Todo se inició un primero de junio en la mañana. tomó sus dos libros de ingles y partió hacia el instituto cultural. Era su primer día de clases, sintio nervios en el trayecto por ser su primer día, por las nuevas caras y, claro, por el profesor de ingles que le iba a tocar.
Aula 305 en el tercer piso: cortinas abiertas, muchísima luz, ojos cegados.
Las carpetas: todas pegadas a las paredes, gran espacio en el centro y toda clase de miradas y en frente de todos un teacher obeso y grandote que hacía un gesto temperamental de "¡pase y siéntese de una buena vez, guy!"
Fue entonces donde toda la luz se poso en una sola fémina persona, alguien que sonreía y poseía una mirada tan dulce que el sintió una bofetada, ya no podía verla, fue súbita aquella impresión, la timidez lo obligo a no mirarla más y a sentir que le pasaba una aplanadora por encima cada ves que esa miradita se le posaba de ves en cuando, lógicamente él se preguntaba ¡por que diablos! reaccionaba de tal manera.
Su timidez dominante fue bondadosa aquella "mañanita de invierno" a la hora de salida pues de alguna manera entablo charla con ella, la chica “ojitos lindos” o “mirada avasallante” desde ese entonces obtuvo el derecho de ser su gran amigo, este paquete privilegiado incluía dejarla en casa casi todos los días, invitarla a salir, ir al cine y dar vueltas y vueltas por toda la ciudad.
Paso un buen tiempo, para ese entonces ya estaba terriblemente enamorado de ella, sonreía embobado, se embelesaba en su miradita matadora y en sus labios perfectos, y sus sueños y sus despertares eran eso, “ojitos lindos” y nada mas. La cara de sonso en el espejo era impresionante y que ganas de abrasarla y besarla sentía. Pero pasó muchísimo tiempo valioso antes que pudiera animarse a decirlo, apesar de las miraditas amorosas que ella le daba, fue una verdadera odisea.
Fue en una de tantas veces de amigos y después de tanto monólogo doloroso, en donde uno siente que puede pues la confianza nace en ti como un disparo, donde ves que si no arriesgas pues nada logras y pones toda la carne al asador y te envalentonas en el momento y dices todo, a lo bestia, pero lo dices.
Fue entonces que en ese pedazo de mundo, en ese espacio urbano de una calle húmeda y gris de un barrio salvaje por las fieras de metal, él dijo balbuceante y de lo más nervioso y de lo más cursi: “tu eres la que me gusta” y que ganas sintió de estrellarse la cabeza contra un muro por haber dicho solo eso y de esa manera tan tonta, pensó, pero lo hizo. Se despidieron hay nomás, pero ella no pudo ocultar una cara de pánico y confusión terribles.
Al siguiente día la respuesta fue sencilla: Quiero estar sola, lo siento, te quiero como el gran amigo que eres, vales mucho, bye.
Aquella noticia fue bomba, sintió morirse por buen tiempo, sintió ganas de secuestrarla o hipnotizarla, en fin, nada podía hacer mas que seguir siendo el mismísimo buen amigo de antes, claro, si es que ella se lo permitía, aunque ya nada sería igual.
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