Chatuna


Chatuna es negruzca. Chatuna es peluda, pero no tanto, o más bien con pelitos cortos y suaves. Es graciosa, esbelta y preciosa.
Cuando por las mañanas el reloj suena, ella, enrollada como un ovillo a mis pies, se despereza. Luego, me espía, me observa con la redondez de sus pupilas de oro. Y yo, me hago la tonta. Me hago la sorda, como si la campanilla estridente y agresiva no me concerniera. Como ve que no hago el más mínimo intento, ni el más mínimo esfuerzo por dejar las sábanas aún tan acogedoras, se levanta, se estira y camina, alada y serena, tejiendo arabescos de bailarina, con su colita al aire, saludando el día. Sus ojos, ribetes dorados, me alegran la vida. A veces, soberbia, orgullosa de ser tan querida, se cree una niña, y es así que duerme, alargada y fina con su vientre al aire, y cabeza en la almohada. Cuando pequeñita, con sólo tres días, hubo que velar por su mamadera. Y así, pues, creció mamando la leche que no era ni la de su madre, ni la de su abuela. Hubo que comprarle una marca ajena, especial para gatos que nacen con la primavera. Porque, imagínense que Lola, su gran genitora, como una mujer preñada por fuerza, se negó a acoger a este fruto extraño, o así lo pensó, a lo mejor, que no era de ella, puesto que tan negra ¡ quién lo hubiera dicho! Ella que es tan rubia, de bigotes blancos y collar de espumas, tener una hija de otro planeta, porque ni al vecino se le parecIa, él tan distinguido, esbelto y tan tigre no ha podido ser el galán oculto que dejó preñada a Lola, la bella.
Y así fue como la madre renegó a la hija. Eso puede ser cosa natural en los animales, aunque a veces, sé, que las hay también entre los humanos. Pero a Chatuna, esto no le importa. Ignora a los tontos, y en su caso, a las tontas que la repudiaron. Para hacerles burla, tomó su lugar cerca de mi almohada, o en el hueco tibio de mi colcha austera, juntito a mis pies. Allí pues dormita, en medio de los dibujos de la colcha, con puntos de cruces que tejió alguna abuelita, y dejó en herencia a quien la vendió, tocando a las puertas del barrio de Rosas. Allí se confunden, su pelaje negro y los puntos burdos de lana sobrada, que tejió la abuela.
Chatuna no sabe que Lola la envidia, porque ya no puede ponerse a mi lado. Hasta cuando escribo se sienta en silencio, en medio de la resma o de la rumba escrita, y después, cansada de tanto pensar, quizás buscando ideas, otras más felinas que las mías, se va con un salto de trapecista experta, hasta la ventana. Ahí la he corrido el visillo, es para que vea la vida del barrio. Ve deambular a perros bastardos, los finos no salen, a otros gatos huérfanos, que pasan oliendo con la nariz al aire, los sabores lejanos de alguna cazuela. A chincoles que saltan, a diucas que cantan. ¿Quién sabe qué clase de ideas tendrá la Chatuna? ¿A caso su interrogante ataña a su vida de gata? : « ¿ De dónde vendré? » - quizás se pregunte - « ¿ Por qué soy tan negra si mi madre es rubia? » « ¿Quién será mi padre? ».
No es el Tigrillo, pues así se llama el bandido ese que aloja en el piso alto, lo que no le impide, a veces, entrar por descuido mío hasta en el zaguán, para ver a Lola, quien para salvar su reputación, no le da ni bolas.
Su vida de gata la pasa pensando, y cuando no piensa, duerme o dormita, depende del ruido, del día, si es frío o caliente, verano o invierno. Cuando el sol se esconde y me pongo guantes para que mis dedos no tengan frío de tanto escribir, se enrolla a mis pies. Mis chancletas parecen servirle de estufa, ¿o es que solamente busca mi contacto? Puede que así sea, juntas nos calentamos, con calor del cuerpo y del amor tierno. Somos igualitas. Somos pensadoras, somos cariñosas. De raza felina, ella sí, mientras que yo, humana y con todo me parezco a ella, por lo independiente, por lo silenciosa y...por lo soñadora.