Si me iré, para siempre, a romper la imagen frente al espejo que guarda lo que he sido, lo que soy, las heridas, las risas ruidosas, las sonrisas lagrimosas, cómplices de lo que siento.
Me voy de lo que soy, de lo que era, pero guardando los buenos ratos (y los malos), los días de ausencias prolongadas que me hacer pensar y morirme un poquito con su correspondiente renacimiento de alegría. También me quedo con los gritos, los enfados que me provoca mi propia cabeza, y la salida de los mismos, constante autoperdón (total si no me perdono yo, que importa que lo hagan los demás). Me quedo con mi presencia alegre, mi locura ingrata. Mejor que se quede el recuerdo de los suspiros pasados y los que están por venir, me quedo con la sensación reconfortante de los amaneceres de estirones en mi cama vacía, con el recuerdo de lo que mis manos han hecho y piensan hacer. Y si, también conservaré de mi cuerpo mis ojos, con sus miradas de pena, alegría, rabia, melancolía, ilusión, asombro, con todo lo que olvidan haber visto y lo que siempre recuerdan. Estará bien conservar mi boca, la que se ríe indebidamente a destiempo y sonríe cuando tiene ganas, la que grita y no para de hablar. Con mi lengua roja también me quedo para que pueda saborear lo que está por venir y me siga trayendo el gusto de las cosas ricas y amargas. Mis piernas me las quedo, con lo que han recorrido y está por recorrer, aunque me duelan los pies (que también me quedo) y se cansen de caminar, nunca se si tendré que echar a correr en cualquier momento. Por supuesto me quedo con mis manos, por todo lo que tocan, crean y recrean (también por lo que está por tocar). De todas formas me voy, aunque me quedo con mis oídos que me dejan disfrutar la música aún cuando me vence el sueño ( es todo un milagro que me hagan escuchar tu voz) . No se si olvido algo, por si acaso y por lo que pueda venir ( que es mucho) mejor me quedo. Y me quedo con todo lo que soy, sin renuncias.
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