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CAMILA Y NELLY

Convertidas en dos teas, en flamas incandescentes, llegaron hasta la gran puerta que delimitaba el universo de las almas de quienes merecían continuar su existencia en el limbo destinado para las mujeres cuyos hechos terrenales habían logrado el merecimiento de ser consideradas ¡Madres!, que no progenitoras, ni criadoras, ni educadoras, sino Madres, en toda la extensión del concepto.

Camila y Nelly cargaban sus propias historias de vida, en el estado transitorio donde se encontraban ya no podían guardar secretos. Descarnados y corrompidos sus cuerpos no ocultaban nada. Por el conocimiento trascendental que es parte de toda la creación esas almas sabían que deberían ser aceptadas en ese lugar, trasponer esa puerta significaba alcanzar la purificación completa y redimir todas sus faltas y trascender para reunirse con la gran luz y primigenio principio de todo cuanto es, fue y será.

De no ser aceptadas, vagarían en planos inferiores por tiempo indefinido, pagando los errores terrenales cometidos. Cada una de ellas, Camila y Nelly, sabían el punto de quiebre de sus propias vidas, el momento culminante de su existencia, el acontecimiento que sería considerado el fiel de la balanza para ser aceptadas o no, en aquel lugar.

La energía vital de Nelly no terminaba de borrar de sus recuerdos, convertidos en hilo tensado, que mantenía unida su existencia pasada a su estado actual. Recordaba aquel momento cuando le diagnosticaron ser portadora activa del virus VIH. Rememoraba y su energía crepitaba, se inflamaba incontenible al traer el recuerdo de los días interminables plenos de sufrimientos, donde padeció desprecios, dolor físico y moral a partir de esa fecha. Recreó las imágenes de aquel último momento de su vida. Cuando entró a hurtadillas a la habitación de su pequeña hija de tres años quien había nacido contagiada del mismo terrible mal. La miró en su cunita, ¡carita de ángel!, sonrosada y tersa. La acunó entre sus brazos, muy quedito, canturreó una canción infantil. Se puso de pie con la niña en brazos y caminó por la habitación hasta quedar frente a un espejo y vio aterrorizada el terrible contraste, la carita lozana de su hijita y las ulceraciones terribles en su rostro de mujer enferma de sida.

Entonces, en un arrebato de locura, imaginó a la niña años después, lacerada su piel, en medio de los mismos atroces sufrimientos que estaba padeciendo ella misma sin esperanza de cura. Apretó entonces el cuerpo infantil contra su pecho que nunca fue capaz de amamantar, por el mal que sufría. Apretó con furia salvaje, el cuerpecito luchó por su vida con la fuerza que fue capaz, hasta que finalmente dejó de moverse. Se le fue la vida en brazos de su progenitora. Luego, Nelly acostó a la niña en una cama, dispuso de un objeto cortante y se cortó las venas de uno de sus brazos. Se acomodó junto al cadáver de su niña y canturreando una canción de cuna se dejó morir... abrazando a su hija.

Los recuerdos de Camila no eran más agradables que los de Nelly. Ella volvía a vivir aquella terrible noche en que estando ausente su madre, Radames, su padre, la violó en un acto perverso e incalificable. Trajo a su memoria, los meses de angustia que vivió a partir de aquella noche. Mancillada, amenazada, era violentada cada vez que le era propicio al engendro que tenía por padre. Luego, cumplido el tiempo que la naturaleza concede, tuvo en medio del escándalo, del oprobioso secreto y de su miedo irracional, a un niño que nació con defectos físicos congénitos, producto de la relación incestuosa que le dio origen. ¡Un monstruo! dijeron en voz baja quienes lo conocieron. ¡Un castigo de Dios! Opinaron aquellos melindrosos, hipócritas y fementidos. ¡Una señal del fin del mundo! Gritaron los agoreros, los sedicentes iluminados. Para Camila, aquel niño deforme, sólo era la materialización de una atrocidad tan humana como perversa.

Los primeros días de vida del hijo de Camila, ésta se amuralló tras de un mutismo, del que no la pudo sacar nada ni nadie. Pasadas algunas semanas, empezó a expresarse por monosílabos. Los familiares entendieron que era el momento de acercarle a su hijo para que intentara amamantarlo. Camila recibió al niño con el rostro inexpresivo, en medio de un aparente desinterés, lo observó con un dejo de desprecio y sin un atisbo de cariño.
¡De pronto! Al menor descuido de los familiares, corrió hacia la ventada de su habitación que estaba en un tercer piso y arrojó al niño hacia el vacío. La criatura murió al estrellarse contra el pavimento. Camila murió en prisión, trece años, ochos meses y siete días después de aquel suceso.

Los recuerdos de aquellas almas atormentadas fueron como su carta de presentación, por si ésta fuera necesaria, ante quien todo lo ve y todo lo sabe. Se abrió entonces la gran puerta que servía de acceso para aquel sitio. El lugar se iluminó con una prístina luz y se escuchó aquella voz que contenía todos los matices y una musicalidad nunca escuchada, que dijo: -Tú, puedes pasar hija mía. Lo tienes merecido.
-Mientras que tú, tendrás que vagar sin rumbo, hasta que seas merecedora de ser aceptada.


Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion.



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Habrán de disculparme quienes me lean, por no haber imaginado para este DÍA DE LAS MADRES, una historia candorosa, de amor filial, color de rosa, como existen en la realidad. Ya habrá compañeros del sitio que lo harán, estoy seguro de ello. Esto sólo es un intento de mover a la reflexión, de poner en evidencia la vida posible de muchas madres que también existen, que sufren, lloran y hasta enloquecen, cuando llegan a serlo. Pero no por ello –me parece- se les puede negar el honor de ser llamadas madres.

Texto agregado el 09-05-2010, y leído por 696 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
12-07-2012 Extraordinario y cruel relato de las penurias de la vida!! efelisa
27-05-2010 Nada más terrible que la muerte trágica de la inocencia, con ella se va gran parte de nuestra felicidad, porque el "no saber del mundo" nos protege de eso que nosotros, los que sabemos algo, los "adultos", tratamos de evitar, el Dolor. Reflexionemos un poco: ¿qué es el sufrimiento? un dolor que perdura ¿quién lo provoca? principalmente el insensible, el idiota, el vil ¿quien más? todos de alguna forma, con mayor o menor intensidad ¿podemos evitarlo? no ¿qué hacemos entonces? llorar cuando haya que llorar, y reir cuando haya que reir, y ver más allá de la apariencia. andresgonzalo
24-05-2010 Reflexivo e impactante, un verdadero placer leerle. ***** arielariadna
20-05-2010 Sólo Dios en su grandeza podrá hacer un juicio justo entre lo que hacemos o dejamos de hacer. Es un texto para reflexionar y cuestionarse un par de cosas, yo me quedo con que las madres son seres humanos con errores y aciertos como cualquier otro. Azel
19-05-2010 Crudo tu texto,por desgracias hay tanto de realidad en el , que da escalofrios tan solo de pensarlo. Disfrute mucho con tus letras.besote ALMAGUERRERA1
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