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Habaneras una noche de primavera en la Costa Brava



…una paloma
trátala con cariño que es mi persona


… y se deja oír desde lejos, desde un trozo de oscuridad iluminada, una música de cuerdas y una voz que suena melancólica, como la mía cuando te pienso en voz alta. Nos acercamos caminando junto a la orilla. Las olas en retirada, exangües, como vencidas por los trajines del día, lamiendo la arena de la playa en sus últimos embates. Su sonido, su vaivén si quieres, se acomoda bien a estos compases musicales nostálgicos:

…cuéntale tus amores bien de mi vida
Corónala de flores que es cosa mía…
…Ay chinita que sí, ay que dale tu amor
Ay que vente chinita adonde vivo yo…


El paso se acelera para llegar a tiempo. La ceremonia anunciada con carteles y afiches en toda la localidad: “Concierto de Habaneras”, parece que ya ha empezado con la celebración de la música y la palabra. Los fieles, catecúmenos y pecadores todos, en grupos de a dos, de a cuatro, de a uno. Rodeamos el altar donde se oficia, sin baldaquín alguno, mas que el cielo. Colmamos este templo panteísta de profunda bóveda azabache, y apenas las estrellas son altos tragaluces y elevadas vidrieras las constelaciones. Son el mar y la arena los suelos de este santuario exento, sin cancelas ni puertas para entrar al ámbito este, donde no hay lugar para sacristanes, para confesionarios ni reclinatorios. No hay culpa ni penitencia alguna aquí, tan sólo corazones que laten al son de una habanera.
Sin hábitos talares, con pantalón oscuro y camisa blanca tocada, a modo de corbata, con una cinta negra anudada al cuello, los sacerdotes de este reino, sacrificando el silencio, entonan el gloria a la bella Lola:

… desprès d’un any de no veure la terra
Perquè la guerra m’ho va impedir
Vais tornar al port en on estava
El que adorava el meu cor.
Quan en la platja la bella Lola
El seu bufó talli lluint va,
Els mariners es tornan bojos
Y fins al pilot perd el control.


Los feligreses en pie, algunos sentados en la arena, vestidos de colores vivos, camisas floreadas, torsos desnudos, se balancean lentamente en el amplio auditorio, como las hojas de un tamarindo movidas por una brisa de músicas allende el mar. Se acunan juntando sus costados o sus manos al frescor de la noche, con los ojos cerrados, abandonados a un evangelio que predica lo lúdico. El mar mece sus benditas aguas. Las olas soñadoras van y vienen.
Una mano inesperada, roza la soledad de la mía, la toca y la toma después. Tiene los ojos azules en la noche, que miro y sonrío agradecido. Su otra mano, la derecha, se amarra y acaricia la de un tipo alto y rubio abrasado por el sol. También me mira y sonríe, quizás por mi aspecto algo desvalido.
En el altar mayor, focos, altavoces y atriles sobre un espigón encima de la arena, bajo el muro que sostiene el camino a Villa Vella.

…aquí flota el orgullo como una garza invicta
Nadie se queda fuera y todo el mundo es alguien
El sol identifica relajos y candores
Y hay mulatas en todos los puntos cardinales…


Se cantan historias de mar y viejos marineros, de emigrantes idos y retornados. Historias de mujeres esposas, de mujeres madres que lloran la marcha de sus hijos. Historias de huérfanos, de adioses, de amores soñados y olvidados, eternos en las cuerdas de guitarras, bandurrias y laúdes. Historias inventadas y ciertas de nostalgias de puertos de otros mares, de aguardientes y ron, de borracheras tristes contadas luego, que llenan una vida. Llantos a oscuras de rudos marineros.

…el millor barco de guerra
de la flota d’ultramar
El capitá i el nostre amo
I catorze mariners
Eran nascuts a Calella
Eran nascuts, de Palafrugell


En una capilla lateral, de formas más modestas, indolente a los antiguos cantos de taberna, sobre una larga mesa de madera, otra polifonía, esta sin palabras ni música, una coral de hombres sabios, brujos en otras artes, concelebran la cremada de la consagración: Ron, azúcar, limón y café se funden lentamente al calor de unas llamas azules que flotan en la noche, preparando la comunión de la parroquia después del ofertorio, “...porque esta es mi sangre …”, predica irreverente un viejo en camiseta negra, que ya ha tomado lo suyo y lo ajeno.

Que un viejo amor
No se olvida ni se deja,
Que un viejo amor
De nuestra alma si se aleja
Pero nunca dice adios
Un viejo amor…


Al final de tanto hechizo, la magia consumada y apagados los focos, en un silencio tácito, la gente se da la paz.
Confortado el espíritu, nos marchamos despacio, sin culpas y sin penas, sin penitencia alguna, tarareando, como una oración, los compases de dos por cuatro que aún resuenan en los oídos y se van disolviendo en la noche. Los jóvenes se quedan rezagados, retozando en la arena al amparo de las estrellas que ignoran, aplicados en otras importancias de la vida.
Ebrio de tanta luz, sin prisa, camino hacia el hotel, donde me espera una mulata de anchas caderas y corazón tierno.


Texto agregado el 04-05-2010, y leído por 116 visitantes. (1 voto)


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