Entre los montones de basura, en un sillón viejo y semi destruido, lo encontró junto a sus hermanitos. Apenas lo hizo, corrió con su madre a platicarle el hallazgo. Sólo que ella estaba muy ocupada y no le prestó atención. Acababa de llegar un camión, y necesitaba apresurarse para sacar las latas de aluminio de entre los desperdicios, antes de que la máquina del relleno sanitario llegara a enterrar la basura. Sin pensarlo dos veces, regresó a verlos, tenía que decidir rápido...
"Era un cachorro muy lindo, totalmente blanco, con un pequeño lunar negro en uno de sus ojos. Lo puso sobre el triciclo de su madre y se fue -como siempre- a ayudarla.
Cuando, al fin, el día terminó, llegaron a casa y pudo verlo con mayor detenimiento: era realmente precioso. Se lo acercaba a la cara y el pequeño animal le lamía la mejilla, amorosamente. Más tarde, su padre llegó, y ella emocionada se lo presentó, pero él apenas si se inmutó. Decenas de perros vagaban entre los montones de desechos diariamente, sin dueño, así que no le daba mayor importancia. Pensaban que era un perro más, pero nada más lejos de la realidad.
Ángela lo cuidó con mucho cariño, lo llevaba junto con ella a todas partes del basurero, lo subía al triciclo de su madre y lo paseaba entre los desperdicios. El perro se había encariñado mucho con ella y le correspondía; apenas si se le apartaba y no desaprovechaba ninguna ocasión para jugar. El animal crecía rápidamente, y ella se entusiasmaba con las gracias que le hacía. Lo veía muy diferente a todos. Los meses pasaron velozmente y casi sin darse cuenta, el pequeño perrito se convirtió en un gran perro, del tamaño de ella.
Un día, mientras ayudaba a su madre a lavar la ropa, lo acarició y notó que tenía una especie de granos a los costados del vientre. Preocupada, le preguntó a su mamá, pero ésta no supo darle razón; tal vez era roña, le dijo sin seguridad. Desde ese día, empezó a prestarle más atención y notó que los granos crecían rápidamente. ¡Algo raro estaba pasando! Lo más curioso era que el animal no parecía estar enfermo, se veía en perfectas condiciones, comía y dormía bien, no tenía ningún otro síntoma como para pensar que estaba mal. No obstante, las pequeñas protuberancias no dejaban de crecer, y pronto, se hicieron más grandes, al grado que el animal lucía raro.
Entonces, don Jacinto, su padre, extrañado por la rara enfermedad del animal, quiso cortarle los granos. Ángela se opuso, no tenía por qué hacerle daño, no le molestaban para nada y el perro realizaba todas sus actividades normales, no había razón para lastimarlo. Su padre, no muy convencido, tuvo que ceder, le explicó que eso no era normal. Le advirtió que si le seguían creciendo, se las quitaría. Para su mala suerte, así fue. Su tamaño, cada vez era más grande, y Ángela se vio obligada a improvisarle un refugio. Le construyó una pequeña casa entre los montones de basura con unos cartones viejos.
A diario iba por él en la mañana; en las tardes, lo regresaba, tratando de que su padre no lo viera. Trascurrieron así, un par de semanas más. Hasta que la sorpresa llegó. Una mañana, fue a su encuentro y no lo encontró, pensó que se había ido con los demás perros y fue a buscarlo, pero nada, no estaba ahí. Quitó los cartones y no halló ninguna pista. Se sentó a un lado de la improvisada casa, y se sintió triste. Quizás, ella no había cuidado bien al animal, y ahora estaba en busca de otra dueña. Se sintió muy mal y un gran vacío invadió su corazón. Los ojos se le humedecieron y empezó a llorar. ¡Era esa rara enfermedad la culpable de todo! Tal vez, algo que había comido, pensaba.
Cuando el sol estaba por salir entre las montañas de basura, decidió regresar con su madre, había que ir a trabajar. Se puso de pie y caminó muy despacio. Mientras lo hacía, tenía la sensación de que alguien la seguía, volteó a todos lados asustada, pero no encontró nada, sólo los cerros de desperdicios. Entonces, confundida, levantó la mirada y -por fin- pudo verlo. El pequeño cachorro que tanto había cuidado, era ahora un perro grande, muy grande, pero no sólo eso, sino que tenía alas. ¡Sí, alas como los pájaros! La extraña enfermedad y las protuberancias que tenía, eran un par de alas que le estaban creciendo y que, finalmente, habían tomado forma. Emocionada, empezó a llamarlo a gritos. El perro la reconoció-inmediatamente- y descendió; se puso a su lado, y ella pudo verlo claramente. ¡Era hermoso! ¡Lucía impresionante!
El animal le lamía la cara y parecía invitarla a subirse sobre él. Ella accedió. ¡Éste se elevó por entre la basura! El aire fresco le pegaba en la cara y desde lo alto podía ver el relleno sanitario y su casa. ¡No cabía de felicidad, era algo increíble, nunca pensado! Vio las nubes de cerca y la ciudad, por primera vez; contempló los extraños edificios y las calles llenas de coches. El viento jugaba con su cabello y no dejaba de sonreír. ¡Nunca antes había sido tan feliz!
Pasaron varias horas así, vagando sin rumbo por el firmamento. Hasta que, finalmente, tuvieron que volver. ¡El viaje había sido maravilloso, no quería que terminara! Sin embargo, tenía que regresar con sus padres."
Entonces, su madre le pidió que se apurara. Escogió el blanco, el de la mancha en el ojo. Lo tomó con mucho cariño y lo envolvió en una camisa sucia que encontró, corrió hacia al triciclo. Seguro era un perrito especial, pensó.
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