Bajaron los mensajeros alados sin remordimiento, cargados de cólera y sed de venganza. Matar un ángel no es una situación que se pase por alto, ni algo que sea tan fácil. El batallón alado descendió con rumbo a la habitación donde aquella sangre incolora llenaba de paz aquel lugar sin determinar las consecuencias de lo que iban a hacer.

Cerca de doce ángeles cargados hasta los dientes del pecado de la ira, deseosos de una muerte justa para el asesino, montados sobre gran cantidad de estrategias de amedrentamiento y las ganas nunca calmadas de deshacer lo sucedido. Rompieron puertas y ventanas. Rodearon toda la sala. Sólo vieron un cuerpo yaciendo en el piso, ensangrentado con la sangre incolora.

Risas y llantos, poco audibles, venían de uno de los cuartos. Dos de los mensajeros corriendo con sigilo hacia el último cuarto. Abrieron la puerta teniendo sus alas extendidas, queriendo asustar a cualquier. Un niño estaba en la esquina posterior a la puerta, sentado, al lado de su cama, llorando y con expresiones de locura. Se decía que no había matado a nadie, que fueron ellos. Lo repetía con insistencia.

De entre los dos angeles paso aquel que se negó a portar armas. El mensajero verde. Se agachó delante del niño, a pesar que sus compañeros le decían que no lo hiciera. Con poco tino empezó a hablarle en un lenguaje que el niño no conocía. No le hacía caso y repetía siempre lo mismo. El ángel lo levantó y lo puso delante de su mirada. Le habló en su lengua. Le preguntó qué había pasado. Le niño seguía repitiendo lo mismo, que no había matado a nadie, que fueron ellos. ¿Serían los legionarios subcelestiales? Nadie podía saberlo.

Salieron del cuarto con el niño en hombros. El niño seguía repitiendo lo mismo mientras era llevado por el ángel verde. El cuerpo sin vida del mensajero caído fue llevado, al mismo tiempo que su sangre incolora dejaba de derramarse. Los doce ángeles volvieron a su guarida, camuflándose entre los muros de una cueva nada lejana. Pidieron ayuda a los generales del cielo para intervenir en el inframundo, lugar donde encontrarían respuestas a la muerte del mensajero caído.

Los generales del cielo no tardaron en responder. Dijeron que el inframundo no era lugar para los mensajeros, a menos que desistan de la lucha por el Reino celestial. El cielo es su hogar, templo y guarida. El inframundo no. Los generales, sin mayor contemplación se marcharon, excepto uno, el más antiguo, si cabe ello entre los mensajeros de arriba. Les dijo que había una forma de encontrar al responsable de la lamentable muerte y que la llave era el niño.

El niño, en una lado posterior a la entrada de la cueva, repitiendo lo mismo, fue alzado en brazos por un mensajero. Dinos quién fue, le insistía. El niño no conocía más palabras que de la frase que insistía en repetir. Cuando el ángel se retiró, el niño empezó a decir que era como uno de ellos pero con casco. Todos se acercaron, incluso el general del cielo.

Le insistieron que diera más detalles pero el niño se encerró en repetir lo que venía repitiendo. El general se cansó y lo tomó del rostro, lo alzó con las dos manos, dijo unas palabras en su idioma y comenzó a ver lo sucedido. En ese momento, la maldad con que mataron al angel caido inundó la cueva y mató a todos. Nadie supo quien lo mató.