He visto ese fulgor en esos ojos que me analizan con un toque de inocencia, es mirar dentro de un vértice oscuro y melancólico que sucumbe ante el aliento que baña tu piel. Sobrevivo de resuellos, de palabras y toques involuntarios que nacen de eminencias perdidas en le laberinto de tus venas; aquel que concluye en esa figura infinita que se dibuja sobre el papel de tu alma, papiro alquimista que irradia tinieblas al compás del tiempo infinito; no existe a la par de la ausencia de tus susurros y de el pesar de dejarte que no es penetrante ya que siempre te guardo celosamente para mi, siempre te llevo, siempre te tengo. Es tratar de enmudecer las palabras cóncavas que amanecen de oscuridad y poner la reacción exacta para sucumbir ante la emoción precisa de sentirte viva como en el primer amanecer, sentirte tibia como en el primer atardecer, sentirte mía como en el primer anochecer. Siquiera alcanzar tus alas es una utopía palpable que se manifiesta con el fervor de que implotas en mi y que explotas de mi lo enterrado y jamás antes hallado.
Media noche cae, baña los tintes que cubren mis ojos; tintes marrones que se reflejan en el acto imperativamente salvaje para encontrarme en ti y en las palabras que callas; sombras son mi medio y has hecho de ellas el tuyo, inundándolas con tintes negruzcos que ratifican la perplejidad de los ángulos que se dejan caer sobre las planicies de tu magia y las curvas de tu alma. Te sigo, te observo; siempre lo hago, como un fantasma presente; a manera te cuido y te sirvo, así como sirves y sos mi motor para volar, para cruzar esas planicies de peste que se alejan entre las penumbras de los pesares olvidados, de los océanos mundanos.
Sigue con esa guardia silenciosa, con ese tacto sutil que guardas para mi; ese tacto con el que trazas tus alas sobre mis venas donde te has perdido, donde limas y aguardas, donde vives y vuelas con alas oscuras, alas de vida y alas de muerte. Bebe mi sangre que yo vivo en la tuya.
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