LA FARAONA RUBIA
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No tenía veinte años aún Tuthmosis IV (abuelo de Akhenatón, 1500 AC)) cuando nuestro personaje recibió la Doble Corona (la roja del norte y la blanca del sur) haciéndose cargo del Faraonato, al que él iba a transmutar por completo. E hízose cargo con el fuego de su juventud, de un país que era todo un ejército enardecido y en movimiento. Los países vecinos pensaban sobre Egipto en términos de rechazo, debido a las invasiones y abusos que su padre y abuelo habían cometido anteriormente. Pero él habría de cambiarles a tosos (propìos y vecinos) ese mal concepto, logrando intercambio de embajadores. Previamente al asumir, debió ponerse a la cabeza de aquel ejército. Primero hacia Medio Oriente y después hacia Nubia, (Kush). Pero a su regreso volvió cubierto de pactos de paz, que ya no se alterarían por todoi un siglo.
Podemos imaginarnos estos muy curiosos pasajes de su vida, cuando el esbelto y refinado monarca recién llegado al trono de Egipto, debía acampar entre feroces guerreros que hacían temblar desde hacía medio siglo, a todas las naciones de su época. Tal como Marco Aurelio escribía tratados de filosofía en su carpa de campaña, al frente de los ejércitos romanos. Pero Tuthmosis IV tuvo una suerte mucho mayor, pues impuso su personalidad sensible all imperio egipcio y los países vecinos.
Hemos de destacar ante todo, su profunda capacidad diplomática que fue la llave de su triunfo. Sin embargo, determinar tratados de paz con los países orientales que nunca habían querido la guerra, no revestía dificultad alguna. Es más, lo anhelaban. Pero ahora encontrábanse los egipcios, junto con este paladín del pacifismo, que ellos habían dejado de ser los agresores, para enfrentarse ante el peligro de los bárbaros recién llegados a su historia... las primersas hordas arias...
¡Mitannia!...
Y este peligro amenazaba en común a todos. A los hombres del Nilo tanto como a los del Medio Oriente.
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La invasión. El saqueo. Los incendios. La hordas indoarias que ya destruyeron la civilización de Sumeria en el año 2.006 a. C. avanzan ahora sin piedad dejando a su paso la desolación. Es el “Malón”, tal como lo hemos conocido en el Cono Sur sudamericano…Y allí están, son los mismos en herencia de milenios. El salvaje siempre es igual y no respeta trabajo ni orden, aunque tenga otro color de piel . Son ellos los bárbaros al igual que los temibles caciques de Argentina : Pincén, Calfulcurá, Saldán, Catriel, Namuncurá. …Pero… los mitannios ¡Son rubios! De bellísimos ojos celestes, piel rosada y manos blanquísimas. Sus mujeres, feroces y salvajes valquirias, tienen una belleza deslumbrante.
Los maloneros de Mitannia no dejan la hierba crecer a su paso y cuando en el futuro (dentro de un siglo más) avancen sobre las civilizaciones paquistanas del Valle del Indo, destruirán las ciudades de Harappa y Mohengo Daro. Hablan el idioma persa. No saben vestirse ni lavarse. Cuatrerean simplemente, como Pincén o Saldán. Pero con la ferocidad de los primeros malones.
¡No! ... El joven Tuthmosis no ama la guerra y desea terminar con ella. Suprimirla. Pero los feroces guerreros indoarios de Mitannia avanzan hacia él con premura y sin tregua. Poderosos en su orgullo de maloneros triunfantes (de bárbaros blancos como los que invadieron Roma), los mitanios se sonríen ante la vista de Egipto. conscientes de su superioridad bélica, frente a un país ahora pacifista.
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Tuthmosis piensa. Heliópolis piensa. Sus esperanzas pueden esfumarse como una bruma. Todo este proceso de esplendor humanista y pacifista que va resurgiendo de las cenizas, es el triunfo de On, el monasterio heliopolitano que lo ha formado. Sus misteriosos monjes anhelan demostrar a los testigos de su época y a los espectadores del futuro, que los hombres pueden progresar, gozar, enriquecerse, cosechar, construir, prosperar y amar; viviendo en una coordinación equilibrada.
Este monarca que ahora representa a Egipto —un muchacho— tiene la edad de los remeros, de los bailarines, de los acróbatas, de los aprendices Pero ha asumido responsabilidades mucho mayores a todos ellos juntos. Ha renunciado a su propia juventud como tal, para vivir otra juventud, la juventud de una propuesta. Tuthmosis IV personifica con su cargo de faraón al conjunto de ideas e ideales del cuerpo directivo de Heliópolis, encarnados en su persona. Y él no está dispuesto ahora —cuando se han logrado tantos avances en materia internacional— a retroceder y caer en el juego de los belicistas.
Por los caminos de un pasado pretérito que nadie quiere recordar, vuelve la barbarie que asoló en el año 2006 a.C. a Sumeria y Babilonia ...Ahora es el siglo XVI a.C.… Han pasado cuatro siglos y los bárbaros reaparecen nuevamente con todo el vigor de su raza primitiva, tal como sucedió con Roma. Otra vez las hordas indoarias emergen por el horizonte desparramando pánico. La historia está presta a enfrentar a todos ellos, de nuevo, con la desolación. Aquélla que llevó al rey asiático Ibsha junto con su pueblo, a pedir refugio en Egipto, allá por el siglo XX a.C. En el mismo tiempo que el bíblico Abraham refúgiase también con su familia, en la corte del faraón Amenemhat II de la dinastía XII. Un coro de espantos acuden a su memoria desvelándoles la esperanza. Como una sombra irresistible, los fantasmas de Ur acuden a sus recuerdos entre lúgubres llamaradas.
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Inmutables en sus preceptos, los heliopolitanos son empero, muy fértiles de imaginación y acuden siempre a soluciones pragmáticas. Serenos y pacientes ante las calamidades, son por otra parte, agudos y rápidos en los cambios de frente. Dueños del poder actual de Egipto, sortearán la amenaza con un pase genial. Tanto como inesperado.
Heliópolis ama a Egipto y no quiere perderlo, dejarlo en manos de la invasión. Los hombres del Medio Oriente que han pactado Paz con el joven Tuthmosis, descienden a su vez por su parte, de aquéllos hombres civilizados que abandonaron Sumeria y Babilonia, ante el avance depredador de bárbaros indoarios. Pero ahora, en la “media luna fértil” ya no quieren abandonar este escenario nuevo que ha sido su hogar en los últimos siglos ...¡NO!.. Ya no quieren emprender aquel angustioso éxodo de la emigración masiva. Desde que llegaron allí, ellos desean aclimatarse, detenerse en su loca fuga. Como si un resabio interior, como si una voz de la especie, se los comunicase.
Es notable la facilidad con que ellos dejaron Mesopotamia sin regresar (no hay más noticia del pueblo sumerio) en el año 2006 a. C.. y el empeño febril que tienen en este nuevo alojamiento. Tanto como en el "pie a terre" que de alguna manera u otra, han puesto en Egipto. Tal como las tenazas de la “enamorada del muro” que se empeñan en resistir a cualquier precio. Se rescata de ellos, que son adeptos al Nilo. Después de fracasar a tener faraones propios (se apropiaron de Egipto en la dinastía XV con los Reyes Hiksos y el bíblico José) continuaron con el deseo de nunca desvincularse de él. Perseguidos o aplaudidos, los hombres del Medio Oriente durante estos siglos, parecen como hechizados por el Nilo, no comprenden la vida sin su cercanía.
Pero nada parecía posible, para hacer desistir a estos maloneros mitanios indoarios de invadir Egipto (presa ansiada a la que ellos veían fácil de lograr y que realmente les interesaba saquear)... No pudiendo hacerlos retroceder y viendo el proceso incontenible que avanzaba hacia ellos en forma trágica, los políticos heliopolitanos van a salir a su encuentro. Forjarán un nuevo concepto : ¡Transformar a Mitannia, culturizándola, en su aliado político! La resolución es sorprendente. Sólo los hombres de mucha garra política pueden concebir un juego diplomático de esta naturaleza, ante el estupor de todos los testigos de su tiempo. Por su oposición frente a la guerra, ellos harán de Mitanni (tribu nómade que ocupaba un lugar recientemente invadido, como una toldería ranquel) el defensor más grande que tuvo Egipto nunca en sus fronteras.
Mitannia en adelante defenderá al Nilo contra todas las otras hordas bárbaras. Será el feroz guardián del Faraonato, sacrificando en su empeño hasta la vida de su propio rey, en una de estas clásicas refriegas entre indoarios. Pues demostró que, a pesar de su primitivismo, era capaz de una profunda y admirable lealtad (distinta a la experiencia posterior que tuvo Egipto con los hititas).
El salvajismo de Mitanni radica en su atraso cultural. Cazadores de bosques, han caído sobre las ciudades civilizadas del Medio Oriente, diezmándolas y sin aprender nada de ellas. Los estragos que han dejado a su paso desalientan a todos, excepto a Tuthmosis IV... Las únicas creaciones de los mitanios hasta aquel momento son guerreras, como por ejemplo un tratado sobre la cría de caballos firmado por “Kukuli, del país de Mitanni”. Asimismo otros elementos de carácter bélico acorde con la época. Semejante a lo acontecido con los visigodos en España, donde el legado que dejan al idioma castellano es guerrero: “Yelmo”, por ejemplo.
Pero no era fácil conquistar este deseado armisticio y convencer a los salvajes, de renunciar al botín. Sin embargo el joven Faraón se dispuso a lograrlo con toda la fuerza de su ánimo juvenil. Le iba en juego mucho más que su prestigio, era la palabra empeñada a la que un monarca con dignidad, no puede faltar. Todos los políticos y ciudadanos del Nilo, como también los de la “media luna fértil”, esperaban que él sacase una paloma de adentro de su Doble-Corona … ¡Y lo hizo!... Les había ofrecido un mundo nuevo, con otro mensaje, un mundo de Pax y convivencia e iba a cumplirlo.
Como clave de todo el proceso (que habría de sellar el pacifismo largamente aguardado, en forma efectiva) figura el matrimonio de Tuthmosis IV con la hija del salvaje rey Artatama de Mitanni, de este peligroso pueblo bárbaro indoario. Ello involucraba la Paz para la civilizació con. un devenir lleno de esperanza. Se abrió de pronto un nuevo capítulo para esta dinastía XVIII, presta siempre a adaptarse a los tiempos. Como podemos ver no todo era quimera profética en este príncipe heliopolitano, al que vimos llegar de improviso a la corona avalado por el Dios-Sol-Esfinge. Supo guiar cada una de sus acciones desde el momento inicial y colocarles su estilo. Su naturaleza misma lo predisponía a la diplomacia. Con audacia violaba el principio de preservación genética del Faraonato... ¡pero salvaba a Egipto!
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El rey Artatama se hizo rogar, por largo rato. Siete fueron las embajadas egipcias que se acercaron hasta la guarida del bárbaro, con el pedido de mano del Faraón por una de sus valquirias, con regalos cada vez más ricos y abundantes. Primero —dicen las crónicas mitannias,—no creyó Artatama en la veracidad de este pedido. Dudando de él envió a sus rudos delegados (mal vestidos y sucios) para confirmarlo. Volvían los embajadores egipcios hasta él, confirmando el pedido, a fin de que con tales presentes (sofisticados y elegantes como los mensajeros que los portaban) desistiera de una campaña de saqueo. Es de imaginarse el contraste que hacían los enviados reales del Nilo, con los torpes y fornidos guerreros indoarios en aquella alborada de su historia. Los bañados y perfumados egipcios, frente a la sudorosa y poco limpia soldadesca mitannia.
Artatama era rudo y primitivo. Inculto. Pero con la capacidad racional de su nueva raza —la aria— que dos mil años después producirá en Europa un nuevo amanecer. (Brillo cultural europero del cual todavía hoy dependemos). Consultó el jefe mitanio largamente con sus capitanejos (casi al borde de quebrar la paciencia egipcia) para dar el “Sí”. Acto seguido le envió su hija a Tuthmosis IV. Esta sería la reina Mutemuia. La faraona rubia. Símbolo y sello de la paz definitiva para todo este reinado.
Este matrimonio político con la princesa aria, nos describe a Tuthmosis en su totalidad. El empeño que un muchacho decidido puede llegar a tener para brindarse por entero, cuando toma una corona (doble en este caso) y debe concretar propuestas, sin anteponer valores o prejuicios. Con esa firmeza juvenil donde no existen vallas imposibles de sortear. Aún mismo, si se trata de salvajes que vienen incendiando…
¡Porque hay que salvar a Egipto!
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Los mitanios están en el esplendor primigenio de su raza. No tenemos para comprenderlo, más que ver sus toscas figuras con las cuales intentan entrar con pasos aún torpes, en el arte de la escultura. Es la especie aria en su estado puro, como los bárbaros que invadieron Roma. Rudos y salvajes en el plano cultural, pero espléndidos en su contextura física, como en el primer día de la raza. Así era Mutemuia.
Blanca, alta, ojos claros, muy rubia, fornida.. Debemos imaginarnos con curiosidad la extraña pareja que formaría, junto al fino y menudo, faraón Tuthmosis IV.
La delicadeza intelectual del rey, junto a la belleza fornida y primitiva de la reina. Incluso la coloración de sus respectivas razas, que ellos dos representaban, era totalmente opuesta. La espléndida valquiria rubia de ojos claros, asombraba con su estampa vigorosa esa corte amante de las finezas. Y a su lado Tuthmosis, morocho, casi de piel rojiza, ojos y cabellos negros, refinado y elegante, carente de rudeza. Mientras a su lado Mutemuia, la faraona rubia, bárbara, cohibida y recién llegada de la toldería.
Pero este mismo exotismo cautivó la sensualidad del príncipe heliopolitano y atrajo a aquella dinastía XVIII, que a partir de allí haría ingresar valquirias mitannias por centenares en la corte egipcia. Suponemos que la mestización dejó huellas llamativas en la tierra del Nilo. Como un innovador en la materia, el joven Tuthmosis educado para la estética —que por entonces tenía poco más de veinte años vibrantes de juventud— inició la larga serie de estos amores llenos de encantamientos estéticos (luego de bañar a las sucias valquirias de Mitannia). Su espíritu amante de la belleza, debió deleitarse con aquel esplendor racial de cabellera color sol.
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Mutemuia dejó buenos recuerdos en Egipto y se habló mucho de su voz. Era una cantante admirada, que extasiaba a aquellos cortesanos con un arte poco difundido entre ellos. Es corriente en las pinturas del Nilo ver escenas de músicos y bailarines, pero no de cantantes. Y una “prima donna” asombraba.
Por el contrario, todas las tradiciones arias nos hablan siempre del bel canto. Inclusive, iban a la guerra cantando. Cantan los arios de la India. Cantan los germanos y los francos. Los visigodos y ostrogodos. Los vikingos. Y los “cantos de guerra”, son parte esencial de sus herencias. Wagner, su último gran propulsor, quien hizo su obra sobre tradiciones germánicas-arias, habría escrito piezas especiales para Mutemuia, la faraona rubia..
Sin duda ella penetró en aquellos refinados y deslumbrantes salones egipcios, como a un mundo mágico que la sobrecogía. Desarraigada de su pueblo de nacimiento, a una edad muy fresca, tuvo el tiempo necesario para asimilarse. Y su hijo más tarde —el famoso faraón Amenofis III llamado “El Magnífico”, padre de Akhenatón— se presentaba junto a ella con orgullo, años después. Debía ser muy hermosa aún, con esa belleza reposada de las valquirias maduras.
Mutemuia había llegado a Egipto en el momento preciso, en que se reimponía la política favorable a la mujer. Dado lo cual tuvo la responsabilidad de representar un papel importante, que quizás, es muy probable, le costó bastante. Sin recibir la formación de las princesas egipcias, se abrió paso por cauces personales que los escribas consignarían diciendo :
“Con su voz hace feliz al mismo Dios”.
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Alejandra Correas Vázquez
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