Stacey a la pista 4….
Stacey a la Pista 4…. Dayana a la pista 6… Última llamada…
Stacey subió los 5 escalones de la pista 4 apoyada del pasamanos cromado de 4 cm de diámetro, idéntico a los de las demás pistas, a las que sube unas 6 veces cada noche; exceptuando los jueves, que es el único día a la semana que descansa de las luces, el humo de tabaco y los turistas que llegan a despilfarrar dólares en su liguero para que baile durante un par de minutos frente a ellos, mientras sus los ojos de ellos se llenan de deseo y lujuria, y los de ella se llenan de los mismos sueños y anhelos, noche tras noche.
Hace 6 meses que llegó allí, todo le pareció muy difícil y agotador al empezar y no ha dejado de serlo aún. Todas las noches las 30 mujeres que exhiben sus cuerpos en el bar se disputan la preferencia de los clientes asiduos y los ocasionales, bailando con toda la provocación que puede salir de sus curvas corporales y soportando el tormento de las plataformas de 10 centímetros a las que cuesta tanto llegarse a acostumbrar.
Bikini atado color blanco, liguero rosa y calentadores blancos que tapan casi todo el tacón del par de zapatos que logró comprar después de un mes de juntar propinas y comisiones por bailes privados.
Desde el principio, el 50 por ciento de lo que ganaba, era destinado a la manutención de sus padres, su hermano y su hijo sin padre que acababa de cumplir 2 años.
Llegó a ese país con la promesa de recibir más dinero del que recibía en su propia tierra por el trabajo de cajera de supermercado. Sin embargo, al llegar se dio cuenta que las cosas no son como se las pintaron, y que al igual que en su hogar, el trabajo de cajera es mal pagado.
Su migración fue motivada por el éxito que su primo había tenido en la construcción en ese mismo país, por el que sí ganaba el triple de lo que ganaba en su país de origen. Desgraciadamente aprendió de la manera dura que el sexismo no tiene fronteras, y que es mucho más fácil para un hombre que para una mujer el multiplicar las ganancias por un trabajo honrado.
Cada noche sube a las pistas, acaricia el tubo cromado, y mueve su cuerpo lo más acompasadamente posible, tratando de olvidar el cansancio acumulado, y de obviar que nada más podrá dormir 4 horas antes de entrar a su turno en el supermercado; cada noche ve a sus compañeras en los camerinos inhalando cocaína para soportar el cansancio, mientras cada vez tiene que buscar en lo profundo la misma razón por la que nunca ha querido consumir ninguna droga que le pueda hacer más fácil el desvelo.
Esta vez, en la pista 4, hay 5 clientes. Es el turno de bailar con Esther en el mismo escenario. En el momento que suben, 3 de los clientes se retiran a otra pista. Es tercera noche que sucede lo mismo, mientras mira con envidia a su compañera, con un cuerpo espectacularmente construido a base de silicón y solución salina. Los 2 clientes que se quedaron son los que llegan siempre a dejarle mucho dinero a Esther; 2 empresarios extranjeros que llegan al país cada mes durante una semana y que no faltan a los shows para contemplar y acariciar esas bellezas de la cirugía moderna y luego llevarla al apartamento para llenarla regalos valiosos y propinas escandalosas a cambio de sus servicios íntimos personalizados. Los 3 que se mudaron de espectáculo se dieron cuenta que no podrían obtener la atención de la diosa de la noche con sus escasos billetes de baja denominación, así que decidieron mejor ir al bar por otro par de cervezas, aprovechando el happy hour y emborracharse antes de salir a sus casas.
Mientras Stacey escala el tubo que está al centro de la pista, puede observarse en el espejo el techo, y lo que puede contemplar le estremece. El abdomen plano de hacía 6 meses, había sido cambiado sin darse cuenta por un remedo de barriga cada vez más flácido; sus glúteos ya no eran los juveniles músculos de sus 25 años con los que enamoró al papá de su hijo; el que la abandonó en el mismo momento en el que le dio la noticia de su embarazo.
Su cabello hace meses que perdió aquel brillo que siempre le elogiaron, con el que llenaba de destellos oscuros cualquier habitación en la que entraba. Sus piernas dejaban ver los inicios de algunas varices, producto de las horas de pie en una caja registradora y las horas de continuo castigo en plataformas prestadas, sobre las cuales le costó varios doblones de tobillos el seguir las notas de los ritmos populares a los que bailaba.
Cada noche ve ese reflejo; cada noche se pregunta cómo fue que se intercambió con esa mujer, de unos 7 años más de los que ella tenía, a la que únicamente los clientes más ebrios y solitarios le colocan billetes en su liguero, mientras le aprietan los senos y le recitan las frases más obscenas que pueden recitar para convencerla de que los acompañen a habitaciones rentadas por horas, para hacerlos pasar efímeras aventuras de conquista sencilla, de las cuales alardearán en sus trabajos como lo mejor que han tenido en los últimos meses.
Bajó del tubo; el dolor de la rodilla le volvió a punzar hasta la coronilla y le recordó que hace 3 semanas le recomendaron ver al doctor para recibir tratamiento por ese tendón que amenazaba con debilitarle más y más el soporte de la rótula. Hacía una semana tuvo que dejar pasar la cita con el galeno, pues su bebé necesitaba de un tratamiento contra una enfermedad extraña que le debilitaba los pulmones alarmantemente.
Tuvo que renunciar a su curso de computación también, cuando hubo de llevar al niño a una clínica que le atendiera la sutura que necesitó después de caer del columpio del parque.
Esa noche le habían ofrecido una dosis de alucinaciones que le quitarían el dolor del cuerpo y del alma; como siempre la rechazó, pero pensaba en esa opción mientras se daba cuenta que en la pista de al lado había un muchacho, acompañado de otros dos que observaban atentos el show que tenían al frente; ojos oscuros y profundos, barba de principiante y ropa de calidad. Él le observaba atento volteado en su silla, con un tarro de cerveza en su mano y un cigarro fuerte en la otra.
Stacey se aproximó al borde de la pista que estaba cercano a él, se esforzó por ignorar el dolor de pies y rodilla y bailó, como recordaba que lo hacía en la discoteca favorita de su país a la que iba con el que luego le dejaría con una responsabilidad creciendo en su vientre. Dejó el recato a un lado y se movió lo más provocadoramente que pudo en vueltas sobre su eje, que le permitieran mostrarle su cuerpo completo en cada una de ellas.
Se sorprendió al final de la segunda vuelta cuando se dío cuenta que el muchacho le pareció guapo, y que de haberlo encontrado en el supermercado, le hubiera dirigido miradas coquetas para lograr un cumplido, y posiblemente aceptar una invitación a cenar o incluso a pasear en el parque. Se preguntó si era bueno que le hubiera gustado ese joven que se veía fuera de lugar en ese lugar, con una mirada distinta al resto de miradas de los clientes que llegaban a seleccionar a la mujer que esa noche les daría horas de placer. A la siguiente vuelta lo volvió a ver con sus ojos buscando los de ella, y se preguntó si realmente serían ciertas las historias de compañeras que habían encontrado una de esas excepciones; uno de esos caballeros sin armadura, que les habían sacado de esa vida y les habían llevado a una digna rutina de hogar, paseos y atenciones.
Sus pensamientos le hicieron perder la noción del tiempo en, mientras en su interior retumbaba la posibilidad de que esa noche su vida cambiaría radicalmente, y saldría de allí con una invitación al futuro que deseaba, con un enamoramiento incluido y una salida a lo difícil que había sido emigrar. Pensó que por fín podría dejar de mentirles a su padre y su hermano, los que por ningún motivo podían enterarse de su verdadera ocupación.
Al iniciar la quinta vuelta, sus ojos llenos de ilusión buscaron los de aquel hombre que le llevaría a momentos mejores, y su corazón tembló cuando encontró una silla vacía. Su caballero se encaminaba hacia una de las cabinas privadas, donde recibiría un baile exótico de otra de las princesas de primera línea, que le haría vivir unos 15 minutos de excitación al compás de senos y trasero balanceándose frente a sus ojos.
Terminó su baile con expresión triste, mientras su compañera bajó con el liguero lleno de billetes y dos clientes esperando que salga del camerino para llevarla al apartamento que los esperaba en la playa.
Sus piernas dolían más que nunca, con una intensidad que perforó sus pensamientos y desmoronó la ilusión que le llenó durante un par de minutos. Caminó con fingido éxtasis y dándose cuenta que ninguna mirada le seguía.
Volvió a contemplarse en otro espejo, y se explicó a sí misma que con ese cuerpo y ese rostro cansado, había sido tonto pensar que ese joven se hubiera realmente fijado en ella. Siguió caminando, paso tras paso, punzada tras punzada, considerando realmente tomar la oferta de sus compañeras, tomar esa dosis de polvo blanco y acompañarlas a la fiesta romana que les habían contratado en el centro, donde tendría que entregar por primera vez un cuerpo que debería ser desligado de su mente y su corazón, pero que le dejaría mucho dinero para el regalo de cumpleaños de su hermano y su hijo, que casualmente comparten el mismo día de Octubre.
Mientras, en la cabina privada, una mirada le sigue en su andar a través de los vidrios polarizados, pensando que sería tonto realmente pensar que una mujer tan bella y auténtica podría fijarse en un simple muchacho que necesita del alcohol y los desnudos para sentirse vivo e incluido en el grupo de compañeros que le había invitado a un baile privado con la belleza sintética que tenía frente a su sillón.
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