A Oscar le correspondió ser el último guardián de las campanas, aquellas que fueron traídas en barco desde Londres a nuestro país, por ahí de 1950. Él sabía que esa sería su última noche, pues una antigua leyenda decía que cada treinta años una de las cinco campanas que constituían el conjunto dejaría de sonar, y que la última en hacerlo presagiaba la muerte del último de sus guardianes. A Oscar le correspondía tan determinada suerte; pero estaba convencido de que tal resolución del destino era lo mejor para la humanidad entera.
Sabía, según la leyenda que al silencio de la ultima campana las guerras acabarían y la paz eterna reinaría entre los hombres por siglos sin fin.
Tenía miedo, pero a la vez le embargaba un mesiánico sentimiento de heroísmo y valor que lo reconfortaba. Sin embargo, no lograba comprender del todo, como unas viejas campanas medievales, heredadas por su abuelo, serían la salvación del mundo. Recordaba cómo se divertía con los relato del octogenario, acerca de monstruos fantásticos y príncipes que salvaban a las doncellas de las fauces de los dragones. Venía también a su memoria con agrado, pero a la vez con temor, el relato de unas campanas que un hechicero había conjurado con cierto anatema de suma importancia para la humanidad. No olvidaba que cada vez que contaba esa leyenda, los ojos del anciano se llenaban de brillo y por sus mejillas resbalaban gotitas de agua. A sus 27 años, Oscar comprendió al fin , porqué lloraba el abuelo.
La noche se tornó fría, pero no había ni una sola nube que ocultara el rostro de la luna, que llena se filtraba entre las ramas de los pinos cercanos, produciendo en el bosque un ambiente de celestial belleza. Para calentarse Oscar recogió trozos de leña que apiló cerca de un tronco hueco y sacando de su bolsillo un viejo encendedor de los ochenta, logró encender una hoguera que casi incendia las ramas más bajas de los árboles próximos.
Junto a él estaba Freddy, su amigo de siempre; mismo que durante la Guerra de los Alpes le había acompañado en los operativos de salvamento y socorro que la Cruz Roja Internacional había coordinado en aquellos tumultuosos días.
Mientras esperaban las doce de la noche, hora en que la leyenda acabaría, así como la vida de Oscar, los dos grandes amigos se dispusieron a jugar cartas. Eran las nueve y todavía quedaban tres horas para hacer lo que más les gustaba; compartir una buena partida de póker. De todas maneras la suerte estaba echada y nadie podía impedir que la leyenda se cumpliera. En los ojos de Freddy se dibujaron nubes de tristeza, pues no lograba entender porqué su mejor amigo estaba resuelto a morir por tan extrañas circunstancias. Exclamo entonces:
-¿No hay forma alguna de que te libres de esa maldición?. Oscar no respondió, sólo escuchaba la última de las campanas que al son del viento no dejaba de repicar en el entarimado que durante ya más de un siglo habían instalado a propósito sobre el pino más alto del bosque. Desde ahí, incluso la brisa más leve movía las campanas, aunque en forma repentina y sin ninguna explicación cada treinta años una de ellas dejaba de sonar.
De pronto el sentenciado cortó el silencio con un largo suspiro, después del cual dejó escapar una bocanada de aliento, que a la luz de la fogata semejaba el humo de un cigarrillo. Ya había dejado ese vicio años atrás. Sólo conservaba el viejo encendedor de los ochenta; reliquia que había ganado en una apuesta de dados en la Universidad de Oxford cuando estudió ahí. Respondió entonces:
-No Freddy, mi destino esta marcado. Tu sabes que si no muero la leyenda no se cumplirá y el mundo seguirá viviendo las guerras absurdas que durante milenios ha rebajado a la humanidad a la condición más inferior de las especies. Si los animales matan para sobrevivir, los hombres sobreviven para matar. Estoy harto de levantarme todas las mañanas y escuchar las noticias de la radio sobre los últimos conflictos armados en el Medio Oriente, o la Guerra en el Polo Norte por las reservas de petróleo. De la vuelta al terrorismo en la América Central y la expansión del ejército chino en el este de Europa. O en África, cuyas luchas encarnizadas por recobrar la paz en el sur del continente no lograron sino avivar más las diferencias raciales que tanto daño hicieron y siguen haciendo hasta nuestros días. Y es que fíjate que hoy es? Por cierto: ¿qué día es hoy? interrumpió su discurso dirigiendo la mirada al reloj de Freddy.
- Bueno, hoy es, respondió su amigo mientras apretaba unos cuantos botones de su reloj digital : hoy es 15 de octubre del 2100.
-¡Claro!, hoy es 15 de octubre del 2100 y aún no han dejado de cesar las guerras entre nosotros. Aún seguimos con nuestra absurda y egoísta manera de ver el mundo: ¡Sólo existo yo y nadie más que yo!. ¿Cómo pretendes que me cruce de brazos sin hacer nada por resolver esta situación? ¿O es que en tu hueca cabeza se han filtrado sentimientos de traición al destino, pretendiendo que desista de mis nobles intenciones?. ¿O es que quieres que destruya las campanas y con ellas la única posibilidad de que el mundo se salve de una hecatombe final? . Si fundiera el metal de esas campanas se acabarían con ellas todas nuestras esperanzas. Si no muero yo, seguirán muriendo miles de inocentes almas y la humanidad no tendrá ya otra oportunidad. Deberá callar la última campana para que la aurora de la paz vuelva a brillar.
A Freddy le parecía un discurso vacío, lleno de la demagogia que caracteriza a los gobernantes de turno. ¿Pero acaso Oscar, era un gobernante, o algún enviado del cielo?. Temía mucho la respuesta, así que prefirió callar.
Una lechuza voló sobre sus cabezas, agitando el aire y con ello las cabelleras despeinadas de los dos amigos.
Habían transcurrido dos horas entre esa y otras conversaciones sin sentido. Eran las once y Freddy creyose transportado hacia la fatídica noche en que el "Maestro" había sido entregado a las autoridades romanas para su condenación. Se vio transportado al huerto de Getsemaní, desde donde los apóstoles velaban, pero cuyo sueño les impedía realizar tan importante tarea. También él tenía sueño, pero no quería dejar solo a su amigo en esos momento finales. Al menos estaría con él en lo últimos minutos, cuando ya todo se hubiese consumado.
Y el tiempo que no repara en detenerse, continuó robándole minutos a la vida. A las doce menos quince, una fuerte ráfaga de viento comenzó a batirse sobre las copas de los árboles y la única de las campanas que aún sonaba empezó a repicar cada vez más alto, hasta que todo el bosque se llenó de aquel sonido nostálgico que producen todas las campanas del mundo. Los amigos se tomaron de la mano y Oscar pronunció no sé que palabras que confundidas con el viento parecían una oración al Altísimo o un conjuro a la misma muerte
El corazón de Freddy palpitó cada vez más fuerte, casi hasta estallarle en el pecho; entonces, apretó con más fuerza la mano de su compañero.
-¡Adiós amigo!
-¡Adiós mi hermano!
-¡Acuérdate de mi donde estés!
-¡Te lo aseguro!
Un estallido ahogó el sonido del viento, mientras una centella cruzó las dimensiones de la bóveda celeste. Por entre el hueco de la noche bajó un haz de luz que cubrió a los dos jóvenes. Freddy no acababa de comprender lo que estaba sucediendo. Oscar sí, sabía que ese era el final de su historia y el principio de una nueva era para los habitantes de este nuevo planeta. Todo estaba consumando.
Eran las doce en punto, tal como la leyenda lo había predicho. A esa hora la última campana había dejado de sonar y el ultimo de los guardianes había dejado de existir. Al menos en este mundo.
Cuando la luz se fue difuminando hasta perderse en el cortinaje de la noche y el viento cesó totalmente, Freddy se encontró de nuevo debajo de las sábanas a medio tender en la misma cama que desde siempre le había visto dormir. Era las doce y un minuto de la noche y aunque suponía era un sueño lo que había experimentado se cercioró pellizcándose la oreja izquierda para saber si aún estaba dormido. Como sintió dolor se tranquilizó por un instante. Pero luego para terminar con toda sospecha, marcó el número de la casa de su amigo Oscar. Como no contestaba, supuso que aún seguía durmiendo, pensamiento que lo alivió hasta las luces del alba.
A la mañana siguiente, y en las primeras noticias de la televisión le llamó poderosamente la atención una en particular: "El cuerpo de un joven de escasos 27 años había sido encontrado muerto en un bosque de pinos en las afueras de la ciudad. Muy cerca de él yacía en el suelo una extraña campana de bronce que había perdido su martillo, lo que la hacía inservible. Los habitantes de aquella región aseguraron haber visto bajar del cielo un rayo de luz hasta el predio donde encontraron el cadáver".
Esa fue la última historia fatídica que se escuchó en el planeta. Las radioemisoras y prensa televisiva habían dejado de programar noticias. De todas maneras no habían eventos importantes qué cubrir. La palabra "Guerra" había desaparecido del diccionario y la muerte se había esfumado de la faz de la Tierra.
Lo que sucedió esa noche no fue un sueño. Corría el año 2100 de nuestra era.
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