No me ama. Ella me lo dijo.
Los días pasan. Son las ocho, las doce, las ocho otra vez. Trabajo, llego a casa y duermo. La comida no me sabe a nada. No la quiero recordar, no la quiero volver a ver, no le quiero hablar de nadie sobre el tema. No merece mi cariño. Con el tiempo todo va a pasar.
Ya son tres meses y anoche soñé con ella. Me decía que si yo la volvía a llamar ella consideraría estar conmigo otra vez. Pasé dos horas con el teléfono en la mano, lo solté. No confiaba en mis sueños. Al día siguiente recibí un correo de ella. Letras color rosa y cursiva, no tenía título. Estuve dos horas frente a la pantalla, lo eliminé sin leerlo. No pude dormir en semanas.
El domingo por fin concilié el sueño pero soñé con ella. ¿Por qué no abriste el correo?, me reclamó. Yo la miraba a los ojos y no le dije nada. No iba a hablarle, no después de lo que me hizo, ni siquiera en mis sueños.
Hace cinco meses me había dicho que no me amaba. He decidido no dormir, no quiero encontrarme con ella. Me mantengo con café, té, bebidas energizantes y el televisor. Mis amigos me preguntan si estoy bien. No, no estoy bien. Esa mujer debería respetar mis sueños, yo creo que respeto los de ella.
- No es justo – me dijo – no puedes dejarme sola. Yo no soy tan fuerte como tú. – Me agarraba del brazo. Sabía que yo me iría en cuanto ella dejara
– Sólo quiero que me hables, por favor. Llámame, búscame, escríbeme. Yo ya he hecho todo eso y tú…
Qué pena. Me quedé dormido en el escritorio del trabajo. Si mi jefe no me hubiera despertado yo le hubiera respondido.
La vi comprando en un almacén. Creo que ella me vio a través de la vitrina pero fingió no haberlo hecho. Yo la miré fijamente pero no me devolvió la mirada, es más, se metió al ropero para no verme más. Crucé la calle, caminé y llegué a mi casa. Tenía un dolor de cabeza que me nublaba la visión. Tomé dolex, advil, aspirina, tilenol, ibuprofeno, acetaminofén, dos tarros de jarabe de codeína, luego vomité. Era pura agua y tabletas. Me quedé en el suelo del baño.
- Me atormentas todas las noches –le grité a ella– y cuando te veo ni me miras. Qué te pasa. Déjame en paz. ¿Por qué comprabas ropa en esa tienda tan cerca de mi casa? ¿No pensaste en que nos podíamos encontrar? Vete de mi vida por favor, deja mis sueños.
- No sabía qué hacer. Perdóname –me dijo ella llorando– Te extraño tanto, vuelve por favor. Siempre te he amado.
- Mira lo que me haces, no puedo resistir esto. No más.
Ella se fue y me quedé solo en mi sueño.
Afortunadamente la muchacha del servicio venía esa noche, de lo contrario hubiera muerto intoxicado en el suelo de mi baño.
Salí del hospital y mi primera noche ella ya no estaba. La segunda tampoco. Tres semanas después ella aún no aparecía en mis sueños.
Tomé veleriana, antihistamínicos, somníferos, leche caliente. Me dormí por las noches, también en mi trabajo, mientras comía y en el baño. No volvió nunca a mis sueños. Debía ser porque por fin me olvidó. No debí haberle dicho que se vaya. Antes, por lo menos, podía escucharla en las noches.
Pregunté, pero ella no había vuelto al almacén cerca de mi casa. Ya no vivía en ese apartamento y nadie contestaba cuando llamaba a su teléfono. No sabía dónde más buscarla. Nunca me importó saber qué le gustaba o qué sitios frecuentaba. Sus amigos no eran mis amigos. Por eso busqué en los lugares adonde yo la llevaba.
Tres años después por fin la encontré, la tenía tatuada en mi mente. La imagen de un amor que sólo sentí yo.
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