El Viejo
Un autobús es el escenario.
Dentro de él, específicamente en el asiento que da a la puerta del móvil, encontré a un viejo sentado y pegado a la ventana. Su cabeza reposa en ella, su mirada dirigida al vacío no dice nada, sus manos ásperas y cobrizas por el frío inclemente lo delatan como un lugareño se San jerónimo de Surco, comunidad perteneciente a Huarochirí, ubicada en la sierra de Lima.
“No hay lugar libre para sentarse”, pensé. Mi mochila era muy grande, el autobús repleto…habrá que acomodarse entonces para soportar los 45 minutos del viaje, habrá que acomodar el trasero para que la línea no se borre por completo. Mientras lo iba haciendo, el viejo voltea hacia mí y me dice:
- “Jovencito, hasta dónde va…”
En mi rostro sentí ese aire tibio proveniente de su aliento, un aire cargado de licor barato, mezclado con otras sustancias entre comida de carretilla y restos de la cena anterior seguramente –lo delataban así sus dientes, específicamente, sus tres dientes cruelmente separados por una encía casi parda- después de esa horrible sensación apareció un gesto de desagrado en mi.
- “Me dirijo a las cataratas de Pala Cala”, le respondí.
Esas ondas sonoras emitidas por mis cuerdas vocales pararon finalmente en el culo del cobrador, quien permanecía de espaldas a mí, enamorando a una chica que trataba de subir al autobús con la intención de vender sus galletas y gaseosas heladitas, así lo noté en el envase de plástico de Kola Real, el cual sudaba chorros marrones, casi negros, debido a la constante oferta ambulatoria de la chica quien de carro en carro y sin tiempo para lavarse las manos, pretendía terminar con su stock del día.
- “A dónde me dice jovencito que va”, nuevamente interrumpió el viejo.
- “Me dirijo a Pala Cala señor, es un viaje largo y estoy cansado, creo que dormiré un poco”, intenté con esto disuadir al senil, pero no lo conseguí.
Adoptando el papel de guía turístico, el viejo empezó a venderme lo hermosa que era su comunidad, su gente, sus cataratas, su clima limpio… bueno yo no diría tan limpio, pues si todos tienen ese maldito aliento, ese lugar llamado San Jerónimo, estallaría pronto si alguien encendiera unos fósforos. Pensé nuevamente cómo alguien puede ingerir tanto licor y estar como si nada, “¡Moche de mierda!... te aseguraste primero en subir al autobús, te has sentado al lado de una chola tetona, que ni siquiera te habla, maldije mirándolo con furia.
Moche era mi compañero mochilero con quien pretendía enrumbar en esta nueva aventura, pues las caminatas y campamentos fueron unas muy buenas costumbres que adopté desde la infancia, cuando las preocupaciones sólo se limitaban a lograr conquistar a la vecina de la cuadra, o a entrenar con el equipo de fulbito a los del colegio Santa Rosa en uno de los tantos enfrentamientos que iban apareciendo terminada la jornada en el patio de mi casa.
- “En estas épocas hace frío, habrás traído muchas frazadas seguramente”.
Volvió a preguntar el viejo de m… quien esta vez ayudado con sus manos me tocaba el hombro, pensando seguramente que no le prestaba atención… y no se equivocó.
- “Sí pues, me han dicho que es un lugar bonito”, le dije mientras acomodaba mi cabeza y cerraba los ojos, dándole a entender que esta conversación llegaba a su fin.
- “Cómo está la situación de ahora caramba, no hay trabajo para los viejos como yo”, dijo el viejo.
“Claro para los viejos borrachosos no hay pues”, lo dije en Off. Él continuaba…
- “La oportunidad es de ustedes, me hubiera gustado tanto que González Prada estuviera vivo, en estos tiempos su voz sería un verdadero estímulo para los jóvenes como usted”.
El viejo terminó la frase, y mis ojos se abrieron para verlo, él ya había entendido finalmente que no quería hablar con él, noté en sus ojos una mirada de esperanza que se reflejaba en el vidrio del móvil, una esperanza que esperaba encontrar a 40 kilómetros por hora, esa era la velocidad con que el autobús nos llevaba a nuestro destino.
- “Pero González Prada en estos tiempos ya hubiera muerto de cirrosis o de algún otro mal hepático, porque los últimos acontecimientos en nuestro país son para matar a cualquiera, y más aún a él, por su fama de neurótico e intolerante, creo que él estaría viviendo en París, su cuna intelectual, su propulsora ideológica, su anhelo de ciudad”, me animé a decirle.
El viejo sólo me miró y me dijo:
- “Jovencito tiene usted razón, el camino es largo, hay que descansar”
“Puta madre”, pensé. Le llegaron mis argumentos de chibolo que seguramente para él lo sería, sin necesidades, sin preocupaciones. Esa es la impresión que se está llevando de mí… viejo de m…nuevamente apareció en mi mente, pero esta vez de gran tamaño y en luces de neón.
Los siguientes treinta minutos dieron cabida al silencio de ambos, mientras él dormía, yo dormitaba. Pronto el cobrador volteaba su humanidad hacia nuestro lugar para decir:
- “Señor Gutiérrez, ya estamos llegando…ohe monse (dirigiéndose al chofer), en la esquina para, el tío nuevamente está borracho”
Desde el fondo del autobús, se escuchó a una vieja decir:
- “Oiga, más respeto con él… cuando usted lloraba en los brazos de su madre, él estaba en las calles gritando por la lucha de las 8 horas de trabajo, así que más respeto tenga con él”.
El viejo bajo tambaleante del autobús y siguió su camino, siempre con la mirada perdida. En cambio yo pensaba, “este viejo ya se cansó de gritar, ahora las fuerzas ya no lo acompañan, ya luchó en su momento, ahora es nuestro turno”, mientras Moche se sentaba a mi costado y me decía:
- “Ojalá haya una buena mancha para hacerla, el trago y las chicas nos esperan”
Mi cabeza se ladeó al lado de la ventana y heredó el sueño interrumpido de ese hombre que se bajó hace unos instantes, Moche continuó hablando y no sé por cuánto tiempo esperó alguna respuesta mía, respuesta que no llegó nunca.
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