José Antonio Carrero
Desértica
En unos solares baldíos,el espectro espeluznante de un caballo comía los únicos indicios visibles de aquella escuálida hierba que crecía tímida desde las mismas entrañas de la tierra.En ese mismo lugar,según las historias que la gente pasaba de boca en boca,hubo una vez una vieja casona de madera dentro de la cual habitaba como un espíritu en penitencia una vieja con tantos años en sus ojos que ya se había tornado casi ciega por completo y la cual durante las noches oscuras dormía dejando un viejo quinqué encendido junto a la entrada de la puerta con la esperanza de que iluminara a su hijo Hermenegildo,el cual había partido del pueblo hacía ya trescientos quince años y jamás había vuelto a saber de él,en caso de que regresara a la casa en medio de la noche.Decían las historias que su hijo Hermenegildo nunca regresó al pueblo y que aquella vieja también partió una noche en medio de una tormenta de llamas que amenazaron con llevarse la patria entera aquella noche.De ese incendio sólo quedaron aquellos solares baldíos en los cuales aquel remanente de caballo ejercitaba su mandíbula morosamente y la leyenda de que algunos se habían tropezado con aquella vieja,cuando la luna de plata marcaba la media noche por los senderos de la patria,llevando un quinqué en sus manos y llamando a su hijo Hermenegildo el cual no había visto durante trescientos quince años.
Era que en aquellos caminos enlodados de aquellos arrabales de casas amontonadas había un sin fin de historias ocultas pues habían estado allí en el mismo sitio,casi desde siempre,casi desde ese primer segundo en el cual el mundo fue más mundo,casi desde ese primer segundo durante el cual el mundo se convirtió en este reguero de mierda indescriptible.Aquellos enlodados caminos lo habían visto todo o casi todo,habían visto como las mujeres de amores nocturnos desfilaban en procesión casi perfecta durante las noches desoladas como ésta en busca de añadir una nueva página a aquel manojo de historias que tenían por colchón para su alma ligera.Aquellos caminos fueron los únicos,mudos testigos de la noche en la cual cortaron a Elena.Habían visto las gallinas y los cerdos creer ser orgullosos señores hasta llegar al punto de pasearse,con sus cabezas en alto,como si fueran grandes dignatarios del extranjero que andaban de visitaba por la patria tal y como lo hacían aquellos diplomáticos que llegaban al muelle de la patria,decían ellos y que en visitas oficiales,en aquellos grandes barcos.Eran recibidos en el viejo muelle del país por una banda de músicos que había sido llevada hasta allí a punta de pistola.Los diplomáticos eran corretiados de un lado para otro en los vehículos oficiales de la dictadura,cuyos velocímetros jamás marcaban menos de setenticinco millas por hora,y los que amanecían en los arrabales de la patria.Aquellos caminos también habían visto a los gobernantes en propiedad convertirse en animales y arrastrar toda su podredumbrey su inmundicia con melancólica miseria por aquellos senderos de la patria suplicando por el voto del pueblo cada cuatro años.Las verjas de zinc eran monumentos a la dejadez de los desgobiernos corruptos los cuales siempre sufrieron de una descomunal amnesia selectiva al momento de cumplir viejas promesas de campaña,una descomunal amnesia selectiva tan grande y tan vieja como el mundo mismo.Unos simples agujeros que habían sido cortados en las paredes de las viejas casonas cuando fueron construídas hacía ya muchos siglos atrás,hacían las funciones de ventanas en las viejas casonas de los arrabales de la patria,ventanas a través de las cuales se escapaban en torbellino violento los sueños y las ilusiones,durante el día.Un viejo fogón en la parte trasera,a sólo unos cuantos pies de distancia de una apestosa letrina construída con pedazos de tablas descoloridas por el maltrato del tiempo y carcomidas por la polilla,de techo de zinc y cuyos años la habían hecho inclinarse hacia uno de sus lados haciendo recordar a la Torre Inclinada de Pisa,hacía las funciones de cocina como también de patio predilecto de unos niños esqueléticos que lo correteaban casi todo el día,con sus fundillos al aire,sus pies descalzos,sus rostros llenos de mugre y desconsuelo.Aquellas casonas de los arrabales de la patria no habían sido diseñadas por un gran maestro arquitecto europeo sino que habían sido diseñadas por la necesidad,la pobreza,el desespero,los cuales lograron producir en la patria una rara mezcolanza de tablas de madera,cada una de las cuales podía contar miles de historias diferentes sobre sus correrías por estos rumbos del mundo,que habían sido clavadas unas al lado de las otras,en fila imperfecta,hasta conseguir simples y monótonos rectángulos a los que coronaron con sombreros metálicos tejidos con viejos pedazos de zinc por cuyos agujeros se filtraba el agua de lluvia como lágrimas de desconsuelo amenazando con ahogar a los habitantes durante las noches de tormenta.Sus habitantes dormían todos amontonados en el único cuarto de aquel lúgubre cajón.El cuarto era imposible de pasar desapercibido porque un pedazo de paño,todo mugroso y que hacía las funciones de puerta,lo marcaba.Sobre aquel sufrido techo se sentaba Juan con sus amigos a revivir aquellas viejas historias las cuales la gente había mantenido vivas pasándolas de boca en boca.Decían las historias sobre árboles que daban por frutos granos de oro tan grandes como naranjas y cuyo peso era tan descomunal que hacía que hasta las ramas más altas y más gruesas de los árboles más frondosos se doblaran,cediendo ante el peso,hasta tocar la piel del mundo.Las historias hablaban sobre extensos sembradíos en donde se cultivaban rubíes más grandes que un tomate,las historias contaban sobre extensas granjas que se dedicaban a sembrar esmeraldas más preciosas que aquellas que se pueden encontrar por los senderos de Colombia la hermosa.Pancho,el hijo de Dolores,la comadrona del arrabal,la cual había ayudado a traer al mundo a casi toda la patria.Hermenegildo,el hijo de aquella vieja que se había quemado en aquel incendio que un poco más y se lleva la patria entera y también Ramón,el hijo de Juana,la que decía poder leer las cartas y poder predecir hasta el más oscuro,más íntimo,más secreto de los futuros,se habían ido para siempre por esos senderos del mund.Se habían ido por esos senderos,tan desconocidos para muchos,en busca de aquellas tierras que contaban las historias pero jamás regresaron al pueblo en el que nacieron un día de tormenta furiosa que hizo temblar,desde lo más profundo de las entrañas,los cimientos de la patria como nunca antes tormenta alguna lo había hecho retumbar por estos senderos del mundo.Jamás regresaron al pueblo en el que habían nacido durante un parto que había durado doce horas seguidas y durante el cual la comadrona,Dolores,a la luz de un jacho de tabonuco,casi se había dado por vencida de traerlos al mundo a no ser por una premonición que le removió sus cimientos de mujer tal y como removía aquella terrible tormenta que azotaba a esas horas los cimientos de la patria.En ese mismo pueblo,por esos mismos caminos,se decía que habían logrado llegar al otro lado de la frontera y que habían logrado cruzar el río cuyas orillas estaban separadas,a todo lo largo de su cauce,unas cinco mil leguas de distancia.En ese mismo pueblo se decía que habían logrado cruzar el mar de hirviente arena,que estaba justo después del inmenso río,hasta llegar a la tierra de los grandes sembradíos de piedras preciosas que contaban las historias.Se decía que habían logrado llegar a aquellos senderos del mundo en donde la tierra paría por docenas piedras tan preciosas que jamás se habían visto por estos senderos del mundo,tierras de tesoros tan majestuosos que hacían palidecer a aquellos tesoros babilonios de Nabucodonor o los mismos tesoros de aquellos cultos macedonios de la tierra de Alejandro el Grande.Se decía que habían alcanzado sus sueños,se decía que se habían convertido en grandes señores dueños de tierras tan bastas que le era imposible al astro sol poner en escena su majestuoso acto del ocaso,tierras tan productivas que sus suelos podían satisfacer las bocas de Latinoamérica entera.
Juan logró cruzar aquel río caudaloso el cual marcaba,según aquellas hostorias,el límite de la patria y el comienzo del mundo y en cuyas aguas se escapaba lentamente la patria hasta alcanzar la mar oceana en donde se asentaba sin prohibiciones ningunas formando una nueva patria para una nueva gente,allá,lejos de las orillas de su cauce.Dejó atrás el arrabal de casas amontonadas y sus caminos enlodados.Dejó atrás la casa de putas de La Negra Tomasa por cuyo frente se paseaban aquellas mujeres de traseros protuberantes,de cuerpos de diosas,de miradas coquetas,de vientres de sudor y de perfume barato,bajo la mirada celosa de sus amantes endemoniados.Caminó por aquel desierto miserable,el desierto de la hirviente arena,por cinco días seguidos sin probar bocado alguno,sin probar gota de agua alguna,sin escuchar palabra alguna de ser humano alguno que no fueran aquellas voces que eran arrastradas por el viento y cuya procedencia había tratado inútilmente de descifrar en innumerables ocasiones afinando su oído, concentrándose,sentado frente a la fogata,de frente al viento y hasta de espaldas a él.Terminaba confundiendo la procedencia de aquellas voces y terminaba quedándose dormido frente a la fogata,frustrado,sin más remedio que aprender a vivir con aquellas voces atadas a sus oídos durante el día y durante la noche fría y desolada.En algunas ocasiones le parecían voces,otras veces le parecían súplicas,rogativas, algunos días le parecían un llanto continuo,durante algunas noches,especialmente las más oscuras y desoladas del desierto,le llegaron a parecer aullidos de perro macho que llegaban hasta él cargados por el viento para morir tendidos en la intensidad de aquella fogata que pretendía calentar su cuerpo peregrino en medio de aquel desierto despiadado que tenía la terrible habilidad de hacerse más extenso,más miserable durante las horas del día y más chico,más amorfo,más animal irreconocible pero igual de miserable durante los cortos sueños nocturnos que se daban bajo la mirada celosa de las cefeidas. Ya agotado por los cinco días de viaje a través del desierto de la hirviente arena se tiró rendido sobre aquella arena apestosa a muerte.Despertó al otro día cuando sintió los afectos del abrazante sol del desierto sobre su rostro,dándose cuenta de que había pasado toda la noche y parte del día siguiente inconsciente,tendido sobre aquella arena del desierto.Tuvo sentimientos encontrados pues lo alegró el saber que había sido dichoso,que de alguna forma había logrado escapar de los brazos de la muerte pero se sintió enormemente angustiado al darse cuenta que todavía estaba en medio de ese mar de arena miserable que amenazaba con tragarse el mundo de un sólo bocado.Divisó en la distancia una negra silueta la cual parecía estar al otro lado del infinito desierto y la cual desde donde él estaba parado observándola parecía ser una silueta real o quizás un espectro del desierto o quizás la muerte que se avalanzaba sobre él,inevitable,cruzándose en su camino para recordarle lo miserable de aquellas tierras.Después de observarla detenídamente por largo tiempo le pareció que se desplazaba poco a poco por ese mar de arena desértica que intentaba derretir el mundo por aquellos extremos.A paso lento fue arrastrando toda su humanidad que le quedaba hasta que finalmente,casi cuando el astro sol ponía fin a su movimiento sobre el azuloso cielo,tocando los finos cabellos de aquel zigzagueante y humeante horizonte,de aquel imperfecto y mortífero desierto,llegó a los pies de una carreta la cual era tirada por un grupo de cadáveres putrefactos que eran latigados sin cesar por un cochero cuya poca piel putrefacta que escapaba por entre los rotos de su vestimenta milenaria dejaba ver que su piel había sido parcialmente carcomida por gusanos del infierno dejando al descubierto la blanquesina superficie del hueso raído.Una alborotada nube de moscas revoloteaba alrededor de aquellos cadáveres malolientes ayudando a esparcir el insoportable olor a muerte que traían consigo,entre las pezuñas,entre la poca y asquerosa piel que milagrosamente había sido perdonada por los gusanos del infierno.
-¿Hacia dónde se dirigen?-preguntó al cochero el cual detuvo la marcha de la carreta tirada por los cadáveres putrefactos.Notó que aquella figura sujetaba en una mano las riendas moribundas del coche mientras que en la otra sujetaba el látigo con el cual apresuraba la marcha de aquella carreta por las arenas del desierto y la cual ni tan siquiera tenía ruedas.
-¿Quién va ahí?-preguntó el cochero desde el tope de la carreta.
-Un peregrino-dijo Juan.
-Si has nacido de vientre de mujer alguna entonces debes de tener algún nombre-dijo el cochero.
-Juan-dijo.El cochero no contestó,sólo metio su mano dentro de su polvorienta chaqueta negra la cual tenía un bolsillo en su interior y sacó un pergamino milenario,todo enrrollado,maltratado por el paso del tiempo y el cual abrió lentamente.Una vez echó una ojeada al pergamino lo guardó dentro de su chaqueta sin decir una palabra,cogió el látigo,agarró firmemente las riendas y emprendió la marcha de la carreta latigando los cadáveres que la arrastraban por todo el desierto.
-¿Hacia dónde se dirigen?-preguntó una vez más,perdido,y temeroso de que prosiguieran su marcha y lo dajaran abandonado a la merced del infernal desierto el cual había torturado sus espaldas de jornalero sin piedad alguna.
-¿Para qué quieres saber hacia dónde nos dirigimos?-dijo el cochero mientras latigaba a los cadáveres para que apresuraran la marcha-Si como quiera no puedes venir con nosotros...tu nombre no está escrito...no es tu tiempo.
-Entonces dime hacia dónde tengo que dirigirme-preguntó al cochero el cual detuvo la marcha de la carreta una vez más.
-¿Qué clase de peregrino eres tú que no sabes hacia donde te diriges?-preguntó el cochero desde el tope de la carreta.
-Busco la tierra donde los árboles dan granos de oro que cuelgan de sus ramas hasta hacerlas ceder y tocar el suelo de la patria.Busco la tierra que tiene inmensos sembradíos de rubíes y de esmeraldas tan extensos que no tienen fin y en donde los diamantes y las perlas crecen silvestres como las fresas-le dijo al cochero el cual buscó dentro de su chaqueta nuevamente sacando el viejo pergamino que había sacado hacía tan sólo unos minutos atrás,y lo que parecía ser un pedazo de hueso humano y con el cual escribió algo en aquel viejo pergamino que siempre llevaba consigo dentro de su chaqueta.
-¿Qué escribes?-le preguntó al cochero.
-Todavía no es tu tiempo te dije....pero indudablemente nos encontraremos contigo más adelante-dijo el cochero guardando el pergamino y el pedazo de hueso dentro de la chaqueta.
-¿Hacia dónde tengo que dirigirme?-preguntó nuevamente al cochero ignorando lo que él había dicho pero el cochero no respondió hasta después de haber guardado el pergamino y el pedazo de hueso en el bolsillo de la chaqueta negra que vestía.
-Vas en la dirección correcta-dijo el cochero mientras comenzó a latigar las espaldas de aquellos cadáveres que gemían con cada latigazo suyo y que respondían tirando la carreta con más fuerza.Se quedó allí parado por horas,bajo aquel sol ardiente,viendo como aquella carreta halada por aquellos espectros infernales se perdía de vista dejando un surco en la arena que desaparecía a los pocos minutos de haber sido trazado por aquel carro del infierno.Vagó cinco años por aquellas arenas del desierto sin encontrar el camino que lo llevara hacia las ciudades con las que había soñado toda su vida hasta que un día divisó lo que parecía ser un hombre arrodillado en la arena.Caminó por aquella arena como pudo,pues el extenso y penoso viaje de cinco años le había drenado casi todas sus fuerzas y secado todas sus carnes hasta llevarlo casi al borde de la muerte.Se acercó silenciosamente a aquel hombre que estaba arrodillado sobre la arena del desierto. se preguntó mientras se acercaba a él silenciosamente.Se detuvo cerca de aquel hombre para observar lo que hacía arrodillado sobre la arena.Aquel hombre no se percató de que lo estaban mirando y si lo hizo no prestó ningún tipo de importancia al asunto y continuó haciendo lo que estaba haciendo arrodillado en aquella arena.
-¿Qué haces?-lo interrumpió.
-Nada-contestó el hombre sin tan siquiera mirarlo por un segundo enfuscado en la labor que hacía en ese momento.
-Algo tienes que estar haciendo-insistió notando que aquel hombre recolectaba afanosamente granos de arena los cuales depositaba en una canasta que llevaba amarrada a su cintura.
-¿Para qué haces eso?-le preguntó sin recibir respuesta alguna-No lograrás nada,es tanta la arena del desierto que no acabarás nunca.El hombre se detuvo por un momento,lo miró tranquilo y fijamente por algunos segundos.
-¿A qué te refieres?-preguntó el hombre mirándolo con aquellos ojos rojos penetrantes los cuales estaban rodeados por unas oscuras ojeras.Notó que su piel,blanquesina como la luna llena,estaba seca,arrugada y pegada a sus huesos finos que daban la impresión de que se romperían con el más mínimo beso del viento.
-Nunca acabarás de recolectar toda la arena del desierto-le dijo mientras se arrodilló junto a él para ayudarlo en su empresa.
-No recolecto arena del desierto,-explicó el hombre que siguió haciendo su trabajo- recolecto los sueños de todos aquellos que se quedaron en el camino.
No dijo nada,sólo continuo ayudándolo a recolectar los sueños de toda esa gente que se había quedado en el desierto,de todos los que no habían logrado llegar a su destino y trató de echarlos en la canasta que aquel hombre tenía sujeta a su cintura pero antes de que los pudiera echar,el hombre,detuvo su mano observando los granos de arena con sumo cuidado.
-No sirven-dijo sujetando la mano del peregrino,haciendo que los dejara caer al suelo.
-¿Por qué?-preguntó perdido al no permitirle echar en su canasta los sueños que había recolectado entre aquella arena.
-Eran solamente arena,-explicó mientras seguía haciendo su trabajo entre aquella arena- no eran sueños.Si vas a recolectar los sueños tienes que ser cuidadoso,no ser tan torpe,porque sólo recolectaste arena y la arena no sirve.Toma tiempo,toma años y años desarrollar la vista para poder distinguir entre un simple grano de arena y un sueño de verdad.
Se quedó en el suelo por algunos segundos sin poder entender el significado de aquellas palabras por completo mientras que el hombre seguía separando la simple arena de los sueños y echaba los sueños,con sumo cuidado,en la canasta que tenía en la cintura. Después de algún rato se levantó del suelo y siguió su camino pensando en las palabras de aquel hombre.Unos días después,desde la distancia,logró ver una gran mancha negra sobre la dorada piel del desierto y por un instante pensó que se trataba de la carreta halada por los cadáveres que se había cruzado en su camino nuevamente,quizás para fortuna de él,porque el cansancio ya le corroía los huesos del cuerpo pero después de pensarlo por unos segundos recordó que aquel cochero le había dicho que no era su tiempo todavía.Poco a poco fue acercándose hasta aquella mancha negra que había divisado en la distancia y la cual se convirtió ante sus ojos en un inmenso grupo de mujeres,mujeres jóvenes,mujeres de edad mediana y un poco mayores,todas ellas vestidas de negro,llevando mantillas negras que cubrían sus rostros de la mirada de los intrusos.Después de estar bastante cerca de la muchedumbre de mujeres se detuvo,sin decir palabra alguna,a observar lo que allí acontecía bajo aquel sol candente del desierto.gritaban unas con gran dolor mientras que las mujeres que la consolaban también lloraban diciendo Las de mayor edad,gritaban desconsoladas y las más jóvenes sollozaban y decían mientras que otras decían entre el llanto .Notó que todas,mientras lloraban atragantadas por el dolor indescriptible que las atormentaba y que hacía que sus ojos parieran lágrimas que bajaban por sus mejillas hasta caer en tierra en donde regaban el suelo de la patria,iban en sagrada procesión sembrando lirios blancos y rosas rojas en la arena del desierto.Elevó su vista hasta que encontró el horizonte en toda su extensión y vio que todas aquella mujeres habían plantado lirios blancos y rosas rojas por toda aquella tierra desértica,hasta donde el ojo humano podía ver sin ayuda de instrumento alguno,y en la distancia,un mar de lirios blancos se fundía de pecho con un mar de rosas rojas sobre el vientre del desierto miserable.Siguió su marcha cabizbajo por aquella tierra sin poder comprender todo aquello,de vez en cuando miraba hacia atrás,sintiendo alguna lástima por aquellas mujeres que había visto en el camino.Luego de seis días de camino tortuoso por aquel desierto notó que en la distancia se veía lo que parecía ser un hombre cavando una fosa con un pico y una pala.
-¿Qué haces?-le preguntó deteniéndose a ver qué hacía aquel hombre entre aquellos escorpiones,aquellas serpientes venenosas,aquellas noches frías,entre el silbido del viento el cual traía voces tenebrosas que parecían provenir de todas partes y de ninguna parte.
-Cavo una fosa-dijo mientras continuó trabajando afanosamente
-¿Para qué?-preguntó intrigado-Si por aquí no hay nada más que escorpiones,serpientes venenosas,noches frías y desoladas y el inescrupuloso silbido del viento.Llevo cinco años caminando por éste desierto y lo único que he encontrado no ha sido muy alentador,una carreta halada por unos cadáveres putrefactos,una muchedumbre de mujeres que perdieron la cordura y se la pasan sembrando lirios blancos y rosas rojas en las arenas del desierto y en medio de un llanto interminable.El hombre se detuvo,limpió el sudor de su frente con su antebrazo mientras que con su otra mano sujetaba la pala fuertemente.
-Cavo una fosa para aquellos que se quedaron en el camino sin nadie que les diera cristiana sepultura a sus huesos y cuyas carne se convirtieron en comida para las aves de carroña del desierto antiguo-dijo el hombre el cual agarró la pala fuertemente con sus manos y siguió cavando aquella fosa en medio del desierto.
Miró a su alrededor y logró ver que aquel hombre había cavado miles de fosas en aquellas arenas del desierto y a pesar de que había cavado fosas hasta donde el ojo humano podía ver no cesa en su empeño.Continuó el camino sin comprender el por qué de todo aquello,dejando aquel hombre allí con sus palas,sus picos,sus fosas y aquellos que el decía que no habían recibido cristiana sepultura.Luego de unos días de camino divisó en la distancia lo que parecía ser un largo tren,tan largo que no se podía distinguir en donde comenzaba y en donde terminaba.Pensó que había sido abandonado por alguna compañía que quizás en el pasado hizo trabajos en aquella región del mundo o quizás había sido abandonado por el mismo gobierno,que tal vez por falta de dinero,lo había abandonado a su suerte en aquella tierra.Una vez estuvo cerca lo examinó por un segundo,le dio la impresión de que aquel tren estaba atascado en la arena pues en ningún lado podía ver los rieles y además aquel terreno arenoso el cual cedía fácilmente no sería lo suficientemente fuerte como para soportar aquellos rieles y el peso de aquel enorme tren.De repente escuchó aquel silbido inconfundible el cual anunciaba la partida de los trenes y sorprendido vio como lentamente aquella máquina del infierno comenzó a moverse,comenzó a moverse aún sin tener rieles algunos y sin perder tiempo,y de un salto,se trepó en aquel tren con la esperanza de que lo sacara de aquella tierra de miseria y lo llevara hasta las ciudades con las que soñó siempre.Acertó porque aquel tren lo sacó del desierto y lo llevó por ciudades de torres de cristales luminosos que se alzaban en una espiral galáctica hacia el infinito hasta urgar en el azuloso pecho del cielo,lo llevó por extensos valles,valles huérfanos de aquellos grandes sembradíos de rubíes,de esmeraldas,de diamantes y de perlas con las que había soñado.Cruzó aquellas ciudades tragándose a través de su fina epidermis y de su dermis todo aquello que le parecía tan fantástico y tan desdichado al mismo tiempo pues en aquellas ciudades encontró a seres humanos que habían dejado de ser de carne y hueso para ser sólo máquinas formadas por tuercas,tornillos,cables de acero,ejes y más ejes,los cuales trabajaban todos los días y todas las noches sin tomar ni tan siquiera un descanso.Jamás iban a la casa,a tal punto que ya habían olvidado los nombres de los que una vez fueron sus familiares más cercanos y hasta de aquella jaiba,que ayudada por Dolores,la comadrona del arrabal,los había traído al mundo de los vivos un día inexperado y de tormenta infernal.No había tiempo para descanso del alma porque nadie tenía alma porque alguien en algún momento había decidido que No había tiempo para dormir y ni tan siquiera se permitía mencionar la palabra amor porque los sabios eruditos habían llegado a la conclusión de que El se preguntaba ante todo aquello que veía Cuando las personas sentían el deseo de emborracharse hasta perder el sentido,de comer hasta no poder moverse del asiento y quedar allí,tendidos,en el mismo lugar,durante todo un mes,hasta que el cuerpo lograba digerir toda aquella comida que había tragado,cuando aquella gente sentían el deseo de bailar hasta desfallecer,casaban una joven pareja.El novio corría con todos los gastos de semejante acontecimiento nacional mientras que ellos celebraban y gozaban hasta el delirio por todo un mes porque eso era lo que duraban las fiestas de las bodas por estas partes del mundo.Por todos aquellos senderos no encontró ni tan siquiera una pareja que se hubiera casado por el simple hecho de ahorgarse en los humedales de sus colchones llenándolos de historias de amor,de casarse por el simple hecho de hacer feliz a aquella mujer dueña de todos los desvelos.Entre aquellas mismas ciudades encontró a Pancho,el hijo de Dolores,la comadrona del arrabal y cuyas manos santas habían ayudado a traer al mundo a casi toda la patria.Encontró a Hermenegildo,el hijo de aquella vieja muerta durante aquel incendio que amenazó con llevarse la patria entera aquella noche.También se topó con Ramón,el hijo de Juana,la cual juraba poder leer las cartas y predecir hasta el más oscuro y el más secreto de los futuro.Se decía en el arrabal,allá,al otro lado,que se habían convertido en ricos señores.A Pancho,aquel que se había marchado del pueblo hacía cientos de años,lo encontró sudoroso en la asfixiante cocina de un restaurante,estaba apestoso a grasa,tenía la ropa manchada con los ingredientes que usaba en la cocina para preparar los platos que servía a la clientela,lo encontró ganando un sueldo miserable que apenas le alcanzaba para malvivir,que apenas le alcanzaba para poder comprar un par de cervezas que le permitieran ahogarse en sus sinsabores y lo transportaran en tiempo y espacio hasta el otro lado,hasta aquel viejo arrabal de casas amontonadas que había estado en aquel rincón del mundo casi eternamente y del cual se había marchado un día dejándolo todo,dejando a su padre ya entrado en años,dejando a su madre la cual ahora era la orgullosa dueña de un largo cabello canoso.Encontró a Ramón,el hijo de Juana,todo sudado,todo lleno de lodo,limpiando los jardines de las mansiones de aquellos ricos y poderosos los cuales pasaban todo el día sentados en tronos de oro y de plata que cargaban sus criados sobre sus hombros cuando les daba la gana de pasearse por sus jardines y por toda aquella tierra.Ya cansado de tanto vagar por aquellos senderos y frustrado de no haber dado con aquellas tierras cuyos árboles parían granos de oro del tamaño de naranjas,rubíes y esmeraldas del tamaño de tomates,de perlas y diamantes tan numerosos como las fresas silvestres decidió regresar a aquel arrabal del cual había escapado un día.Así que tomó el tren el cual lo llevó de regreso hasta las mortales tierras del desierto por las cuales vagó por otros cinco años.Se encontró nuevamente con aquel hombre que cavaba miles de fosas en las arenas del desierto,se encontró con aquella interminable procesión de mujeres las cuales lloraban y sembraban lirios blancos y rosas rojas en aquellas áridas tierras del desierto y al final se topó nuevamente con aquella carreta halada por todo el desierto por cadáveres putrefactos la cual se detuvo justo enfrente de él.
-Es tu tiempo,-dijo el cochero mientras detenía la marcha de aquella carreta-ahora sí puedes venir con nosotros.
Juan se trepó en aquella carreta que comenzó a moverse lentamente por aquella arena del desierto al ritmo de los latigazos de su conductor hasta perderse de vista justo cuando el astro sol ponía fin a su movimiento sobre el azuloso cielo,tocando los finos cabellos de aquel zigzagueante y humeante horizonte,de aquel imperfecto y mortífero desierto.
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