REVERSA
Revoloteaban apesadumbradas, las órbitas de mis ojos, sin una firme y certera convicción, recalando sobre el teatro de acontecimientos que sucedían exentos de mi sano juicio y a contrapelo de un orden establecido a priori por lo que comúnmente se llama racionalidad.
Me senté en el primer banco que encontré, empujado por un leve y repentino mareo que vino acompañado de alguna que otra palpitación. Me froté los ojos, buscando quizás un culpable dentro de mis pupilas, pero al abrirlos, nada cambió. Reparé de pronto en la nueva medicación recetada por mi médico; sin embargo, no recordé que tuviese semejante efecto adverso. Volví sobre mi realidad, me tomé de la cabeza, y esperé a que se me pasara el extraño episodio que estaba ocurriendo dentro de mí.
Pasaron algunos minutos, pero el contexto seguía siendo el mismo, agravándose segundo a segundo, al comprobar que el desenlace se había generalizado, por así decirlo, ya que no solamente las personas parecían caminar hacia atrás, sino que eran también los automóviles y autobuses los que lo hacían de la misma manera.
Delante de mis propios ojos advierto que una persona entra a su casa caminando para atrás; traté de conversarle pero fue como si yo no existiera. Lo mismo me ocurrió con un transeúnte que tomó un autobús. No comprendí como al subir no trastabillaba con los escalones de la escalera. El pánico se apoderó de mí, vislumbrando que esto fuera apenas el comienzo de algún desenlace aún mayor, o de alguna grave patología.
Seguí mi ruta a contramano de todos, maravillándome a cada instante con las pequeñas cosas que sucedían a mí alrededor. Los gorriones parecían ser de la partida, sus frágiles alas se remontaban hacia atrás como diminutos barriletes; asimismo las palomas retrocedían en el tiempo, volando en sentido inverso. Pero el colmo fue ver a un perro llevando atado a un niño como si fuera su mascota.
Comprendí entonces que todo tenía cierta lógica y ya no se trataba de un problema de mi intelecto, sino que todo estaba sucediendo en la realidad, pero en sentido inverso. Me sentí incomprendido y aislado en mí andar hacia delante. Ráfagas de inquisidoras miradas me perseguían desde todos los costados.
Tomé el autobús, el mismo de siempre, pagué y me senté; una leve turbación se paseó por mi cabeza cuando arrancó hacia atrás. Observé al conductor detenidamente; no entendía cómo hacía para manejar sólo con la guía de su espejo retrovisor. En cada parada la gente descendía con tanta naturalidad que casi me olvido que lo hacían al revés.
Supe por la ventana que estaba yendo hacia el lado contrario de mi destino. Le pregunté a mi acompañante si sabía hacia dónde íbamos. Me contestó con sonidos indescifrables:
-On ol odneitne.
-¿Qué? le dije.
- On ol odnerpmoc.
Me tocó justo un extranjero, pensé, pero cuando luego hice lo mismo con una mujer que tenía adelante, (mejor dicho, atrás), me contestó de la misma forma. Debe ser un nuevo idioma o quizás esté en un país muy extraño.
Me bajé en cualquier lado. Ya era casi de noche, restos de luz coronaban a las sombras, invitándolas a retornar al día siguiente. Contrario a lo que era de imaginarse, había más gente de noche que de día. Los negocios recién abrían, yo me sentía cansado, aún no me adaptaba a los cambios.
En cierta manera me resistía a ellos y de vez en cuando hacía oír mi voz; eso me traía algunos inconvenientes y me lo hacían saber. Ellos nunca aceptaron que yo sea diferente y los castigos llegaban cargados de sutilezas. En mi empleo me obligaban a trabajar de noche; en el bar los mozos primero me traían el postre y luego el plato principal. En el micro me hablaban al revés; en la calle las mujeres tomaban la iniciativa ridiculizando mi timidez. Me querían destruir y domesticar, aniquilando los últimos vestigios de individualidad que aún se resistían a morir.
On ol norargol. La nif edup solrecnev y res erbil ne etse odnum, y recah ol euq em aczalp, nis euq solle nareifretni ne im onimac.
LEIRBAG INOCLAF
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