extiendo la mano con el dinero y de vuelta recibo una ficha color verde luminoso. Me abro paso entre la multitud y escojo el lugar más alejado junto a la barra. De espalda a mi, está ella, mujer de mediana estatura, hombros y omoplatos de huesos delgados, espalda erguida, caderas y piernas, que muestran delicadeza en sus contornos, pero a la vez una potencia infinita. De pronto, de un giro ella clava sus ojos azules en los míos. En ese mismo instante escucho de fondo a Tito El Bambino, con su melodía “ Mi cama huele a ti”. Pensar que hoy al despertar esos ojos estaban junto a mi, haciéndome imaginar que era el océano azul el que me atrapaba. La aproximación hacia mi fue inmediata y el beso en mis labios no tardo en llegar. Como estas papacito, me dijo y mi corazón salto tan alto que aún lo estoy buscando. Bien le dije mi morena, extrañándole. Con “chocolate y azúcar” igual que siempre me dijo y yo aún estaba en el beso y recuperando mis latidos. Hoy caminé de nuevo al mismo lugar, pero al llegar me percaté que algo había ocurrido, afuera se podían ver algunas de las mujeres que trabajaban en el local, pero mi morena no estaba, de pronto una de sus colegas me identificó y con pena me dijo, que a mi morena la habían reportado y que ya nunca más estaría con nosotros.