La Chingadera
-¡Ya nuestra maquinita detectóóó...! ¡al más inteligente...!
Me arreglé la corbata, me acerqué al palco ocasional en el que sería ovacionado, y las luces desprendidas hacia todas partes se centrarían sólo en mí. Sólo en mí. Toda la gente quedaría a oscuras y yo allí, asediado por los aplausos.
La música se detuvo y todos dejaron de bailar. Esperé en silencio y en vano.
El inteligente era un tipo alto, un poco sin lentes.
La música sonó de nuevo, sin embargo, todos seguimos bailando.
Yo no sé si lo hago bien, digamos que me gusta esto de rayar el aire con las palmas. Soy, precisamente, la clase de persona que odia bailar, pero que le encanta cuando hay alcohol de por medio.
Hoy soy un gasolinero que baila como verdulero y mis coyunturas están aceitadas al máximo.
Siempre ha de haber un par de viejos en exhibición. Él se tuerce como un camión a punto de volcar y ella como una grúa que lo jala. Creen que lo hacen bien. Nos tienen impresionados.
"Ya nuestra maquinita detectóóóóó..... ¡al poeta.....!"
Me sentí comprometido. Me pararía delante de todos disimulando la emoción y todas las luces entre el bullicio se me lanzarían encima, sólo a mí. De pie, en el podio, diría con modestia: "Mi etapa de denuncia, señores, se reduce a dos líneas, cuando escribí aquellos polémicos versos que todos ustedes recordarán...”
Aplausos, muchos aplausos y
sí, no podía ser sino un negro lívido. Estos seres son extraños, bailan con la misma facilidad con la que escriben o juegan básquet. Lo cual es falso. Pero cualquier cosa que muevan o digan parece bien.
Baila una muchacha de vestido verde. Buenas caderas, lúcidas. Las luces le pasan acariciando el cuerpo. (no, las luces le pasan lamiendo el culo). Espléndida.
La exquisitez del alcohol es que hace bella a cualquier mujer. No sólo a la que lo ingiere, sino además a la que se posa como una mosca verde ante la mirada bizca.
El joven que baila con ella se lanzó de bruces. Yo no podría hacer algo así sin romperme la jeta. Él cayó exactamente sobre la punta de su pie y retornó hacia atrás, meneando cada nalga. Baila para la gente como yo, que observa a los demás. Es como mi títere. Más bien, yo soy su títere. Maneja mis ojos hasta con los codos.
"Ya nuestra maquinita detectó al idiotaaa..."
Tuve miedo, tuve mucho miedo.
El idiota resultó ser un tipo gordo al que seguramente le tendrían un buen apodo. Me sentí aliviado pero con un cargo de conciencia terrible.
A tres pasos míos baila un muda. Abochornada. El sudor de todos apesta y ella piensa que es el suyo. Baila con un tipo apático de genes mongólicos, que se sacude la energía dispuesto a no dejarse adentro ni una sola gota. Estas muchas mudas son calientísimas.
El mongólico es chato, pero tiene unos incisivos grandes. Se nota que no la come bien.
Por fin dio vuelta el camión y la grúa lo levantó, dando carcajadas. Él se metió los dedos entre el cincho y se ajustó el pantalón, dándoselas de flamenco siguió bailando en cuatro cuadros del piso, con las manos en alto.
"Ya nuestra maquinita......."
(Todos le gritamos shó a la maquinita; o creo que fui sólo yo).
"Al indecente....."
El indecente era un tipo así y asá. Yo creo, por supuesto, lo que él cree. Ya, el alcohol tiene su objetivo claro, claro, todo está claro, la gente no se cansa de bailar, todos sudan y no se acuerdan del pañuelito que se metieron con cuidado adentro de la bolsa. La mayoría de esas mujeres que bailan usan brasier, se tocan las tetas cuando se lo quitan y huelen su calzón sudado. Después lo tiran al suelo o sobre otro puño de ropa.
Independientemente del sonido, mis tímpanos son poco tolerantes, pero aquí estoy, feliz, haciéndole señas al tipo para que aumente el volumen.
No había hablado de mi pareja. También ella es así y asá. Supongo que odia las bicicletas, tiene pésima vista y odia tener que agarrarse de los tubos del autobús.
"Señoras y señores, vamos a juzgarnos unos a otros... ¡Un voluntario, un voluntario...!
"Señoras y señores, olvidémonos del voluntario y de juzgarnos... ¡Y que siga la chingaderaaaaaa.....!"
Me siento irritado con Susana Mack. Me obligó a que viniera a bailar con ella y ahora me dice que se quiere ir. Le pregunté que si a la cama, conmigo, y se puso a llorar.
Además, si grité lo del calzón es porque es cierto, pero Susana Mack no lo comprende.
Trensito. Me molestan el confite y la serpentina sobre la cabeza. A lo largo del riel me lo sacudo cada dos tres pasos, cada dos tres pasos, cada dos tres pasos, la cintura, la cintura. La cintura que toco adelante tiene orilla de tanga, parece que es de esos calzones en V. Es la muchacha de vestido verde. Todo es alegría y a ella no le importa que la aprete con cuatro dedos la nalga, cerca muy cerca de su drenaje.
¡Plongón!
Qué morongazo. Esas cachetadas duelen. Por suerte Susana Mack no se fijó en la secuencia. Sólo se dio cuenta de que todos me miraban. Sólo a mí, marginado del trensito y agarrándome la cara.
Sin embargo yo tengo una duda. Si Susana Mack sigue llorando, por qué no se marcha de una vez y vete de aquí, retrasada mental.
Lo cierto es que cada vez oigo más eco. Hay más eco y tropezamos menos unos contra otros, qué pocos somos, qué poco valemos, ayayayyy...!
Una luz a todo volumen y la música ranchera chillona me dicen que es hora de salir. No hago caso, siento unas palmadas en mi espalda. Me volteo y pregunto ¿y Susana Mack?, có cómo que se fue...
Tres manos me agarran de los hombros, me llevan a la calle y la puerta se cierra. Me busco entre todas las bolsas del pantalón, entre la camisa, entre las del saco y nada. Repaso las manos sobre el suelo, en la oscuridad. Perdí las llaves del carro. Pues caminaré.
"¿A dónde se fueron todos, todos todos tus cariños y mi amor..."
Canto a lo largo de la avenida, creyendo que he creado un grandiosa composición.
Antes de entrar a mi casa desdoblo unos billetes enrollados que apenas distingo con la luz intermitente del taxi.
Entro y me acuesto bostezando, cantando. Qué chingadera.
Definitivamente no soy feliz. En la oficina hablarán mal de mí. Tenía un año de no recordar mi timidez. Hoy Susana Mack estará tras su escritorio, tecleando su computadora y cuando me vea entrar me dirá un forzado buenos días, o nada. Estará maldiciendo la hora en que me dijo vamos a bailar, apenas fue anoche. Son las cinco de la mañana y más tarde sabré con precisión lo mal que algo puede sentirse delante de Susana Mack.
Baño, perfume, hoy es un día normal, nada de sugestiones. Todo el mundo se va de chingadera y por qué puedo sentirme mal. Yo, precisamente yo, que sólo me divertí con bailar y tomar un poco. Así que llegaré como si nada. El mundo no ha cambiado. No ha pasado nada. Diré buenos días y Alejandra... Alejandra recordará que le dije grúa. Mierda. Qué día más maldito, es como si me estuvieran vedados a mí, exclusivamente a mí, todos los placeres.
Qué aliento. Y lo de los calzones, y la cachetada... Bueno. Todo bien.
Llego a la oficina y antes de entrar siento que tengo cara de imbécil, de degenerado. Lo mejor es no hablar con nadie.
Buenos días, digo a Susana Mack, odio bailar, pero te invito a bailar mañana en la noche.
Ella abre la boca y teclea como si sus puños pegaran sobre el capó de un camión. Pero después se ríe y me dice sí. |