La vida en si era una pesadez, y más cuando tenía que esconderse para sobrevivir.
Todos esos espectros que habían aparecido de repente habían causado el pánico en el pueblo, y parecía que lo único que sabían hacer era asesinar a sangre fría y causar terror en los que los rodeaban.
—¡Escapad!—había ordenado uno de los protectores del pueblo mientras la multitud de criaturas peludas escapaban hacia el bosque o trataban de enfrentarse contra los demonios.
¡Ahora se había quedado sin hogar!
Sin familia no, ya que todos se habían mudado a las ciudades o pueblos humanos, y él era el único que no había abandonado su patria.
—¿Estáis seguros de que hacemos lo correcto?—había preguntado un duende a los sobrevivientes. Nadie contesto, es más, ni siquiera levantaron la mirada.
—Lo mejor será regresar cuando ya se hayan ido de tratar de salvar a los heridos—sugirió otro tratando la ablandar la situación, pero cuando se hablaba del dragón azul, no había nada más duro que él.
—Iré a echar un vistazo—dijo mientras se ponía de pie y se dirigía a la aldea destruida.
Nada.
Parecía que todo mundo se había marchado, pero sus instintos no lo engañaban.
—¡Mirad lo que he encontrado!—exclamo una voz grave y burlona agarrándolo del cuello.
¡Genial!
—Sera un buen aperitivo para nuestro señor—aseguro un demonio mientras el duende trataba inútilmente de soltarse de la gruesa mano de su opresor.
—¡Vamos, chicos!—dijo el duende tratando de calmar a las bestias—no me gustaría arruinaros la fiesta con mi carne tan grangrenada. Mejor dejad que me marche y discutiremos esto en otro momento ¿vale?
El duende era muy listo y los trasgos muy estúpidos, pero eso no sería suficiente para confundirlos…
—¡Claro que no nos arruinas nada! Es más, puedes venir a nuestra fiesta, payaso. A ver si te gusta el palacio de nuestro señor. —le dijo el trasgo que lo tenía sujeto fuertemente por el cuello con humor. –Es más ¡Vamos ahora mismo!—declaro el horrible espectro sujetando al infeliz duende con las dos manos y batiendo sus monstruosas alas para despegar hacia el norte, seguido de sus colegas que emitían un intento de risa burlona comparable al graznido de una urraca, dejando tras de si a una aldea anteriormente esplendorosa y llevándose consigo a un preocupado y aterrado duende que forcejeaba por escapar…