Los duendes del arco iris son unos hombrecillos ancianos de muy poca estatura, los más altos no llegan a la altura de nuestras rodillas. Regordetes y de carillos sonrosados nunca dejan de cuidar sus lisas barbas blancas, entre las que se pueden apreciar labios finos y agrietados. Van vestidos enteros de verde y siempre llevan consigo un largo y castigado zurrón que, por el peso de su contenido, tienen las costuras totalmente abiertas. En estos bolsos raídos portan polvos dorados, mágicos polvos dorados y, al andar van dejando a su paso un hermoso río de oro.
Los duendes del arco iris no hacen más que soñar, imaginar y fantasear, a eso dedican sus cuatrocientos años de vida. Entre lluvia y lluvia, se esconden en los rincones más secretos a trabajar su imaginación y así poder crear la imagen más alegre y viva que sean capaces. Y cuando en alguna parte del mundo cae agua entre los rayos del sol, los que consiguen inventar los mejores pensamientos son gratificados de una manera muy peculiar. En el cielo se dibuja un enorme arco de luz y colores de tal brillo que los destellos de sus tonalidades obligan al más desinteresado a admirarlo. Pues si te fijas bien podrás ver entre color y color cómo los duendecillos juguetean, corren y brincan. Les gusta saltar del naranja al verde, del rosa al añil y resbalar entre sus espumosas curvas.
Pero cuando llega la noche, cuando el arco desaparece, estos hombrecillos de la imaginación permanecen en la tierra de la realidad. Se ocultan tras la brisa, esperan en las esquinas de las calles, se esconden entre las sombras aguardando a que todos los niños duerman. Cuando esto ocurre se cuelan por las ventanas y, muy sigilosamente, se acercan a sus camitas. Tras danzar y canturrear melodías extrañas en idiomas desconocidos alrededor de ellas, miran fijamente a los ojos de los chiquitines, como queriendo penetrar en su mente. Meten su rechoncha mano en el zurrón cargándola de sus polvos mágicos y, en un brusco movimiento, los dejan caer sobre sus ojos. En esos minúsculos granos se encuentra contenida una minuciosa selección de los pensamientos más felices de los duendes. Al introducirse en la imaginación de los críos soñolientos, empapan de paz, alegría, color y luz sus inocentes sueños, consiguiendo un descanso impecable.
Y cuenta la leyenda que el arco iris fue creado para aislar a los niños de la gris realidad que les rodea, para que al menos sus sueños rebosen de felicidad y seguridad. Y es por esto que el arco de color siempre ha existido e, inevitablemente, siempre existirá.
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