No existe objeto inútil, inerte, que nos devuelva tan claro lo que somos. No existe, para mí, mobiliario hogareño que me de tanto miedo como el espejo.
Hay días que lo miro y me devuelve una imágen nítida, segura. Un rostro conocido y relativamente bello. En cambio, otros, me planto frente a él, bueno, me lo cruzo de refilón, y me repele; o lo aborrezco. Me muestra todo lo que no quiero ser. Retuerce mis facciones volviéndose horrible, como si Dorian Gray lo hubiese maldecido.
Algunos de los días de reconciliación espejil, pocos, me atrevo a hablarle entre murmullos. Él me devuelve un diálogo sensato, sincero. Mi imagen se convierte en alguien de quien puedo fiarme. Pero los otros días me enfado de mi ser y no puedo ni dirigirle la palabra a ese trozo de metal hecho de subconsciente.
No existe, para mí, objeto tan extraño como el espejo. Que me muestra defectos reales, o inventados, defectos que uno no quiere ver. Y también virtudes que no existen, o virtudes que no habíamos descubierto, o ya, en pleno colmo del delirio: las que nos gustaría tener. Devolviéndonos la perfecta imagen de "alguien que no somos".
Y cuando le da por ser más básico e hiriente, nos muestra: lo que somos. En cuerpo y alma, sin ropas ni remilgos, sin maquillajes de excusas, ni justificaciones.
Es imposible engañar a ese desdoblamiento de existencia. A esa parte de nosotros que vive en los armarios, en los cuartos de baño, en las zapaterías, en los supermercados, en los escaparates y hasta en los neceseres. A ese ser imposible hecho de lo contrario de lo que somos. Ese "chisme" que nos dibuja al revés y nos intercambia las simetrías corporales...
No existe, para mí, objeto tan desconocido como el espejo. Protagonista de supersticiones y películas de terror, de encantamientos mágicos y dimensiones paralelas. Porque las casas, el mundo, la vida...están llenas de espejos; y tras ellos, sólo estamos nosotros. |