Las gotas caen, solas son preciosas cual lágrima de rostro triste, despojan su agua en la tierra o el rostro, para saciar la sed de una tez seca. El ruido del llanto como truenos del cielo golpean el corazón del que no quiere ver el dolor. Pobre suplicio que vive aquel que ya el tormento no puede esconder. Y en ese momento, en el que el cuerpo no puede sostener tan pesado sentimiento, se desborda con intensidad dejando ver el lamento. No hay pañuelo que uno encuentre para poder contener esa liberación. Y alma del triste se reconforta y explota la contención, el dique ha cedido para mostrar tan aguado contenido. Entre gota, y lágrima, las palabras se traban que no es momento de explicación solo es tiempo de liberación. El reposo llega cuándo la mente se embota y empieza apretar la congoja. Busca el triste llorón la calma y el silencio de su pensamiento. El equilibrio se pierde, el reposo ansía, desesperado, un brazo, un cuerpo o un lugar para recostar. A sí sin gasolina como el coche reposta sediento, el hombre agitado y fatigado de pena y desaliento se tumba dejando todo el peso para volver a cargar la energía que lo ponga otra vez en vía. Pero ya la cabeza aturdida por tanta lluvia descontrolada no tiene fuerza para la reflexión ni si quiera para la meditación. Cae muerta del cansancio y deja el planteo para mucho después del lagrimeo. Abre los ojos trás el descanso, piensa si mueve la pierna, mide las fuerzas, y si estas no están llenas, cierra los ojos al sueño de nuevo.

El otro sufre, teme la escena, pues parece derrota pues eso denota. No es sabio, solo ve el calvario. Discierne, el testigo, palabras que le quiten el hastío al pobre ser sufrido. El ánimo no es suficiente para este ser doliente. Él, con ojos de amigo, y humano compasivo, preocupado lo mira y reza por la clarividencia de las palabras certeras que pongan final al dolor del llorón.