Ahí estaba yo, solo. La luz de la luna me alumbraba, pero solo porque me encontraba en el centro de ese pequeño claro. El bosque era tan denso y escalofriante que al entrar en el ya no existía la luna. Mejor así, solo en el claro que acompañado en la oscuridad. Porque yo sabia que el estaba en la oscuridad. Lo podía oír, sentía que me miraba. Las hojas otoñales crujían de manera siniestra ante cada una de sus pisadas. Las ramas se movían arrastradas por el suelo, porque el me observaba, buscaba acercarse a mi, algo quería de mi, pero yo no iba a permitírselo.
Quieto y aguantando la respiración, lo esperé. Sabia que iba a venir por mi. Y aun con miedo, solo en la oscuridad, rodeado de los arboles, escuche mi corazón latir…
El salió, y se acercó a mi. sus ojos me miraron, sus sentidos se agudizaron en mi, y yo, aun quieto.
Fue entonces que de mi garganta pudo salir un grito:
-¡Fuera chancho!-.
Una risa se oyó por todo el bosque, mi risa. No lo podía creer, ya me iba a encargar de que ese chancho no saliera de su corral, pero después. La risa me reconfortaba la mente y empecé a caminar por ese hermoso bosque de arboles antiguos y hojas otoñales que sonaban como el canto de los grillos. Ya no era tan sombrío.
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