Falta cada vez menos, el tiempo transcurre con tal lentitud que creo no sentir ya ni mi cuerpo. Puedo sentir la nada en mi rostro y el silencio que precede lo que pronto se avecina.
¿Miedo? No siento miedo, no es más que mi simple destino, para lo que estoy acá? ¿Qué más puede pedirse de alguien como yo? ¿Qué más puede esperarse de mí? No más que lo que me espera, pero aun así eso no me atormenta, no conozco nada mejor que dejarme caer.
Puedo ver a mí alrededor como todas nos preparamos para saltar, esperando. La opresión en mi estomago es cada vez mayor, no quiero, no puedo dejar pasar más. Ensimismada en mis pensamientos no note que la caída comenzó, hemos sido expulsadas, caemos hacia el vacio. Puedo sentir el aire en mi rostro, en mi cuerpo. La opresión en mi estomago desaparece, no queda más que esperar el impacto. Quisiera al menos haber tenido una vida extensa para que esta apareciera antes mis ojos en mis últimos momentos.
Cada vez me encuentro más cerca, puedo ver como mis compañeras caen, puedo ver como estallan en el suelo. El miedo resurge en mí, no quiero caer, no quiero estallar, no quiero morir…
Viento, es un gran viento el que se levanta imponente, cambiando levemente la trayectoria de mi caída. Golpeo contra un gran vidrio, es enorme. Me duele, todo mi cuerpo, no tengo ya energías para moverme, el dolor es demasiado intenso. Comienzo a resbalar, a caer otra vez.
Quiero gritar, quiero evitar el dolor. Puedo ver a mi alrededor mas de mis compañeras agonizantes, resbalando lentamente. ¿Qué es eso? Puedo ver atreves del vidrio unos hermosos ojos café que me observan, y un rostro por demás angelical que me mira con compasión. Es tan perfecto, pero está del otro lado, sentado en una gran silla, rodeado de mas como él.
Son grandes, y en sus miradas se observa no más que tristeza o cansancio, pero en él, en él no. El mira con sus ojos tiernos y siento como mi corazón se acelera, olvido el dolor y mi destino próximo, porque soy feliz solo con mirarlo a los ojos un poco más.
Continúo bajando, yo sé que no me espera más que la muerte, pero no me arrepiento de haber saltado en un principio. Disfruto mis últimos momentos junto a esos ojos maravillosos que no dejan de observarme, y que calman mi corazón.
¿Qué ocurre? No, aun no, un poco mas, solo un poco más. Atravesé todo el vidrio, ya no puedo ver esos ojos, que por derecho ya eran míos, no puedo. LA bajada se sucede ahora en una superficie metálica, fría. No puedo evitar llorar, la angustia me subleva, pero de mis lagrimas nacen mas compañeras, destinadas como yo a caer y a morir. Decido entonces no llorar, no causar más sufrimiento, prefiero recordar los ojos compasivos, que se que aunque sea por un instante me amaron quizás hasta como yo llegue a amarlos. La superficie comienza a moverse con gran velocidad, haciendo más lenta la caída, y golpeando más aún mi ya maltratado cuerpo.
Espero ojos, que algún día me recuerden, aunque sea un instante, entonces mi muerte no será en vano. Recordarlos ahora me hacen soportar lo que no es más que la razón por la cual he nacido, para morir.
Un golpe brusco y la superficie se detiene, todos esos seres que adentro estaban, comienzan a salir, caminando. A lo lejos logro ver mis ojos, mi amor, alejándose a la distancia. Ya la superficie que queda es mínima, pronto estallare en el suelo, pronto dejare de existir, pronto nadie me recordara, quizás tampoco esos hermosos ojos, pero eso no me entristece. Esos ojos han hecho por mí más de lo que yo podría haber hecho por ellos, me dieron una razón para caer, una razón para sobrevivir, y aunque muera de todos modos, puedo asegurar que fui feliz.
Como gota que soy volveré a ser parte del agua y lloveré una vez más, pero no será un sufrimiento sin sentido, no, ya no. Lloveré para buscar a mis hermosos ojos y tal vez un día, con suerte llueva en ellos, pueda besarlos y ya no querré ser más agua, me quedaría con ellos.