A mi pintor poeta
Se dirigió a la alacena en busca de los totopos bañados en chipotle. Después se fue al refri para sacar el pollo desmenuzado, cocinado el día anterior para el pozole que le preparó a su amiga, una paisana que también vivía en este frío país. Puso la cafetera y preparó una jarra de café bien cargado. Los tequilas, los tangos y su amante habían hecho de ella un murmullo en la mañana. Aun con la sensación de somnolencia puso el sartén en la parrilla eléctrica, le echó aceite de olivo y espero a que calentara bien. Después empezó a quebrar los totopos añadiendo la cebolla picada generosamente, una vez que esta mezcla se sancocho bien, integró el pollo a la mezcla. Vació de la licuadora la salsa roja que había hecho en exactamente treinta segundos: chile serrano, chile guajillo, chile chipotle, jitomate, cebolla, ajo, cuatro granos de pimienta negra, comino, timo, tres clavos y un poco de orégano, sal al gusto. El café estaba listo, vació el líquido en una taza bien grande, y aspiró el olor con placer.
Se imaginó qué pensaría su esposo si supiera de este amante suyo. Recordó la noche anterior entre tequilas, tangos, muchos tangos, y su amante… las palabras, los silencios, las largas conversaciones. Hicieron el amor toda la noche, y luego la madrugada entera, siguieron por la mañana hasta que ella se convirtió en un murmullo.
Se dirigió al refri de nuevo para sacar los aguacates, la cebolla, el cilantro, los limones. Preparó el guacamole rápidamente. Lo probó. Le faltaba sal. Añadió un poco. Sirvió dos platos de chilaquiles con guacamole, café caliente y jugo de naranja.
-Buenos días, mi amor. No pensé que te levantaras tan temprano. Estuviste escribiendo ayer toda la noche, me parece que le seguiste hasta la madrugada. ¿No estás crudita con tanto tequila? ¡Qué rico se ve el almuerzo! –le dijo su esposo sonriendo mientras le daba un beso en la frente.
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