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Sutileza

Es esa la delicadeza que cuenta, estaba ella sentadita en su silla azul, del azul de mar, pero estaba triste y su carita de princesa miraba permanentemente el suelo.
No pude saber por qué razón,
Yo la contemplaba a distancia, la mar rezongaba y latía fuerte, sus cabello rubios, los de ella, caían en grandes bucles sobre su rostro que permanecía oculto detrás de éstos.
Pude adivinar por no sé qué gesto que sus mejillas blancas, del blanco de la luna estaban empapadas de lágrimas.
Él paseaba por la playa, despreocupado y sonriente, descalzo sobre la arena,
descalzo de toda sutiliza iba y traía gracias a no sé qué secreto encanto entre sus manitas morenas y tiernas, una pequeña gaviota a la cual había jurado y súper jurado veinte o treinta minutos atrás no abandona jamás y cuidarla como si fuese su única alegría.
Con su paso rápido, sus piernas ágiles oscuras, desfiló así delante del banco azul de la princesa, yo continúe observando por algunos minutos más y pude participar de aquel encuentro.
Ella no pudo notar por causa de su tristeza la presencia de él y muchos menos que él había retrocedido y acercándose lentamente ahora se encontraba frente a ella.
Acto seguido y sin mediar palabra ni una sola palabra, él miró su gaviota y a la princesa quien comenzó a levantar su rostro para encontrar el rostro alegre y desconocido de él.
Entonces extendió sus brazos ofreciendo una pequeña gaviota, ella sorprendida por una sensación hasta ahora desconocida tomó la gaviota entre sus manos y la acurrucó sobre su pecho, fue el momento en el que el chiquillo con cierto aplomo, aplomo fingido, tomó el lugar que sobrevivía vacío junto a ella y simplemente preguntó:
¿ Por qué lloras?
Si bien ella no respondió, él lo preguntó con la sencillez de lo simple, con la serenidad de un caballero, con la suavidad capaz de disolver muros, murallas y murallones.
Ella contempló su gaviota, hizo una imperceptible pausa, lo miró a él ya con el rostro libre de lágrimas y por fin pudo sonreír.
Fue una sonrisa leve, pero dulce, fue como un pequeño agradecimiento y una aprobación. Luego la tarde cubrió levemente la mar, que también estaba tranquila y las estrellas destilaban su luz infinita. Dos pequeñas palabras bastaron, qué poderosas que son las palabras, ellas pueden de la forma más simple devolver un mundo.


Texto agregado el 05-05-2010, y leído por 117 visitantes. (1 voto)


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