¿MIEDO YO?
Este cuento no me pertenece. Lo tomé – con su permiso – de una idea de la genial Dulce-quimera a quien se lo dedico agradecido.

Después de la lluvia de cenizas, cuando aún las tinieblas no permitían identificar las figuras que se movían tambaleantes en el desconcierto de remolinos y tifones, percibió que él ya no estaba. Había concretado su decisión y emprendido el camino sin regreso del emigrante que le permitía escapar de la Comarca del Tártaro. Un destino de equilibrio y bonanza le esperaba más allá del Bosque de los Miedos que debería atravesar.
La había invitado a seguirlo pero ella no se arriesgó al cambio que le prometió para el momento en que llegaran al Reino de la Armonía. No tenía el valor que hubiera necesitado para escapar de esa hoguera de tormentos, de las profundidades de la perdición y de los abismos de las discordias y enredos.
Cada vez que intentó acercarse a los confines de la Comarca sucumbió en los despeñaderos donde reinaba la infelicidad, las hostilidades y la guerra para caer al abismo, teñida en sangre e incinerarse en las llamas de la pira incandescente. Su espíritu volvía una vez más al vacío, a temerle al ridículo, al fracaso, a lo desconocido e imprevisto.
De nada habían servido los impulsos placenteros que él le había infundido contándole de sus esperanzas por alcanzar la felicidad en las tierras del Reino, donde todo era paz y orden. Allí la beatitud y el sosiego permitían a la inteligencia desarrollarse con tranquilidad y a los cuerpos reposar en la reconciliación de sus propias limitaciones, logrando el equilibrio de la serena amistad que se convertía en indisoluble. Allí reinaba el amor en todas sus acepciones, era la gloria del paraíso eterno que garantizaba la estabilidad de los sentimientos.
Cuando finalmente comprendió que el temor sólo habitaba sus pensamientos limitando su capacidad inteligente, pudo aplacar sus aprensiones y admitir que se había acercado lo suficiente al límite de la Comarca; comprobó que el Bosque estaba allí, a su alcance y bastaba con atreverse a cruzarlo.
Se dijo que había llegado el momento y que a pesar de sus miedos debía esforzarse en lograr el objetivo.
Entre la arboleda reinaba el misterio de la oscuridad y la muerte, de la violencia, el hambre y la miseria. A pesar de ello y de la humedad que flotaba, se sintió indiferente al temor. Era raro, ella que se asustaba del menor ruido caminaba erguida y con decisión.
Cuando llegó al fin de los árboles, la luz de la luna iluminó la senda y entonces giró para dar un vistazo atrás y allí logró verse tirada en el suelo.
Se sintió confusa, comenzó a palparse y comprendió que era un ser espiritual y que había muerto de temor al principio del bosque, pero su perseverancia por superar el miedo fue más allá de lo razonable.