Miró a Eddi Walas con la frialdad que tan sólo un
experimentado jugador de pocker es capaz de hacer-, tratando de adivinar
las cartas que en ese momento descansaban junto a su taza de té. Ese
cabrón de Walas, pensó, nunca comete un error. Y el bourbon
lo era, al menos cuando jugabas una partida de poker descubierto.
Buscó la culata de su colt pero recordó de inmediato que,
como todos, había dejado el arma a la entrada del garito. Johny
Frank, propietario del Baton Rouge Saloon no quería balaseras en su
establecimiento y perder una buena cantidad de dólares podía
ser un motivo razonable para dar gusto al gatillo y que un par de clientes
salieran con los pies por delante. Recordó sus dos cartas tapadas.
Llevaba toda la noche perdiendo pero ésta sería su baza
final. Medio año planeándolo para que ahora, todo saliese
perfecto. Ese capullo de Walas se llevaría, de una vez por todas, su
merecido. Su cabeza volvió a la partida. Dos hombres, frente a
frente. En medio, un mazo de cartas y un buen puñado de
dólares. Su chica, Ivette, una espectacular francesa, esperaba en la
habitación de la planta superior. Abrió apuesta Eddi. Voy con
trescientos, carta. Se la dieron, descubierta. Rey de picas.
Puso los trescientos y vio un As de diamantes. “Pedir te costará
otros mil” -comentó mientras sorbía su cerveza-. Sin un
aspaviento, Walas empujó las fichas. Nueva carta, esta vez, el rey
de corazones. Al menos una pareja. Volvió a aceptar a pesar de que
su capital apenas se lo permitía. As de trébol y eso le
animó. Nueva carta, otro rey, esta vez el de corazones para Walas.
“Muchacho, esto te costará cinco de los grandes...”
-No puedo llegar a esa cantidad, Walas, llevo toda la noche perdiendo. Me
pregunto… ¿Aceptarías a mi mujer? El silencio se hizo en la
sala. Todos conocían a Ivette, francesa, alta, rubia y de cuerpo
espectacular. Walas enarcó las cejas.
-No me gustan las bromas en el poker.
-Tampoco a mí. ¿Aceptas a Ivette como resto?
-Dale carta. Esa francesa vale más de los cinco mil.
Tres reyes, y dos cartas tapadas contra dos ases, dos ocultas y una
última que en esos momentos comenzaba a aparecer. Interminables
segundos hasta que un seis de corazones quedó al aire y la sonrisa
de Eddy Walas dejó asomar unos dientes amarillos.
Recogió todos los naipes y los arrojó con fuerza sobre el
tapete verde. He perdido, Walas. Tuyo es el dinero y tuya es Ivette, -dijo
mientras se alejaba con la desilusión pintada en su cara.
Abandonó el Baton Rouge Saloon. ¿Había perdido? Mil y
pico dólares. Nada más. Ya no habría más
broncas ni más platos rotos… Una forma perfecta de romper un
matrimonio que le había destrozado los nervios durante los dos
últimos años. Sonrió y musitó entre dientes:
“Has perdido, Walas, has perdido…” Y recordó los naipes tapados que
completaban el poker de ases que llevaba en su jugada.
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