Más feo que pegarle a Dios y más raro que un elefante rosa. Autodefinido como un hombre de “espíritu libre”. Lo considero deslucido sin el afán de entrar en cuestiones de estética y modelos sociales de belleza, ni siquiera en cuestiones de gustos personales, simplemente es un sujeto que se priva de los cuidados más básicos.
A pesar de su aspecto abandonado, me di la oportunidad de conocerlo. Yo disfruto del teatro y èl es actor de teatro, nuestra plática se basó en ese tema común de una forma por demás enriquecedora.
Me pidió llamarlo por su apodo. Accidentalmente se le cayó su identificación y disimuladamente vi su nombre; gozo de un excepcional sentido de la vista. Unos días más tarde tecleé su nombre en el buscador más popular y para mi sorpresa había tomado café con uno de los actores más reconocidos a nivel internacional, hay incluso placas conmemorativas por su trayectoria en el teatro más antiguo de la ciudad.
Volviendo al encuentro en aquel café, quiso indagar sobre la naturaleza de mi espíritu, es decir, quería saber si yo también era de espíritu libre. Logré descubrir que libre significa infiel y poco comprometido. Le di una respuesta ambigua, ya que me interesaba platicar con él, pero no quería tener intimidad.
De estar sentado frente a mí, ocupó el lugar que estaba a mi lado y comenzó a tomarme de la mano mientras seguía avanzando la conversación, en dado momento me robó un beso que jamás olvidaré; pude sentir los pellejos de sus labios resecos, incluso algunos se quedaron pegados en mis labios hasta que pude correr fingidamente al sanitario. Pude percibir también que olía mal y que tenía mugre en el cuello. El aliento mejor ni describirlo.
Inmediatamente extendió la invitación más temida del día: una visita a su casa. Sin diplomacia alguna me sugirió tener una “buena sesión” en la “intimidad” de su hogar donde también habitaban sus compañeros que estarían encantados de participar en la “sesión”.
No es que yo sea una mujer muy conservadora, estoy abierta a experiencias nuevas, pero no con alguien que parece no conocer el agua y el jabón.
No quise imaginarme cómo estaría su casa.
Me dejó con la curiosidad de conocer a sus compañeros. Recordé que además de actores eran ejecutantes de música africana en una de las plazas del centro de la ciudad cada tarde de domingo. Fui a observarlos de lejos y no pude más que agradecer el no haber aceptado la invitación a la “buena sesión”.
De infidelidad no aprendí mucho. Comprobé que entre el genio y el loco no hay mucha distancia, que tanto reconocimiento y fama pueden hacer que una persona exitosa añore ser rechazada y gozar de las ventajas que otorga el anonimato.
Fue una verdadera lástima, en verdad disfruté la conversación y me hubiera gustado continuarla, pero la finalidad de nuestro encuentro era explícita y fue más que evidente su fracaso. No se puede cambiar el objetivo apenas empezado el camino, a menos que se cumpla y con el tiempo surjan otros motivos de convivencia.
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