Hacia mucho rato Fabián lloraba sobre mi hombro. A mi me parecía vergonzoso pues honestamente no lo conocía bien, él era el exnovio de una amiga o eso tenía entendido. Eran las cuatro de la mañana y en la sala de mi apartamento, que siempre permanecía con las ventanas abiertas, hacia tanto frío que me hacía desear regresar a mi cama y enviar a Fabián a la pinga.

- ¿Sabes que es tener sexo con alguien y no sentir nada? – me decía medio ebrio refiriéndose a los múltiples encuentros que había tenido luego de haber terminado con mi amiga – Ya no me sabe a nada, la comida no la disfruto. Aunque permanezca drogado no olvido lo mucho que la quiero.

Cuando mi amiga me contó, también entre lágrimas, sobre Fabián me alegre un poco. Ellos llevaban una relación que había durado demasiado. Hace rato las cosas se habían vuelto monótonas y siempre tuve la impresión que la única razón por la que permanecían juntos era por el miedo de estar solos. Ninguno de los dos tenia el valor de terminarle al otro pues en ese tipo de relaciones la rutina es la única razón por la cual todo tiene sentido. Las caricias, los besos, las risas se transforman en nostalgia y en deseos de tener una vida llena de momentos perfectos pero con Fabián esos sentimientos se habían convertido en frustración de estar más por costumbre que por amor.

La única salida posible es la infidelidad. Aunque ellos habían terminado varias veces ninguno de los dos habían soportado la soledad y el cambio de rutina por mucho tiempo así que siempre volvían a estar juntos. Cuando terminaron por última vez Fabián ya tenía la seguridad de otra mujer. A pesar de eso lloraba a las cuatro de la mañana sobre mi hombro resintiéndose a cambiar hábito de estar juntos y deseando que todo vuelva a ser como antes. Esa vez yo le pasé aguardiente hasta que calló dormido. Al otro día se fue casi sin despedirse.

Ese era el final de la relación, por fin. Como dije antes habían durado demasiado.