Abres la nevera y con un rápido repaso coges ese yogurt que tanto te gusta y te apetece comer en ese justo instante, como siempre antes de abrirlo miras la tapa y te das cuenta que esta caducado. Justo en ese momento te das cuenta que todo se acaba, que todo comienza por el simple hecho que un día finalizará.
Pero hay dos grandes diferencias o al menos para mi las hay, unas cosas vuelvan y otras no. Para aquellas que sabes que volverán la única preocupación es esperar a que suceda, sea comprando otro yogurt, sea contando los segundos para volver a tenerla.
En cambio esas cosas que ya no volverán son las más dolorosas y a la vez las más poéticas, son las que aunque ya no están, aunque no las volvamos a ver jamás, si han tenido la más mínima importancia, son las que siempre nos acompañarán en la memoria, en el recuerdo.
¿Hay que padecer para poder apreciar algo? Me encantaría saber la respuesta o mejor dicho me encantaría poder contestar directamente y rápidamente con un no más grande que el mismo sol, pero aunque no sepa contestar algo en mi interior es más propenso a decir que sí, imagino que debo tener un poco de esperanza escondida muy adentro de mi cabeza o de mi corazón que me dice que todo no siempre es igual.
La vida es muy compleja, cosas que no te convienen, situaciones agobiantes o cualquier tipo de sombra que te arrebata algo de ti sin dejarte respirar, son muchas veces y si están repetidas en una constante dentro de tu rutina de vida las más difíciles de obviar y desprenderte de ellas. Es decir, todo lo malo según un punto de vista siempre conlleva una parte positiva si lo miras desde otro punto totalmente opuesto. Es por eso que dentro del galimatías de nuestros recuerdos siempre existen islas de volcánicas en erupción y que vemos en la distancia con lágrimas en los ojos.
¿y después qué?
Si es un final sin vuelta atrás, no vale sentarse. No vale esperar.
Si es un final sin vuelta atrás, hay que buscar un nuevo sueño y despertar.
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