Usted, que se sienta
al borde de la mesa, que
planea recibir un llamado telefónico
luego del té,
que espera mientras juega
con los minutos del
cisne-reloj, y estira el cuello
y muere en intervalos de
irresoluto amor.
Usted que se sienta sobre el
postigo de la ventana, que
se sonroja con la polvareda
que es expelida por las
lágrimas del silencio,
usted que sonríe mientras en la
calle muere de hambre
alguna persona acobardada que
no planea respirar.
Se ha quedado entre una nebulosa
de licores aromáticos, esperando
que alguna mujer se siente sobre sus
piernas como
animal herido, a descansar, a
perturbar la faz de su ensoñada
miseria, que se siente sobre
sus piernas y no flaquee cuando
el nervio de la muerte le
penetre en las branquias, y
naden juntos, con las colas al
agua, con los dientes
medulares de la boca callada,
con la tez del cuerpo perfeccionado ante la voz
oblicua del ave,
y llena de azucenas, el
día se llueva de cantos, y
usted, que contó los minutos del
reloj, que esperó a su amante entre
las cobijas de la muerte, escuche
el batir del aire inconcluso...
Y conteste el teléfono. |