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¡Feliz Navidad, María!

Había una vez una anciana llamada María. Tenía 84 años y hacía años que la soledad era su única compañía, ya que era viuda y sus hijos habían emigrado a otras ciudades en busca de trabajo. María sólo recibía la visita de Carmen, una asistenta social que le ayudaba en las tareas domésticas y le brindaba todo el amor que sus hijos ya no le daban, pues nunca tenían tiempo de visitarla. Siempre estaban muy ocupados y, generalmente, en las Fiestas Navideñas tenían compromisos más importantes que el de ir a visitar a una anciana que se encontraba a muchísimos kilómetros de distancia.
Una Nochebuena se encontraba sentada junto a una mesa camilla con las sayas cubriéndole las piernas, calentándose con un brasero eléctrico que estaba justo debajo de la mesa. Se presentaba un placentero día invernal. El bajo sol del letargo se filtraba por la ventana iluminando tenuemente la habitación. Pese a ser un día soleado, hacía mucho frío.
Las Vacaciones de Navidad habían llegado. A través de la ventana, María observaba como la gente paseaba por la ciudad. Las calles estaban adornadas con luces de colores formando típicas figuras navideñas: Campanillas, acebos, abetos de Navidad, caras de Santa Claus, trineos… La gente recorría las calles cubriéndose con sus abrigos, bufandas y gorros cubriendo sus cabezas, charlando por las calles y preparando las compras típicas de estas fechas. María, absorta, contemplaba desde su ventana todo este alboroto de gente mientras removía delicadamente un gran tazón de chocolate espeso, acompañado de unos buñuelos rebozados en azúcar. Sabía perfectamente que se estaba dando un capricho excesivo para su estado de salud, pero el placer de aquel tazón de chocolate sustituía el vacío de su corazón. Con el primer sorbo de su taza, María cerró los ojos deleitándose con aquella sensación de bienestar que invadía su cuerpo. Al abrirlos y mirar por la ventana notó algo diferente en el ambiente.
Las calles eran de piedra, paseaban por ellas carros de madera y hierro conducidos por mulas y jacas. Las casas eran de barro, piedra y yeso y estaban enlucidas con cal. La gente iba vestida con ropa antigua. Los niños jugaban en la calle con la nieve, hacían bolas de hielo y se las lanzaban unos a otros. María estaba impresionada. Se levantó de la mesa y salió a la calle.
A lo lejos vio a unas niñas jugando en la calle y una de ellas gritó:
– ¡María, ven a jugar con nosotras!
María reconoció a aquellas niñas. Extrañada miró su cuerpo. Todo en ella había cambiado. Ahora tenía el aspecto de una niña de 9 años. ¡Había retrocedido en el tiempo!. Aquella niña que la llamaba era su hermana mayor, Cari. Un gran desconcierto y una desbordante alegría invadían su nuevo cuerpo infantil. Sin pensarlo, corrió hacia su hermana, y empezó a jugar con la nieve. Allí estaban Marina, Leonor, Piedad e Isabel su hermana pequeña que con 4 años intentaba, sin conseguirlo, seguir el ritmo de todas aquellas niñas que le doblaban la edad.
María, fatigada por el juego, se sentó en un portal. Al cabo de unos minutos la gran puerta de madera se abrió y oyó una voz que le decía:
- María cariño, llama a tus hermanas. Os he preparado la merienda: Un gran tazón de chocolate y bollos. Entrad y descansad un poco.
María, atónita, reconoció esa voz en su corazón. ¡Era mamá!. Giró la cabeza y la vio. Las lágrimas humedecieron su cara. Había preservado en su memoria la imagen de su madre tal y como la estaba observando en estos momentos. Una mujer de aspecto débil, vestida de negro con un gran delantal blanco atado a su cintura manchado de grasa y gotas de chocolate. El cabello canoso recogido en la nuca y aquella sonrisa tan tierna .
María llamó a sus dos hermanas y cogió a Isabel en brazos. No podía evitar dejar de besarla y hacerle mimos. Isabel supo corresponderla con emotivos abrazos y dulces besos. Volvió a degustar de aquellas meriendas que preparaba mamá.
Su madre les recordó que era Nochebuena y que esa noche estrenarían sus nuevos abrigos de lana que ella misma había confeccionado y sus nuevos zapatos, y que estarían listas para pasear por todas las calles del pueblo pidiendo el aguinaldo.
Esta Nochebuena, María volvió a cenar con sus padres y sus cuatro hermanos. En la mesa había un gran plato con patatas y cordero. Una jarra de vino tinto y una hogaza de pan. Todos disfrutaron de la cena y esperaron ansiosos la llegada del postre. Aquellos mantecados que mamá siempre preparaba con tanto cariño.
Tras la cena llegaron sus amigas, quienes cantando villancicos y tocando las panderetas, entraron en casa para recoger a María y a Cari. Ambas se cobijaron con sus nuevos abrigos y zapatos, cogieron sus panderetas y emocionadas salieron a la calle en busca de los donativos de sus vecinos.
Esa noche, la gente fue muy generosa y recogieron toda clase de dulces y de turrón. En cada casa les ofrecían un dulce a cambio de escuchar un buen Villancico. Tras pasar toda la noche cantando, María y sus amigas se repartieron la recolecta y cansadas se dirigieron cada una a su casa.
María, acompañada de Cari, entró en la suya y, juntas, subieron a la habitación, volviendo a compartir la cama.
María cerró los ojos. El sueño se apoderó de ella al momento. Una sensación de bienestar invadió su cuerpo.
"Que bonito seria poder revivir esos momentos en los que somos felices. Esos momentos de la infancia que quedan apresados en nuestra memoria esperando ser rescatados un día para volver a recordarnos que la magia de la Navidad vivirá eternamente en nuestros corazones."
María no volvió a despertar. Se quedó dormida para siempre en aquel sillón junto a la ventana. Su infancia fue el tesoro más valioso de su vida, su mente luchó durante años para intentar no olvidar aquellos momentos de felicidad junto a su familia y recordar siempre aquel pequeño pueblo que hizo suyo para siempre. Su larga vida acabó como ella siempre soñó, siendo niña, siendo feliz y rememorando esos años en los que nada le daba miedo, era feliz y soñaba."
¡Feliz Navidad, María!


Texto agregado el 07-09-2002, y leído por 1614 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-11-2004 es una historia de muchas tantas pero tiene algo que me hizo leerla dos veces.buena historia. prophetzero
08-09-2002 Una historia enternecedora y triste. Bien narrada, se lee con interés y la ternura te va invadiendo a medida que avanzas por sus líneas. Felicidades jayro
 
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